Aunque era complicado predecir por dónde podían ir los tiros del primer álbum del pequeño de los rusia-idk, lo cierto es que en los últimos tiempos, plasmados en el “Music EP” de 2024 y en los conciertos de la gira con The Jazz Band Air, sí quedaba claro que Tristán Rodríguez estaba cada vez más escorado hacia la “escisión” de El Royale. Contando en directo con la presencia esencial de Teo Planell y de Roy Borland, que han sido sus principales asistentes también a la hora de hacer este disco, no extraña finalmente que el sonido abrazado aquí sea por lo tanto esencialmente clásico, mucho más deudor de la tradición del pop británico de lo que hubiera podido parecer escuchando prácticamente cualquier antecedente.
No es que clásico no se pudiera aplicar a temas como “CHICA BONITA”, “osaka”, “PRETTY GIRL” o cualquiera de sus colaboraciones con rusowsky –“GOOFY” y “CELL”–, que sí, pero había en ellos una evidente intención de deconstrucción con herencia de las estéticas hyper. Cualquier amago de fragmentación pop da paso en “Tristán, ahora con reloj” a una rendición clara a los estándares pop impuestos por los Beatles, y lo cierto es que en general se siente como un retroceso, como una regresión: “Capitán Cocodrilo” es una balada folk que no logra decir apenas nada, “Life Is A Movie” se desliza un poco entre Oasis y Blur, “Green Love” no está a la altura ni de los descartes contemporáneos de Belle And Sebastian, y “Estoy amándote tan fuerte” tira de canción melódica en un tema que es puro Beatles, y que no logra sacar de Guitarricadelafuente nada a la altura de lo escuchado en el último trabajo del valenciano, donde curiosamente también participa Tristán en la composición. “Ártico”, con su puntito lo-fi, es bonita, pero también está algo apagada, lo contrario que pasaba en “osaka”.
Todo este refrito demasiado clásico tan solo se ve estimulado a veces por sutiles distorsiones y sintetizadores espaciales de aire vintage que en sus mejores momentos pueden recordar ligeramente a Air, pero que en general tienen más que ver con los excesos de la new age, como sucede en “Kung Fu Beat” –que funcionaría, tal vez, como tema de ambiente en un videojuego–. En la apertura que supone “Mapamundi”, sobre un sample del discurso de Kurt Waldheim, varios saludos en distintos idiomas y una frase del hijo de Carl Sagan que se grabaron en el Disco de Oro de la Voyager, se plasma perfectamente esta dicotomía, así como el debate sobre la trascendencia de la música que se percibe como subtexto del álbum: aquel disco que supuso una de las primeras intenciones de contacto extraterrestre por parte de la NASA también hablaba de la necesidad de perpetuación del ser humano, de su incapacidad para soportar la intrascendencia; hacer música clásica, en cierto modo, garantiza trascender, algo que parece preocuparle demasiado a los jóvenes músicos de esta generación.
Cuando es lo retro –y no lo clásico– lo que se impone, el disco tiende a salir victorioso, como sucede en “Tutta la notte”, junto al italiano Calcutta, una especie de homenaje a Franco Battiato con solo de saxo ochentero que podría perfectamente haber firmado Molly Nilsson. Por desgracia, la mayoría de las veces se queda en el medio, en un lugar que amaga pero que no termina de emocionar ni de provocar ni de interesar. “Voyage”, por ejemplo, que lo tiene todo para sorprender con esa tracción mutant funk que saca a mori de habituales zonas de confort, se ve condenada por la indulgencia de un solo innecesario, y en “#7/ Trashumancia” lo que podría ser un cruce entre King Krule y Cindy Lee, pop hipnagógico surgido de otro plano temporal, termina un poco igual, con una especie de transición psych-rock fronteriza entre guitarras solistas que parece más bien de alt-j. “Baby, Don’t Miss It” pretende mucho pero no inventa nada que no estuviera inventado ya en el “White Album”, y el rollito samba lounge de “Verónica” nunca llega a estar tan vivo como pasa en las canciones de Stereolab, dejando el tema lejos de las otras colaboraciones de Tristán con rusowsky.
Es cierto que en tiempos de estímulos infinitos se entiende que los artistas sientan impulsos orgánicos y metan la pausa, pero estos ejercicios solo suelen funcionar si exponen demasiado de uno mismo –y no es el caso, pues el disco se siente bastante impersonal aunque sea la cara de Rodríguez la protagonista de la portada– o si consiguen, de algún modo, abrir algún portal hacia el futuro. “Tristán, ahora con reloj” puede ser un buen disco, y su line up de buenos músicos, “clásicamente” entrenados, viene a dar fe de ello. Pero en su búsqueda de la trascendencia probablemente acabe perdiéndose en el olvido. ∎