Estos Biznaga me tienen estupefacto entre el arrebato y la angustia. No se trata de una visión psicodélica del brillante más allá, ni nada de eso. Es algo muy telúrico. De la vuelta de la esquina. Y por eso me capacitan para emocionarme, a la vez que dan a alas a mi enervamiento. Porque la esquina está chunga como un coro de ángeles dipsómanos de garrafón. Los que la habitan van perdiendo la cabeza entre alquileres sangrantes, autoexplotación, espantosas parejas adictas al exhibicionismo vulgar y mugrientas jornadas afiladas por depresiones equinas. Eso por no hablar de los tuberculosos fiscales, con tanta deuda como estrés, y los que, oliendo el declive, deciden espantar las grimosas moscas de la responsabilidad fumando flores, pimplando matarratas o enchufando nariz arriba el gotelé picado de las paredes de casa de la abuela. Para haber titulado su disco “¡AHORA!”, llegan más tarde que un pedófilo en una reunión de viejos alumnos. Pero se les perdona porque hacen buena música, bien influenciada. Y, como sigamos teniendo a Mikel Izal mofándose en primeras filas del desvalido gusto musical patrio a base de tormentos metafóricos, ahí sí que me van a tener descargando canciones de acción y no de amor, como dicen los Biznaga.
“La gran renuncia” sería, para mí, el centro de gravedad del álbum. Han hecho bien en adelantarla. Abre boca. Y se huele el puntito noventero. El hermoso espanto de los hermanos Gallagher, haciendo manitas con el éxtasis alucinado y gargajero de los Sleaford Mods, mientras todos le meten mano bajo la mesa al hijo que parirían los Shellac si se trajinaran a Fugazi puestos de pegamento. ¿He sido suficientemente concreto? ¿No? Jodeos. Os cito a Lou Reed y a The Cure y os vais a mamarla con las virtuosas comparaciones que tan claustrofóbicas ponen vuestras braguetas. Perdón por la hostilidad… De lo que se come se cría y una mañana taladrándome con estos piojos me ha hecho sentir monstruosamente poderoso. Como si llevara alambicando en las tripas unas ganas muy enloquecedoras de saltar, ¡de botar fuerte pa arriba y sin mirar! Concretando, eso mismo ha sido lo que he hecho y me he tatuado el marco de la puerta de la cocina. Tengo el melón abollado y el corazón inquieto. Exacto, un monstruo poderoso colmado de energía fantástica. Si me diera por volcar todo ese vigor en un trabajo respetable, de esos que tiene la gente y se deja la espalda como una tabla de cartón pluma tras una granizada si el boss los abronca, sería varias de las canciones de este disco. Pero yo me rasco el escroto con mis labios rebozando en saliva la chusta de un pitillo mientras tecleo.
Estoy, pues, casi rozando “El entusiasmo”. Un tema que bien podría haber chapoteado en lo naif y en esa fácil corrupción hacia la debilidad panfletaria. Pero no. La finta. Se marca un tirabuzón y cae de pie. Me recuerda al último álbum de Nick Cave, cuando el menda de felpudo apiñado y pómulos de Nosferatu tímidamente bronceado habla de la esperanza como un lugar de confrontación. “Madrid nos pertenece”, decían los Biznagas hace un par de años. Yo no he visto sus nombres en ninguna calle, ni cartelones con sus jetas por las avenidas, pero, meh, es verdad que escuchándolos pateando el asfalto te invitan a escupirle a Ana Botín en la pamela si te la cruzas. Y eso está bien. Porque no lo haces por un rollo patatero de soy el azote de la justicia. Es, más bien, como para sacar la mala sangre. Te relajas enfureciéndote.
Dicen los pollos en “Lorazepam y plataformas” que somos no sé qué de franquicias afectivas de un fondo de inversión, y ahí me desmarco. Porque yo con los marrajos financieros no quiero tener nada que ver –ni afectivo, ni de inversión–, salvo si quieren invertir en mis copazos una trasnochada velada. Dicho esto, si me liara crepuscularmente hasta la condición de nudo gordiano, me molaría escuchar “Las afinidades eléctricas”. ¡Ya está bien de creerse que a los colegas se les compra! A mí sí, ojo. A mí me compras. Pon un precio y mi lengua es tuya para hacerla cloquear como se te antoje. Pero está chachi que ese brío inocente infecte al público. A lo mejor, en fin, no sé… imaginad que sales de un bolo de Biznaga y algún chalado grita “¡Ahora!” y a todo el mundo se le va la pinza y se desnuda y corre y se echa litros de cerveza por el escote y pone a parir al mundo desvelando a los vecinos… Sí, es un buen disco si me da por pensar esto. Desde luego. ∎