Álbum

Maria Rodés

Lo que me pasaElefant, 2025

“Esta es la primera vez que quiero de verdad, la primera canción que escribo con amor”, canta Maria Rodés al abrir “Lo que me pasa”, como si ese verso inaugural marcara su destino: la intuición del amor, la inmersión completa en su delirio. No es la primera vez que Rodés escribe sobre amar (gran parte de su discografía está sembrada de epifanías románticas), pero aquí decide caminar por un terreno más resbaladizo. Igual que la Premio Nobel polaca Wisława Szymborska, que escribe “que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado por alto a cada segundo. Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo el primero”, Rodés parece pedir permiso para traicionar sus propios recuerdos en nombre de un amor nuevo. “Lo que me pasa” es el testimonio de ese descenso a la locura.

La brújula conceptual del disco es la figura de Lídia de Cadaqués, mito catalán, seudobruja, que Rodés convierte en un prisma autobiográfico: a través de ella habla de su propia erotomanía (esa convicción delirante de ser amada en secreto), pero también de deseo, obsesión, fe y caída. Igual que Lídia confundía realidad y literatura, Rodés confunde experiencia y fabulación, componiendo un álbum que parece escrito desde el interior de una mente que se desliza, con ternura y con vértigo, hacia el amor fou.

En realidad, “Lo que me pasa” es un gesto doble de reinvención localista: conceptualmente, Rodés rescata una figura local como Lídia de Cadaqués (símbolo de una Cataluña que siempre ha mezclado realidad y fábula); sonoramente, acude a la rumba catalana, otro artefacto cultural nacido del roce. Porque antes de que Peret la lanzara al mundo, la rumba ya nació híbrida: un cruce espontáneo entre el compás gitano, el bolero cubano, la canción popular catalana y los ritmos latinos que entraban por el puerto de Barcelona. La rumba nunca fue pura; nació contaminada. Por eso no tiene sentido sacralizarla ni blindarla: y en “Lo que me pasa”, Rodés asume esa herencia desde su propio prisma, donde el beat latino convive con el synthpop, donde las armonías costumbristas se cruzan con el Auto-Tune y el vocoder y donde la tradición se convierte en un terreno para imaginar. Su disco es híbrido no porque quiera ser moderno, sino porque dialoga con una genealogía que también lo ha sido siempre. No se le caen los anillos al reinventar la rumba, porque la rumba jamás perteneció del todo a nada.

Así, Rodés somete la tradición (propia y ajena) a un proceso en el que se diluye con arreglos electrónicos al estilo de Bronquio (coproductor del LP) o El Guincho, melodías frigias que serpentean y atmósferas húmedas que respiran una mística mediterránea muy suya. Se escucha en el rasgueo casi tropical que atraviesa “Chico bueno”, en el reguetón con cadencia andalucista que sostiene “Hechizo” (junto a Delafé), en la guitarra de calipso que mantiene una coral sintética en “Vamos a Brasil”, o en la influencia de soleá granadina en “Esto a mí no se me pasa”. Aquí, un bombo digital convive con una guitarra flamenca; allá, un beat de reguetón discretísimo se enrosca con un fraseo que roza el quejío sin dejar de tener ese brillo soleado que podría sonar en un anuncio de Estrella Damm. Y en medio de todo, la robotización de su voz aparece como la línea más cohesiva del trabajo: colorea la voz en “Pienso en ti” mientras las armonías se desdoblan como si (como todo robot) no fuese la dueña de sus propias acciones. Es ese uso fantasmagórico en el que une la oralidad antigua con la intimidad digital de hoy el que convierte cada capa de sonido en un eco del delirio romántico que vertebra el disco. Por su parte, “Otro amor” (junto a La Tremendita) arrastra el disco hacia un territorio de duende donde la rumba encuentra su forma más hegemónica, y Soleá Morente y Nieves Lázaro convierten el reguetón de “Te amé” en una procesión nocturna. Aunque hay momentos puntuales donde la impronta tropical o cubana asoma (“Lo que me pasa”, “Vamos a Brasil”, “Otro amor”), lo dominante es un tejido de producciones etéreas que giran en torno a escalas frigias. Lo que emerge es un espacio donde el vals puede convivir con el reguetón, donde la rumba se vuelve vaporosa y donde las influencias de géneros se desbordan, pues todas las voces también suenan como ecos de un deseo desbordante. ∎

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