Supervivencia en primera persona. Foto: Liberto Peiró
Supervivencia en primera persona. Foto: Liberto Peiró

Entrevista

Kid Congo Powers: “Mi abuso de drogas fue una máscara para el dolor”

El veterano músico californiano echa la vista atrás en su libro autobiográfico: la historia de un joven guitarrista chicano y gay en una escena tan teóricamente ajena a todo ello como fue la del punk californiano de finales de los setenta. Un relato de supervivencia, superación y aceptación en el que el componente esencial de The Gun Club y estilete de The Cramps y los Bad Seeds de Nick Cave se abre en carne viva.

El abultado currículum de Brian Tristan (La Puente, California, 1959), que es el nombre real de Kid Congo Powers, habla por sí solo. Guitarrista de The Gun Club junto al malogrado Jeffrey Lee Pierce, pero también de The Cramps y los Bad Seeds de Nick Cave en tramos iniciáticos y claves de ambas carreras. Colaborador de Lydia Lunch, Barry Adamson, Mark Eitzel y decenas de artistas más.

Hablo con él en la playa de Benidorm, en el Penelope Beach Club, donde presenta su descarnado libro autobiográfico “Ese vicio delicioso. Memorias” (Liburuak, 2023), escrito en colaboración con el periodista y escritor británico Chris Campion, justo un año después de su publicación original en inglés como “Some New Kind Of Kick. A Memoir” (Hachette Books, 2022). Lo hace en el marco del Funtastic Drácula Carnival, festival en el que por la noche ofrecerá un magnífico concierto junto a la banda que lo acompaña desde hace casi dos décadas, The Pink Monkey Birds, compartiendo cartel con los The Make-Up de su amigo Ian Svenonius o New Bomb Turks.

Acabas de vender noventa libros de una tacada. ¿Esperabas una buena acogida?

Nunca sabes cómo te va a ir. Como con los discos. Aunque un libro es más complicado de hacer, requiere más tiempo. Me he tirado diez años escribiéndolo. Mi amiga Lydia Lunch me dio buenos consejos, porque aunque ella escribe poesía y ficción, también escribió sus memorias. Me dijo que contara las cosas que me cambiaron la vida. Me ayudó a no irme demasiado por las ramas.

Tus amigos Bobby Gillespie (Primal Scream) y Flea (Red Hot Chili Peppers) fueron también de los primeros en leerlo.

Sí, aunque en realidad a la primera persona a la que envié el texto fue a Mark Lanegan. Tras leer el suyo, tenía claro que sería honesto conmigo. Me dijo que le encantó, solo unos meses antes de morir. Bobby Gillespie andaba escribiendo el suyo. A Flea lo conozco de Los Ángeles, y compartimos editor. Su libro acababa de salir. Lo envié primero a gente del mundo de la música.

“Había mucha cultura mexicana en nuestros encuentros familiares y mucha música; mis padres solían tocar la guitarra. Música mexicana. Pero éramos muy clan. Muy de no hablar de determinadas cosas fuera de la familia. Tabús que no debíamos saltarnos, so pena de sufrir las consecuencias, que la verdad es que yo no sabía cuáles eran”

Como lector, encuentro más interesantes las autobiografías que trazan relatos de iniciación que de fama. Las que nos explican cómo era el artista antes de ser artista. Y sobre todo antes de ser célebre. La tuya, que cuenta la doble exclusión que sufriste de muy joven por ser chicano y gay en una escena en la que eso no estaba en absoluto visibilizado, va por ahí.

Estoy de acuerdo. Nada de eso era común entre los chicos rubios de la playa californiana (risas). Y a eso súmale que yo soy chicano pero no hablaba castellano porque mis padres no me lo enseñaron. Con lo que tampoco encajaba del todo ahí. Ni con la cultura chicana ni con la blanca. Eso me convertía en un triple outsider, excluido de mi propia cultura. Había mucha cultura mexicana en nuestros encuentros familiares y mucha música; mis padres solían tocar la guitarra. Música mexicana. Pero éramos muy clan. Muy de no hablar de determinadas cosas fuera de la familia. Tabús que no debíamos saltarnos, so pena de sufrir las consecuencias, que la verdad es que yo no sabía cuáles eran. Pero yo era un crío a quien le gustaba la aventura, no sé de dónde me venía ese espíritu. Y era muy tenaz. Tengo dos hermanas mayores que me contagiaban su pasión por el rock’n’roll.

A esa edad lo guay era ser malote, dices en el libro. Supongo que también era autodefensa.

Sí, en gran medida. Protección. Estaban ahí las películas que veía en el cine sobre los Ángeles del Infierno y otros individuos rechazados por la sociedad. Gente que creaba su propio mundo en un entorno hostil. Sentía simpatía por ellos, aunque tardé en entender por qué.

Al calor de los fans. Foto: Liberto Peiró
Al calor de los fans. Foto: Liberto Peiró

Escribiste en fanzines. ¿Pensaste seriamente en dedicarte al periodismo?

Y tanto. Antes de que Jeffrey Lee Pierce me propusiera tocar la guitarra ya escribía en el periódico del instituto y pensaba en ser periodista. Publicaba críticas de discos.

¿Las conservas?

Sí, las tengo aún. Pensé en incluir algunas en el libro, pero finalmente me decanté por fotos de mi vida. No eran malas (risas). Ramones, Patti Smith, Sparks o Roxy Music eran cosas que sonaban a chino en un suburbio chicano, pero no me importaba. Quería experimentar, conocer y difundir apasionadamente cosas que no encontrabas en la radio. Cuando llegó el punk, escribí en varios fanzines. Queríamos saber qué leían o qué películas veían Bowie o Patti Smith. Buscábamos cultura y conocimiento.

Te fascinaba el rock británico, tanto el glam como el punk. Al mismo tiempo, a los jóvenes británicos les fascinaba lo norteamericano. Siempre ha ocurrido, ¿no?

Así es. Me pilló a la edad y en la generación adecuada. Sentía que me hablaban directamente. La música siempre ha sido comunicación. Es mi educación. El glam era una fantasía exótica para mí: la realidad apenas tenía mucho que ofrecerme. El punk sí me hizo conectar con otra realidad. Decía algo completamente distinto. El rechazo a lo tradicional. Viajar por primera vez a Nueva York y Londres fue como una revelación religiosa. Mi gente. Mi tribu. Y tuve la suerte de estar en bandas que crearon un lenguaje que no existía. “¿Dónde habéis estado toda mi vida?”, me pregunté cuando descubrí a The Cramps. Mezclaban el rockabilly con la psicodelia de los sesenta, y con actitud punk. Nadie lo hizo antes. En Nueva York se mezclaban estilos que parecían opuestos.

“La música siempre ha sido comunicación. Es mi educación. El glam era una fantasía exótica para mí: la realidad apenas tenía mucho que ofrecerme. El punk sí me hizo conectar con otra realidad. Decía algo completamente distinto. El rechazo a lo tradicional. Viajar por primera vez a Nueva York y Londres fue como una revelación religiosa. Mi gente. Mi tribu”

¿Eran The Cramps los de más complicado encaje personal para ti? Cuentas que en las giras apenas hablaban entre ellos ni con los demás. Y eso que Jeffrey Lee Pierce o Nick Cave tampoco debían ser caracteres fáciles entonces.

Bueno, también hay algo de leyenda. Pero es verdad que The Cramps eran muy estrictos. “No escuches esa música”, “no hables con esa gente”… Yo los entendía, y estoy orgulloso de haber formado parte; seguimos siendo amigos después. Yo era joven y un poco necio y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ellos. Luego quise explorar, ir más allá, huir de esos códigos. Pero ellos fueron unos visionarios. Lo que ocurre es que esa no era mi visión, yo solo decoraba el pastel. Lograron tener éxito sin variar su fórmula.

Supongo que el éxito para ti cuando eras un adolescente sería poder vivir de la música, algo que ni imaginarías posible.

En absoluto. Era lo último que podía pensar. Sabía que estaría ligado a la música de un modo o de otro. Trabajar en un sello discográfico o escribir sobre música. Ocurrió todo muy rápido. Nadie conocía a The Gun Club al principio. Diez personas venían a vernos. Las novias y poco más. Al año entré en The Cramps y empecé a girar por el mundo. Fue extraordinario, pero me tuve que adaptar muy rápido a diferentes modos de vida. Me sumergí por completo en el mito del rock’n’roll. Vive rápido, muere joven y todo eso. El cliché de sexo, drogas y rock’n’roll, que en cierto modo también es una religión. Fui a por ello.

Hasta que tuviste que parar.

Sí, por supuesto. No era sostenible. Pero me duró mucho tiempo (risas). Es inevitable: si no paras, probablemente morirás.

En el Funtastic Drácula Carnival de Benidorm (octubre de 2023). Foto: Liberto Peiró
En el Funtastic Drácula Carnival de Benidorm (octubre de 2023). Foto: Liberto Peiró

Hablas mucho en el libro sobre tu baja autoestima, incluso como guitarrista. ¿Crees que la gente de tu entorno confió más en ti que tú mismo?

Sin duda. Nick Cave, incluso Jeffrey Lee y The Cramps. Yo siempre pensaba que algún día se darían cuenta de lo terrible que era como guitarrista (risas). Que el público también. Que todo se acabaría. Las reseñas y el público me mostraban la evidencia contraria. El problema estaba en mi cabeza.

Pero no negarás que siempre tuviste un sello distintivo y personal como guitarrista.

Sí, por supuesto. Era un complejo de inferioridad mezclado con cierta egomanía. Terrible. Lo superé, por suerte. La autoaceptación fue una lección dura.

No siempre has podido vivir de la música: trabajaste durante los noventa vendiendo casas en Florida, despachando cazadoras de cuero en una tienda, como masajista…

Cuestión de supervivencia. Y me dio tiempo para pensar en lo que necesitaba. Volví a América tras dejar Berlín y los Bad Seeds, y seguía perdido en mi propia cultura. Los Ángeles y Hollywood promovían una industria muy falsa. Todo apariencia. Muy vacío. Lo noté mucho al volver. Hasta que monté Congo Norvell. Lo de las casas en Florida me duró dos semanas, no era para mí: había que mentir mucho, eso no me va. Lo de masajista estuvo bien, al menos me permitía dar conciertos.

“Volví a América tras dejar Berlín y los Bad Seeds, y seguía perdido en mi propia cultura. Los Ángeles y Hollywood promovían una industria muy falsa. Todo apariencia. Muy vacío. Lo noté mucho al volver. Hasta que monté Congo Norvell. Lo de las casas en Florida me duró dos semanas, no era para mí: había que mentir mucho, eso no me va”

Está muy presente la muerte a lo largo de toda tu vida, especialmente a raíz del fallecimiento violento de tu prima Theresa cuando eras adolescente.

La muerte de mi prima es el recuerdo más fuerte que tengo en toda mi vida, algo que me cambió con 15 años. Fue asesinada de un modo bastante aleatorio. Sin violación ni robo de por medio. No se investigó y mi familia nunca quiso hablar del tema, menos aún delante de quienes aún éramos pequeños. Como si lo quisieran borrar, dado lo terrible que fue. Teníamos casi la misma edad y mucha confianza para hablar sobre sexualidad y cosas de la adolescencia. Fue brutal. Para mí fue como cuando le quitas el volumen a un aparato de música. Me cortocircuitó. Llegué a pensar que la vida no valía nada. Concluí que solo yo mismo podía ayudarme. Por suerte, luego el punk vino a por mí. Gente que se apañaba por sí misma, sin venderte nada ni tratar de gustar a nadie más que a ellos mismos. Aunque el trauma de lo de mi prima emergiera de nuevo con otras muertes posteriores, como la de mi padre o la de Jeffrey Lee Pierce. Darme a la heroína y a las drogas duras tuvo que ver, al cien por cien, con querer matar ese dolor. Por mucho que en su momento pensara que solo me apetecía pasar un buen rato. La fantasía del abuso de drogas era una máscara para el dolor.

Soñaste que se te aparecía Jeffrey Lee Pierce, ya muerto, con Brian Eno…

Sí, no sé de dónde salió. Son sueños. Fue divertido pensar que en el más allá estaban juntos, porque Brian Eno aún vive (risas). De hecho mi marido me dijo “deberías llamarle para contárselo” (risas). Fue muy real.

Por cierto, compartiste profesora de canto con Kevin Rowland (Dexys Midnight Runners). Él sigue yendo a clases.

Sí, pero no llegué a conocerlo. Estuvimos a punto de cruzarnos. Era muy buena. Él tiene una grandísima voz. Lo admiro. Es todo un carácter. Yo ya no asisto a clases de canto. ∎

Mucho más que un secundario

KID CONGO POWERS CON CHRIS CAMPION
“Ese vicio delicioso. Memorias”
(Liburuak, 2023)

A veces los actores teóricamente secundarios pueden aportar vivencias tan interesantes como las de los protagonistas principales, y es por eso que este libro me recuerda tanto a los de Johnny Marr o Richard Lloyd, o al de Chris Frantz, por citar homólogos cercanos en el tiempo. También –algo menos– al de Bob Mould, por la transparencia con la que habla de una sexualidad durante años recluida en el armario: a ver quién se atrevía a salir de él en entornos tan codificados como los del punk y el hardcore de los setenta y ochenta. Ser “feo, divertido y extraviado” –tal cual lo describe– era obligado para redimir a un inadaptado joven chicano a quien el glam y sobre todo el punk le cambiaron la vida: su primer bolo fue de Frank Zappa en 1972; el segundo, Bowie en 1973. Y para cuando descubrió a Ramones, ya ideó y presidió su club de fans californiano.

Influido por Bryan Gregory (The Cramps), Pat Place (James Chance And The Contortions, Bush Tetras) y Lydia Lunch (época Teenage Jesus And The Jerks), el guitarrista formó los turbulentos The Gun Club junto a un Jeffrey Lee Pierce a quien conoció en la cola de un bolo de Pere Ubu, y un año después se enroló en The Cramps, antes de vivir en el agitado Berlín precaída del muro formando parte de los Bad Seeds de Nick Cave. Muchísimas cosas en muy poco tiempo. Como para pararse a pensar. En algún sitio tenía escrito su destino. Aquí lo cuenta todo, en colaboración con el periodista y escritor británico Chris Campion, incluido su abandono definitivo de las drogas el 22 de octubre de 1997 (y diría que de la bebida: solo lo vi empinar botellitas de agua a lo largo de la jornada en Benidorm), con un estilo deudor de aquellos fanzines en los que se curtió como escriba: humilde, desenvuelto, honesto, apasionado, autocrítico, sincero y sin academicismos ni excesivas florituras. A ritmo de rockabilly bastardo, blues pantanoso, punk destripaterrones y efluvios fronterizos. Justo lo que cabía esperar de él. ∎

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