Hay una primera Lael Neale, la que publicó en 2015 el álbum “I’ll Be Your Man”: folk cristalino compuesto con guitarra acústica y enriquecido, durante la grabación, con capas de batería, bajo, violín, órgano… Demasiadas capas, según la segunda, seguramente definitiva Neale, la que grabó en 2019 y publicó en 2021 “Acquainted With Night”: pop minimalista compuesto con Omnichord, esa especie de autoarpa electrónica, y sin muchos más instrumentos en un disco registrado con una grabadora de casete de cuatro pistas.
Como ella misma nos explica en transparente, humilde entrevista, fue su productor y colaborador Guy Blakeslee (alias Entrance) quien le abrió los ojos a la inspiración de la limitación y la ayudó a sacar la mejor versión de sí misma. Que es una y, en realidad, muchas: el recién aparecido “Star Eaters Delight” (Sub Pop-Popstock!, 2023) es un álbum uniforme en su embrujo lo-fi pero muy diverso en sus acercamientos al arte de la canción. Neale nos explica los secretos del disco por videollamada desde Brooklyn, donde ese día iba a actuar en Public Records.
Desde “Acquainted With Night” tu música suena a máxima defensa del minimalismo. ¿De dónde viene esta pasión por las canciones, digamos, esqueléticas?
Para saber si una canción es buena, nada como tocarla en el estado más desnudo posible. Si es buena, incluso así brillará. Por otro lado, tengo unos conocimientos musicales muy básicos, así que nunca me planteo sonoridades densas. Pienso en las canciones como poesías a las que se pone música.
Las portadas de tus álbumes reflejan la evolución de tu sonido. Cómo has pasado de algo más clásicamente bello, soleado y colorido a algo más sucio y finalmente, en este nuevo disco, más monocromático y misterioso que nunca.
Sí, es cierto, aunque tampoco era la intención. A veces haces las cosas sin pensar y al final resultan coherentes, de un modo u otro. Supongo que ha sido algo intuitivo; que si elegí esas imágenes era porque interiormente sabía que eran las apropiadas.
En apariencia, compusiste las canciones tras marcharte de tu adoptiva Los Ángeles para volver a la granja de tus padres en Virginia. ¿A causa de la pandemia?
Claro, claro… Es que la ciudad se había vuelto imposible de vivir. Había perdido todo el glamur que tenía. Al menos yo lo veía así. Ya no podía disfrutar de los motivos por los que me gusta vivir allí: ir a las cafeterías, estar rodeada de gente… Una vez se esfumó todo eso, era como vivir en un páramo futurista.
¿Es cierto que grabaste el nuevo repertorio en un granero, rodeada de los tractores y las herramientas de tu padre?
Todo se hizo con una grabadora de casete (la TASCAM Portastudio 488) que no costaba nada transportar. Muchas veces lo que hacía era grabarme tocando en casa, en un espacio muy privado, y después Blakeslee se llevaba la grabadora al granero y añadía guitarras, o pedales de bucle, o alguna otra instrumentación. Fuimos alternando entre esos dos lugares.
¿Estás muy interesada en las producciones vintage o, para ser precisos, en el sonido de ciertas propuestas post-rock’n’roll de principios de los sesenta? Muchos de tus últimos temas, quizá sobre todo “Hotline”, tu single autónomo de 2022, habrían gustado seguramente a Phil Spector.
No estudio las técnicas de producción. No tengo mucho conocimiento ni verdadero interés al respecto. En realidad ni Guy ni yo queremos hacer algo que suene a pasado. Simplemente nos fascina todo lo que hace la máquina de cinta con el sonido. Y me encanta la mentalidad que te obliga a adoptar. Tienes un espacio limitado y con eso juegas. Tampoco me planteo comprar un millón de cintas e ir añadiendo cosas sin parar. Me gusta mantenerlo todo espartano, conciso. Hay algo muy vivo en cada toma.
¿Cómo llegas hasta la máquina de cinta?
Entre la grabación del primer álbum y la del siguiente pasaron unos seis años. Hice una especie de peregrinaje en busca no solo del sonido correcto, sino también de mi propia voz a la hora de componer. Fue Guy quien me convenció para, simplemente, aprender a usar la grabadora de casete y dejarme llevar. Me enseñó a controlar esta máquina para hacer “Acquainted With Night”. El nuevo disco es una expansión de nuestra colaboración, él colabora mucho más y por eso suena como suena. Al saber que incluiría su guitarra, cambié incluso mi forma de componer.
Más allá de cuestiones de sonido, tu música ha cambiado bastante también a nivel vocal. Antes parecías esforzarte en cantar, digamos, bien. Ahora no lo parece, y eso que has ido a clases de canto.
Ir a esas clases fue una revelación. Era algo que… No es que lo despreciara, pero… Pensaba que Bob Dylan nunca iría a clases de canto (ríe). Pero en los conciertos apenas me atrevía a hacer nada particular con mi voz porque tenía miedo de hacerlo mal. Así que fui a clases de técnica vocal y no me arrepentí en absoluto. La profesora no me dijo cómo tenía que cantar, solo me enseñó las diferentes escalas musicales para ayudarme a ejercitar mi voz, a estirarla. Y, después de unos meses, mi voz se abrió de forma natural y empezó a sonar más segura. Eso me permitió, además, crear tipos diferentes de melodías. Fue un gran avance, desde luego.
En “I Am The River” tu voz puede recordar un poco a la de PJ Harvey. ¿Tienes héroes o heroínas en términos de técnica vocal?
Solía tenerlos. Cuando empecé, estaba tratando de sonar de… Bueno, me ponía muchas canciones de Joni Mitchell. Creía que mi voz se ajustaba a ese registro. Pero una vez empecé a tomar clases aquello cambió por completo y aprendí a confiar en mi propia voz. No escucho mucha música en realidad. Sé quién es PJ Harvey y me parece increíble, pero tampoco estoy tan familiarizada con ella. Ya no pienso en cómo cantan otras personas, lo que está muy bien.
Una de mis favoritas personales, “If I Had No Wings”, suena casi a cántico religioso. ¿Qué puedes explicarnos sobre ella?
No sé realmente tocar el piano, pero vivía en una casa con piano y había aprendido acordes muy sencillos. Esta fue una de las primeras canciones que compuse con este instrumento. El sentimiento que surge es inevitablemente distinto. Y al trasladar esa canción al Omnichord la melodía adquirió este aire de órgano eclesial. La música góspel me inspira muchísimo y creo que aquí queda bastante claro.
Muchas de tus canciones, incluyendo “If I Had No Wings”, pero también “Must Be Tears” o “No Holds Barred”, suenan como clásicos perdidos que acaban de ser exhumados. ¿Es eso lo que estás buscando?
De nuevo tengo que acreditar a Guy por eso, porque él se encarga del sonido. Pero debe ser un poco la composición, también. Cuando pongo la radio siempre acabo buscando la emisora de los sesenta. Así que eso se debe colar en mi conciencia de modo subliminal. Es la música a la que siempre acabo volviendo. En el caso de “Must Be Tears”, por ejemplo, diría que se coló la influencia de The Paris Sisters, un grupo al que escuchaba mucho por entonces. Aunque no quiera sonar sixties, esa época es la que más me gusta y acaba reflejándose de alguna manera.
El disco solo tiene ocho canciones, todas bastante concisas… Salvando “In Verona”, evocación de “Romeo y Julieta” que alcanza casi los nueve minutos. ¿Qué te pasó con este tema?
Fue toda una sorpresa para mí también (ríe). Porque me gusta ser concisa. De nuevo, compuse el tema con el piano y, como sé tan poco, acabé haciendo algo repetitivo. Pero las letras no dejaban de surgir, así que me dejé llevar. Que fuera una canción tan larga me parecía bastante ridículo, pero al sentarme a tratar de editarla me di cuenta de que no quería cortar nada. Además, los sonidos de Guy ayudan a que entres en una especie de trance.
Esa canción debe ser la mejor consecuencia hasta la fecha de “Cartas a Julieta” (Gary Winick, 2010). Al parecer no te gustó nada, pero a la vez fue una gran inspiración.
¡Es terrible! Me puse a verla con mi madre y no pude pasar de los primeros veinte minutos. Eso a pesar de que tengo debilidad por las comedias románticas. Tienen que ser realmente malas para que deje de verlas. Pero agradezco la existencia de la película porque me llevó a componer esta canción.
¿Dirías que el cine es una gran influencia en tu música? ¿Compones pensando en películas imaginarias?
Tengo un período de atención bastante corto, así que a veces me cuesta ver cine. Lo intento y pierdo interés bastante rápido. Pero hay pelis que me marcaron mucho de joven y que siento que siempre están ahí. Sobre todo “Harold y Maude” (Hal Ashby, 1971) y “El graduado” (Mike Nichols, 1967). Me gusta cuando un único artista o un único grupo crean el clima para una historia con sus canciones. Me parecería increíble que alguna canción mía sonase en una película.
¿Quién te gustaría que firmase esa película?
Últimamente he pensado que encajarían bien en algo de David Lynch. Me encanta todo lo que hace. También me gusta Paul Thomas Anderson. Pero, en realidad, tampoco es que esté muy al día de directores y películas (ríe).
En una entrevista con ‘Vogue’ en 2016, celebrabas la forma de vestir de Joan Didion y decías que era “concentrada y condensada y sencilla como su escritura”. ¿Dirías que te ha marcado como compositora?
La empecé a leer viviendo en Los Ángeles. Es la autora por excelencia de la ciudad. Me influyó mucho su precisión y su habilidad para encontrar las palabras exactas y clavarlas bien hondo. Por otro lado, siempre vuelvo a la poesía, que es el ejercicio de minimalismo definitivo. Soy muy fan del místico sufí Rumi. Creo que de ahí proviene el lenguaje más espiritual que puede colarse en mis canciones. Al mismo tiempo, me gusta que Rumi escriba sobre la experiencia cotidiana, que mezcle lo espiritual con lo mundano. También leo mucho a Ralph Waldo Emerson por sus ideas trascendentales.
¿Qué podemos esperar de tus conciertos en España?
¡Tengo muchas ganas! Estaré tocando en formato de dúo con Guy. Solo he estado en Sevilla por ahora; nunca he ido a Madrid ni a Barcelona. He estudiado español toda la vida, así que estoy familiarizada con vuestro lenguaje y cultura. ∎