La Agencia

Sofisticación, sequedad y densidad visual. Esos son los tres grandes aportes que la pareja creativa formada por los hermanos Jez y John-Henry Butterworth, en colaboración con el cineasta Joe Wright, director de los dos primeros episodios y responsable de imprimir el look visual de la serie, le brindan a esta nueva versión de “Oficina de infiltrados” (Éric Rochant, 2015-2020), por otra parte una de las grandes teleficciones francesas de los últimos tiempos.

Las estrambóticas corbatas de Henry Duflot (Jean-Pierre Darroussin), la sencillez de las oficinas de la Dirección General de Seguridad Exterior francesa (DGSE) y determinados destellos humorísticos se apagan frente a la distinguida sobriedad de “La Agencia” (2024-), alcanzada gracias a la fotografía acerada de Jakob Ihre, el minimalista pero refinado diseño de producción, la sequedad con que están filmados los escasos accesos de violencia y la hierática interpretación de un Michael Fassbender que ya demostró en “El asesino” (David Fincher, 2023) su facilidad para moverse en esos registros.

Se cambian agencias y escenarios, pero en esencia los derroteros argumentales son los mismos. Ahora estamos en la oficina londinense de la CIA y las semillas de futuros conflictos germinan en Bielorrusia, con el extravío de un operativo poseedor de informaciones delicadas, y con la guerra de Ucrania como escenario clave para entender lo que supone tal pérdida. También conviene tener un ojo puesto en Irán, país en el que la inteligencia estadounidense pretende infiltrar a una nueva agente para que extraiga información de su programa nuclear. Y, por último, el otro escaque crucial de este nuevo tablero geopolítico está en Sudán, cuya pacificación será sinónimo de control, algo que desean tanto China como Estados Unidos, Polifemos a la búsqueda del dominio del planeta dispuestos a pelear por cada onza de terreno.

En cualquier caso, y por más que “La Agencia” cumpla con creces con aquello que se le exige a un spy game, cabe mencionar que gran parte de lo que encontramos en su desarrollo ya estaba en el original francés. Aquí el verdadero aporte diferencial lo hallamos en el tratamiento de la cuestión identitaria aplicada sobre la figura de Brandon Martian (Michael Fassbender), un agente que, tras seis años infiltrado en Etiopía, es devuelto a las oficinas de la CIA dejando atrás el trabajo de campo y su antiguo nombre. Quien no se quedará atrás será su amante sudanesa, Samia Zahir (Jodie Turner-Smith), elemento clave en las negociaciones que han de ayudar a resolver la crisis de aquel país en está historia plagada de mentiras, medias verdades, agentes dobles y traiciones al por mayor.

Ahora bien, más allá de los vaivenes emocionales que Martian expresa mediante una voice over muy bien dosificada –su rostro es inescrutable–, lo importante radica en observar cómo Joe Wright transforma en imágenes conceptos como los de identidad líquida, vigilancia o paranoia.

Veamos. El trabajo con el zoom out y las grandes escalas que, por una parte, denotan la soledad de Martian y, por otra, se utilizan como sinónimo de un omnipresente dispositivo de seguridad. El habitual e insistente emplazamiento de la cámara en el exterior de viviendas y oficinas, de modo que los ventanales o los cristales que separan espacios inunden las imágenes de reflejos, funcionando a la vez como cárcel y como multiplicador, como si cada imagen tuviese un sinfín de capas que necesitamos destramar para alcanzar una verdad mínima. En esa línea encontramos, también, el recurrente uso de los espejos, la refracción constante del rostro de Martian –también el de la novata Danny (Saura Lightfoot-Leon)– para insistir en esa personalidad escindida de alguien que nunca está seguro de saber quién es. A veces los remakes tienen sentido. ∎