Algunas de las propuestas más cautivadoras de la actualidad visitan el pasado para reconectar discursos musicales tradicionales con el presente. Los hermanos Ian y Daragh Lynch llevan dos décadas en su labor por expandir la música tradicional irlandesa hacia nuevos confines. Primero al frente de Lynched y desde 2017, con la suma de los músicos Cormac Mac Diarmada y Radie Peat, bajo la nomenclatura de Lankum. Aunque no fue hasta la publicación de “False Lankum” en 2023 cuando su proyección internacional se equiparó a la calidad de su propuesta.
El pasado sábado recalaron en la sala Apolo de Barcelona –tras su mayestático paso por el Auditori Rockdelux en el Primavera Sound–, ciudad en la que algunos de los integrantes pasaron una temporada en su tierna juventud, tal y como bromeó Daragh Lynch con sus cuatro palabras en catalán –“Pròxima parada: Pep Ventura”; habían tocado en una casa okupa en Badalona tres lustros atrás– para defender su último trabajo. El mismo que se desplegó a lo largo de hora y media sin desvíos ni demasiadas alteraciones, prácticamente con las mismas prestaciones que el material en acetato de partida.
En formación de seis –con el productor John “Spud” Murphy tomando posición de teclista y un percusionista también en segunda línea– desde el inicio con la inquietante “Go Dig My Grave”, el grupo de Dublín asentó la configuración de ese sonido que imbrica la música celta con el folk oscurantista, basculando entre lo pagano y lo satánico, esto último invocado con progresiones controladas y un sonido acústico incisivo. Hubo rituales paganos, proclamas progresistas (minuto de oro para una bandera palestina), pateos y exclamaciones, marchas fúnebres de bienvenida y hasta un bebé entre la audiencia: sí, unos padres consideraron buena idea introducir a su recién nacido en la magia negra dublinesa. Su siguiente estación, “Clear Away In The Morning”, los desplazó a pastos clareados y bucólicos. Abrazando un folk rural no muy alejado de los cortes acariciantes del “Meddle” (1971) de Pink Floyd.
Con “Master Crowley’s” representan en todo su vigor otro vector de interés. Una música festiva de taberna irlandesa con la audiencia golpeando con los pies los bajos del Apolo al son de los acordeones y la gaita. Un violín cantando y los beats para recordar su anexión a nuestro tiempo. En mi mente las pintas de Guinness corren por la barra hasta que la entrada de una presencia inquietante desdibuja una escena propia de “Almas en pena de Inisherin” (Martin McDonagh, 2022). Y quien entra no es un malhumorado y tullido Colm Doherty, sino una fuerza superior y más incontrolable, una presencia satánica invocada en atenuadas progresiones instrumentales, de signo agresivo. De lo festivo a lo tétrico en un descuido. Como si la taberna hubiera sido poseída por la música de James Newton Howard o de Bobby Krlic y que, pese al miedo, ambas fuerzas terminasen amigando en una logia esquizofrénica.
De nuevo, cambio de registro en el siguiente envite: “Newcastle” recuperó ese intimismo bello y la candidez de sus formas instrumentales para alejar a los espíritus oscuros de la sala. Un espejismo de sosiego que volvió a quedar violentado con el primer golpe de un bombo gigante en “Netta Perseus”, marcando la entrada de ese folk horror atávico. “The New York Trader” invocó a The Pogues y a los tiempos de tradiciones orales remotas, mediante ese relato de un capitán con un pasado terrible al borde de un navío hacia Nueva York. Drone en el vientre del barco para una nueva ración de doom folk. Dueto vocal masculino-femenino en la dulce tonada “Lord Abore And Mary Flynn”. “On A Monday Morning” fue recetada para las resacas del día siguiente. Y se despidieron con la extensa “The Turn”, de nuevo con un marcado fade to black y ese colindar por sombríos parajes atmosféricos.
Tras un bis relámpago regresaron con las dos únicas deserciones del disco. “The Wild Rover”, hermosa canción tradicional de ritmo repetitivo que quedó realzada por la interpretación de Radie Peat. Y un “Bear Creek” que se anunció como tema final para un céilí desatado pero que se quedó a medio gas tras un pequeño desacople técnico de la propia Peat. Nada que hiciera disipar la cargada presencia demoníaca en la sala. El aquelarre de Lankum golpeó y poseyó a los presentes sin necesidad de traspasar el umbral de los 99,9 dB. ∎