Serie

Spector

Don Argott y Sheena M. Joyce(miniserie, Movistar Plus+)
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El primero de los cuatro episodios de “Spector” (2022) se abre con lo que es el meollo de esta miniserie documental: la muerte de la actriz Lana Clarkson en la mansión de Phil Spector (1939-2021) el tres de febrero de 2003 a consecuencia de un disparo en la cabeza a bocajarro. No falta la imagen recurrente del plano tomado desde un helicóptero de la fastuosa casa del productor musical; de la estrella con escándalo (llámese Spector, O. J. Simpson o Jeffrey Epstein). Este plano televisivo se ha convertido en marca de fábrica del true crime aunque se trate de una imagen tomada de archivo, de las cadenas de televisión que retransmitieron en directo cada uno de esos momentos de los que se alimenta la variante documental más en boga actualmente.

La serie empieza explicando al personaje a partir del lugar en el que vivía ya en su etapa de decadencia, una mansión de 33 habitaciones, aislada, cerca de la ciudad de Alhambra, en el condado de Los Ángeles. La cámara se mueve hoy, casi dos décadas después de los hechos, por el interior de la casa, por los lugares que habitó el productor de The Ronettes, el creador de las múltiples capas de sonido, el Mozart de la música pop americana. Pero a medida que la cámara avanza por habitaciones, salones y pasillos, escuchamos la voz de Spector durante la detención en aquel febrero de 2003: uno de los agentes de policía puso una grabadora en la escalera de la mansión. El sonido, la voz de Spector, aquí como un eco lejano, es importante a lo largo del relato, ya que el hilo narrativo, al menos en los dos primeros capítulos, procede de la cinta en la que el periodista inglés Mick Brown grabó una entrevista con Spector tres semanas antes del crimen. La entrevista se publicó en el suplemento de ‘The Daily Telegraph’ y una de las teorías más extendidas es que a Spector no le gustó cómo se vio reflejado por Brown y eso provocó una más de sus infinitas crisis, y de ahí a la noche aciaga del tres de febrero.

Lana Clarkson.
Lana Clarkson.

El otro hilo narrativo es el propio Brown, entrevistado para la serie. Es él quien aporta el esqueleto argumental al que se adhieren la hija de Spector, Nicole; Darlene Love, una de las cantantes descubiertas por el productor, así como músicos que trabajaron con él, agentes de policía, el fiscal del caso, la abogada, una periodista, un miembro del jurado y la madre y varias amigas de Clarkson. Visión poliédrica con las necesarias zonas oscuras. Creador impagable: el famoso “muro de sonido” con cuatro pianos y cinco guitarras tocando la misma parte a la vez, o el productor es la estrella. Autoritario y desagradable con las cantantes. Meloso al frente de Teddy Bears y Spectors Three. Creativo con Tina Turner. Descubridor insaciable de talentos: Bob B. Soxx And The Blue Jeans, The Crystals, The Ronettes, The Paris Sisters, The Righteous Brothers. Capaz de publicar a nombre de The Crystals el “He’s A Rebel” que grabó con Darlene Love. Violento y tremendamente peligroso. Disparó una bala de verdad al techo del estudio en plena sesión del disco “Rock’n’Roll” (1975), de John Lennon, y este creyó que era de fogueo. Le puso una pistola en la sien a Leonard Cohen el primer día de grabación del álbum del canadiense “Death Of A Ladies’ Man” (1977). Dejaba salir en coche a Ronnie, cantante principal de The Ronettes y su segunda esposa –fallecida el pasado 12 de enero–, pero ponía un muñeco hinchable vestido como él en el asiento al lado del conductor para que la gente creyera que no iba sola. Le “regaló” a Ronnie tres hijos adoptados como si fueran cualquier otra cosa.

De todo esto –algunos aspectos ya muy divulgados, otros menos–, así como de la disfuncionalidad y trastorno familiar –el padre se suicidó, Spector siempre tuvo problemas psiquiátricos y no se entendió con su madre, uno de sus hijos naturales murió de leucemia–, trata extensamente “Spector”, ya que es true crime, biopic y leve ensayo musical al mismo tiempo (complementar con la escucha del recopilatorio cuádruple “Back To Mono” aparecido en 1991, introducción y compendio de su obra en los 60). Es así en los dos primeros episodios. En el tercero ya aparece el juicio celebrado en 2007, cuatro años después de la muerte de Clarkson, pero introduce a la vez otros temas (mayor protagonismo de Nicole, la historia del hijo muerto, el relato de la vida de Clarkson). El montaje es algo disruptivo, le falta una mayor fluidez para organizar los aspectos diversos del relato. ¿Qué interesa más, el uso de las ridículas pelucas por parte de Spector durante el juicio o la información sobre quién era y qué hacía Clarkson antes de toparse con él? La sucesión en el estrado de mujeres maltratadas por Spector, generalmente a punta de pistola, lo convierten en un depredador no muy distinto a Harvey Weinstein. Pero hay una extraña duda razonable que no se afronta hasta este tercer episodio: si Spector disparó su revólver a bocajarro sobre Clarkson –de quien a lo largo de la serie se nos repite la fotografía del cadáver sentado en una silla, con las piernas como desencajadas encima de la moqueta roja y el rostro fuera de campo–, ¿cómo es que no había ninguna salpicadura de sangre en su chaqueta blanca impoluta ni residuos de pólvora en su mano, algo que en cualquier episodio de “C.S.I.” –sea en Las Vegas, Nueva York o Miami– se convierte en prueba irrefutable de la culpabilidad del asesino? Pero el fiscal nos hace entrar en razón argumentando que lo de las salpicaduras de sangre nunca ha sido científico y es una convención a lo Quentin Tarantino.

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El último capítulo, con el desarrollo de los dos juicios que hubo como único punto de mira, es el más true crime y el menos elaborado. Se pierden los matices. Mediante pequeñas acotaciones, los directores Don Argott –también músico: el grupo Pornosonic– y Sheena M. Joyce consiguen en los tres anteriores episodios normalizar, humanizar, la imagen de Lana Clarkson. Lo hacen quizá por dos razones. Para rebatir la estrategia que utilizó la defensa de Spector en el primer juicio –declarado nulo–, que era esencialmente la de menospreciar, degradar y ridiculizar a Clarkson como mediocre y patética actriz de serie B plagada de deudas, lo que justificaría que se suicidara, y también para contrarrestar el efecto de “Phil Spector”, la película para televisión dirigida por David Mamet y protagonizada por Al Pacino en 2013, que tendía hacía las tesis de la defensa. Pero en el último episodio se remarca demasiado lo que antes ya se nos ha sugerido o contado explícitamente. Queda la mirada ida, demente, de Spector durante el juicio; la mirada de alguien que se creía intocable hiciera lo que hiciera y que quizá pensaba haber pactado eternamente con el diablo. Declarado culpable en el segundo juicio, murió en la cárcel, cumpliendo cadena perpetua, sin pelucas, víctima del COVID.

El cineasta Vikram Jayanti, de quien se utilizan en los dos últimos capítulos imágenes de la entrevista que consiguió hacerle a Spector antes de la celebración del juicio, propone al final una cuestión sumamente interesante. “¿Podemos escuchar sus canciones y no pensar en el asesinato?”, es decir, olvidar que tenemos “Back To Mono” y no disfrutar nunca más de “Be My Baby”, “Baby, I Love You” y “Spanish Harlem”. Esa pregunta, en términos cinematográficos, sigue planteándose con las películas de Roman Polanski, Woody Allen, James Franco o Kevin Spacey, aunque a nadie le supone un problema ver antiguos filmes de Miramax, la casa de Weinstein. ∎

Phil Spector: conocerlo es (no) amarlo.
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