Ikram Bouloum (Torelló, 1993) lleva muchos años inmersa en un proceso de búsqueda incesante a través de todos los puntos de vista que ofrece la música. Probó como periodista, programadora, teórica e investigadora, luego DJ, ¡hasta fotógrafa! Pero a pesar de la gran variedad de referentes que pudo encontrar, perseguía una realidad que solo podía capturar si fijaba la vista en sus propias vísceras, entendidas como las entrañas identitarias y culturales.
Ahora se nos hace evidente que estaba buscando una respuesta. Debía encontrar una voz y vía artística para verbalizar y desentramar su nudo interior: un choque cultural único e intransferible entre sus raíces catalanas y bereberes. Un cúmulo de fricciones diarias y ancestrales que toman forma en el EP con el que debuta como cantante y compositora, “Ha-bb5” (So Urgent, 2021), coproducido junto a Mans O y que nace a la par que su discográfica. Desenvolvemos con todo el cuidado del mundo qué hay detrás de esta tragedia que se convierte en nacimiento, en un poderoso manifiesto vital. Dividiendo así la entrevista en cinco partes, como los cinco dedos de la mano de Fátima que protegen simbólicamente el trabajo y la carrera de Ikram Bouloum.
Tu proceso artístico ha sido una búsqueda activa en torno a la complejidad de tu identidad. ¿Podemos analizar cuidadosamente qué la conforma?
Parte de mi identidad la configura mi origen y últimamente ha tomado mucha relevancia mi herencia marroquí; pero a la vez también la marca mi lugar de nacimiento, Cataluña. Ambas partes han estado presentes a lo largo de mi vida.
¿Notas que son partes movibles? ¿Hay épocas en las que ha tomado más importancia una parte u otra?
Cuando era pequeña, en mi casa estaba muy presente la herencia marroquí, y en la vida pública, la cultura catalana. Durante mi infancia las sentía como dos realidades paralelas y no fue hasta la adolescencia, una etapa en la que todos nos planteamos quiénes somos, qué queremos y de qué forma, cuando mis dos facetas identitarias entraron en conflicto. Por un lado, mis padres tenían muy claro qué esperaban de mí y cómo debía apreciar mi cultura de herencia. Por el otro, en mi pueblo se me cuestionaba quién era a nivel identitario, si me sentía catalana o marroquí. Notaba la tensión desde diferentes perspectivas. Fue allí cuando me aparté, porque necesitaba encontrarme.
No eras ni lo uno ni lo otro, te merecías un contexto propio.
Exacto, y a la vez necesitaba ser aceptada como tal. En esa edad nos urge el sentimiento de pertenencia. Quería pertenecer a una catalanidad que no me incluía y me pasaba lo mismo con el mundo árabe. Por más que me esforzara, no me sentía cómoda en ese rol durante aquel momento vital. Es complejo cuando otras personas ponen tu identidad en el foco de la cuestión, sea para juzgarla o para decirte quién creen que debes ser.
También debe ser difícil a nivel artístico querer conectar con las raíces sin estar en su lugar de origen. Se trata de herencias que a la vez son cruciales para explicarse a una misma. ¿Cómo lo conseguiste?
Fue al mudarme a Barcelona cuando encontré un espacio para ser yo misma. Tomando distancia, fui capaz de revisar y apreciar mi cultura materna y de ahí salió mi necesidad de recuperar el tamazight, que ha sido una lengua perseguida. También fue muy importante encontrar a otras personas de la diáspora que tenían un entramado identitario complejo y con las que pude establecer diálogos totalmente diferentes a ese nivel. Me enseñaron a revisarme, a entenderme y a ver la importancia que tenía para mí resolver el conflicto del choque cultural que había entre mis dos identidades. Fue cuando me aparté para encontrarme a mí misma cuando tuve la capacidad de volver a mis raíces y establecer un diálogo con ellas.
Tiene sentido acercarse a las raíces como una quiere, no como otros quieren que sea.
Exacto. La catalanidad es algo que tenía muy arraigado porque lo vivo en el día a día, pero mi parte marroquí la he ido reintegrando poco a poco, porque no me resultaba tan palpable. Mis intereses, inquietudes y preguntas, de golpe, se focalizaron en esa dirección, así que decidí viajar a Marruecos después de diez años. La última vez que fui era una niña y al volver, una persona adulta. ¿Cómo retomaría todas estas conversaciones?
¿Qué encontraste?
Fueron tres viajes en julio de 2017 y mayo y agosto de 2018. Me encontré un país en transformación, que también se está encontrando a sí mismo y es un proceso que abre muchísimas posibilidades. Siempre me han dicho que soy marroquí, pero ¿qué es ser marroquí?, ¿cómo debo entender qué es Marruecos? En mi primer viaje tuve una fase de enamoramiento y se me activaron los sentidos, todo me parecía bello y delicado. Vi una red feminista de mujeres que se ayudan y acompañan, se cuidan y luchan para cambiar las cosas y hacerlas a su manera. Se tienen muchos estereotipos sobre el mundo árabe y vivirlo en primera persona me ayudó a reformularlos.
Veo la conexión con los dos manifiestos que lees durante tus conciertos, que hablan de esta hermandad femenina de resistencia.
Sí, este primer viaje que hice acompañada por mi madre y mi hermana me hizo enamorarme de mis tías, mis primas, las vecinas. Vi cuán importante era la figura de la matriarca y toda la simbología de las hermanas de tierra que conforma mi canción “Nhara”, de poner el cuerpo las unas por las otras. También recuerdo muchas conversaciones con mi abuelo y que me explicaran quiénes éramos a nivel ancestral, de dónde veníamos, a qué nos habíamos dedicado… Toda esta información me ayudó a situarme. Siempre que vuelvo de Marruecos me noto sanada. Mi familia viene de allí, algo debe pasar a nivel energético que, en algún sentido, me cura.
La energía del territorio reconoce la tuya y viceversa.
Totalmente. En mi segundo viaje tuve más choque cultural. Fui sola sin mi red afectiva y lo sentí más crudo. Algo que también me habría pasado si hubiese viajado a otro país distinto. Pero también me ayudó a entender el impacto de la descolonización de Marruecos. Fue tan agresiva que España llegó a bombardear con gas mostaza a la población civil, provocando, además de muertes, una gran oleada de cáncer. Luego llegó la colonización industrial a raíz de las diferentes crisis. Y también está presente el conflicto entre la parte árabe y la amazigh, de donde proviene mi familia, que es la fracción más politizada y que sigue exigiendo una reparación que consiste en un hospital de investigación, una universidad propia y más puestos del funcionariado para amazighs, ya que estaban copados por la población árabe.
En mi segundo viaje se me hizo patente la riqueza paisajística y de materia prima del país, pero también una nebulosa corrompida. Hay jóvenes con muchísimo talento, pero con muy pocas oportunidades por parte del sistema y de ahí sus ganas de migrar. Tienen las capacidades, pero no las oportunidades. Entendí mi privilegio y el impacto que el valiente proceso migratorio de mis padres había tenido en mí.
Quizá de ahí viene el nivel de exigencia que tus padres tenían hacia ti.
Totalmente, nuestras experiencias han sido muy diferentes.
Veo la gran variedad de choques culturales que existen.
Sí, es complejo hablar de esto porque son muchos puntos temporales que activan diferentes situaciones. No fue hasta mi tercer viaje a Marruecos, que hice con mi hermana de 14 años, cuando aprendí a disfrutar como ella, sin el peso mental del análisis o el juicio sobre lo que estaba sucediendo. Visitamos los terrenos de mi abuela, donde nació mi madre, donde habían vivido durante cinco generaciones nuestros ancestros. Fue un viaje reflexivo, de ver mucho y hablar poco. Porque, ¿quién soy yo para decir?
Allí se nos hicieron más visibles los privilegios y lloramos al pensar que nosotras tenemos el poder de ir y volver, pero otras personas no. Tuve mi primera conversación sobre fronteras con mi hermana, cuando cruzamos a pie la que separa Melilla de Nador. Notamos la diferencia a tan solo unos pocos metros de distancia, entre quienes podíamos cruzar y los que dejaban fuera. Ahí tuvimos el choque cultural del privilegio.
Durante estas visitas a Marruecos, ¿ya habías empezado tu trayectoria como DJ?
Antes de ser DJ trabajaba como fotógrafa en las fiestas de Club Marabú y allí entré en contacto con el movimiento del club deconstruido. Pero fue a raíz de los viajes cuando empecé a especializarme en pinchar y a dedicarme proactivamente a ello. Recuperé todos los puntos que me habían preocupado sobre mi identidad e intenté reconstruirlos en narrativas sonoras.
Siempre has defendido que el proceso de DJ y selector es similar a la figura del productor, porque también genera narrativas, pero a través de elementos ya existentes.
Sí, pero durante este proceso de deejaying me di cuenta de que también necesitaba explicar mi historia a través de mi propia voz. Pero ¿cómo hacerlo? Empecé a escribir un guion, sin saber ni siquiera si sería yo quien lo cantaría o utilizaría otras voces o elementos. Durante el desarrollo del proyecto, fue crucial que me llegaran las propuestas de participar en el festival Mutek 2020 y en el ciclo “Distàncies a fi de mes” en el MACBA, donde pude explorar mi utopía de construir un escenario polifónico con muchas más voces. Para la ocasión conté con Tarta Relena, Maguette Dieng y Baba Sy de mi colectivo Jokkoo, Noela Covelo, Xisi Sofía Ye Chen, Jonás De Murias y Mans O.
El escenario polifónico va muy ligado a esta pluralidad identitaria que no se puede explicar desde una sola perspectiva. Y, a la vez, utilizar la propia voz supone exponerse a un nivel muy íntimo e intransferible.
Exacto, por eso lo primero que nació fue la criatura bb5, un alter ego con el que podía desmarcarme y hablar emotiva y conceptualmente de los conflictos identitarios. Un ente cristalino y abstracto que venía al mundo a explicar sus aventuras y tragedias hasta desentrañar el nudo o trauma ancestral del choque cultural.
En los video-lyrics que acompañan al EP, bb5 –“bb” de bebé, cariño o criatura, y “5” por cada uno de los dedos de la mano de Fátima– se materializa en un espacio virtual que remite a otro planeta, incluso a la idea del paraíso.
bb5 como criatura abstracta solo podía nacer en un espacio onírico, secular y atemporal. Las cinco canciones de “Ha-bb5” representan sus cinco enclaves vitales heredados y ordenados en un viaje homérico. El disco empieza con su contexto, una tragedia. “Henna” narra la historia de una madre y una hija que lloran la pérdida de una criatura en el mar Mediterráneo. “Meime” representa el motor que acelera la aparición de bb5 en “Ineia”. En “Nhara”, bb5 se encuentra con sus hermanas de tierra, que en mis conciertos están representadas por las gemelas Ahlam y Amani Chugri Meddane, que suben al escenario a trenzar mi pelo, una acción que está llena de simbolismo. “The Game” cierra el disco y es el manifiesto del cambio de paradigma.
A pesar de que la música te ha acompañado siempre y desde muchos ámbitos, fue cuando entraste en el campo de la electrónica cuando finalmente tuviste el crush.
Creo que me enamoró el factor de la novedad, que siempre se podía reinventar a nivel tecnológico y engloba tantas capas musicales que me parece una herramienta muy transformadora. Gracias a la electrónica encontré mis primeros referentes diaspóricos, como Fatima Al Qadiri, Acid Arab, Omar Souleyman, Deena Abdelwahed, Lafawndah… A nivel intelectual y performativo proponía muchas más oportunidades, me dejaba ser yo misma. A la vez que la cultura club en la pista de baile tiene el componente de poner el cuerpo de manera literal.
Es aquí cuando encuentras el movimiento del club deconstruido. ¿Qué te conecta a ello?
Es un moviminto que nació en 2013 y pone en cuestión toda esta línea del club más 4x4, blanco, heterosexual y masculino. Su intención es replantearlo y unir diferentes estéticas y estilos musicales para crear unas sesiones de baile superpolifónicas. Nace en un seno de personas queer y diaspóricas que están cansadas de que les representen artistas que no conectan con su realidad. Donde antes había una carretera en un solo sentido, ahora hay toda una autopista llena de rotondas: visual y sonoramente es una locura.
Supone una vuelta al club político. Pasamos de una época donde los gustos estaban muy delimitados a otra donde se acepta que puedes bailar reguetón, ir a la ópera, ver una película de culto o la serie más chorra de Netflix. Es un momento histórico en el que dejamos de aparentar y verbalizamos e integramos todos nuestras inquietudes; donde se visibilizan todos los estereotipos de los géneros musicales pasados y percibimos el clasismo, el racismo o el machismo que hay detrás. Para mí también entra el tema del apropiacionismo, de notar cómo afectan los privilegios a la música y qué artistas pueden viajar por el mundo y vivir de la música y cuáles no.
Ojalá se termine la época de los falsos descubridores y apropiacionistas de la música.
Internet también ha ayudado a descentrar estos focos que tenían tanto protagonismo. No puede ser que de golpe esté de moda un estilo de música localizado en el continente africano, pero que no veas a nadie de esta descendencia programado en los festivales. El club deconstruido replantea estas dinámicas morales de selección y curatoría musical. Si antes el núcleo estaba en Berlín, luego en Londres o el este de Europa, ahora colectivos como Nyege Nyege están consiguiendo que todos queramos ir a Kampala. El camino está abierto, pero ahora se tiene que trabajar y crear espacios de conciencia para que los distintos proyectos se puedan comprender y desarrollar.
Claro, ante este abanico es necesaria una comprensión profunda de por qué pasa lo que pasa en todas estas deslocalizaciones.
No nos podemos quedar en lo superficial. Ahora ya se habla hasta de “club construido” en vez de “deconstruido”. Pero no me quiero anticipar, será interesante ver cómo se materializa después de un año con los clubes cerrados por la pandemia. No nos puede dejar en el mismo punto que el año pasado.
Aquí entra la importancia de generar redes afectivas y de apoyo. Algo aplicas en tu debut. Te has rodeado de muchos colectivos que también están en un punto parecido al tuyo, en proceso de generarse: el sello So Urgent, la agencia de management Doble Cuerpo o de booking Whisper Not.
Pocas personas consiguen hacer el trabajo por sí solas. Puedo saber qué es lo que quiero de una forma muy concreta, pero necesito ayuda para materializarlo y me gusta colaborar con personas de distintos bagajes y conocimientos. Mi proyecto es delicado e íntimo, así que tener todo este acompañamiento es crucial. “Ha-bb5” retrata un escenario y un contexto que explica mi punto de partida artístico y acompañará el resto de mi obra futura.
De aquí que te acompañe tanto el 5, número que representa la mano protectora de Fátima en la cultura árabe. Había una necesidad de proteger este debut, tu exposición al mundo.
He pasado por fases muy complejas y dolorosas, porque se me ha cuestionado mucho. Incluso desde mi familia se preguntaban cuál es el lugar de una mujer de origen árabe en el club, que se relaciona con nocturnidad, drogas, desfase.
Independientemente de que deberíamos poder estar donde quisiéramos, entiendo el miedo al hedonismo occidental.
Pero desde que publiqué “Ha-bb5” se ha creado un canal de comunicación musical con mi familia, algo que no había pasado hasta ahora. Hemos hecho arqueología musical para descubrir qué escuchaban mis padres en Marruecos o qué se escuchaba en casa cuando yo era pequeña. Mi padre me ha compartido sus artistas favoritos, con la sorpresa de que muchas eran mujeres, como Najat Aatabou, Samira Said, Najat Al Saghira, Naïma Samih, Malika Ayoub, Milouda… Leí un artículo donde la cantante egipcia Umm Kulthum explicaba que había renunciado a otras facetas de su vida para dedicarse a la música. Como artista femenina tienes que tomar la decisión de ir a tope, no te puedes permitir fallar. Es importante abrir este diálogo a través del cual vas desentramando y explicando cuáles son sus realidades. Así se desmontan los estereotipos.
Exacto, es algo que no se ciñe solo al mundo árabe, aquí sucedía lo mismo con las folclóricas.
Claro, es importante explicar que aquí también pasa, la crítica no puede ser unidireccional. La opresión nos envuelve a todas, cada una con sus condiciones y complejidades. En España aún estamos con el tema de las cuotas femeninas, se ha intelectualizado el discurso. Mientras que en Marruecos el discurso todavía se está gestando. Los países árabes hacen una transformación en el momento en que son colonizados y toda invasión lleva al conservadurismo para preservar la identidad que les están expoliando. Su realidad antes y después de la colonización era totalmente opuesta. En España habría sucedido lo mismo.
Pienso, por ejemplo, en cómo explica este conflicto Marjane Satrapi en “Persépolis” (2000). Cuán importante es la autocrítica, antes de juzgar.
Es crucial hablar con transparencia y vulnerabilidad, sin entrar en juicios ni generalizaciones, porque las libertades que tiene la mujer en el mundo árabe existen, aunque sean diferentes de las de la mujer en el mundo occidental. Para mí fue importante ese primer viaje a Marruecos porque me encontré con esta red femenina afectiva y underground. Me ha ayudado a desmontar los tópicos, a entender más ampliamente mi condición como persona que existe en distintos escenarios, ¡y lo he explicado en “Ha-bb5” con solo cinco canciones! ∎