La banda de Pittsburgh afrontaba en el escenario Estrella Damm la primera fecha de su primer tour por Europa y el Reino Unido; un momento importante que coincide con la partida de uno de sus fundadores, Ryan Walchonski, hace poco más de dos meses. Al ahora trío –Lydia Slocum (voz y bajo), Sebastian Kinsler (voz, guitarra y caja de ritmos) y Jake Kelley (batería)– se le sumó en directo la guitarra de Rob Potesta para intentar transmitir toda la potencia y emotividad de su repertorio –angustioso y existencial, a veces de una musicalidad engañosamente burbujeante– a un directo a pleno sol. Hincándole el diente mayormente a temas de “Girl With Fish” (2023), su último álbum, feeble little horse fueron tejiendo una tela de araña eléctrica por la que ir enmarañando noise pop y slacker rock y en la que el grito y la melodía convivieron aletargadas en la boca de Slocum, desde la inicial “Freak” y sus guitarras de derribo hasta ese cierre maldito de “down” –bromearon en que “algo malo” pasaría si dejaban de usar ese tema como punto y final de sus conciertos– apuntillado por un pasaje de “Pocket” que en directo deviene en explosión gutural, hiriente, de la vocalista –puro angst gótico: “Every fucking day of my life / A dead man is fucking me, I can’t hide”–. El ruidismo como expiación en un concierto, por otro lado, amable, que terminó diez minutos antes de lo previsto, dejándose en el tintero “This Is Real”: una de las mejores canciones del año, como si MGMT se pusieran screamo, augurando un camino en el que la indietrónica termine de psicodelizar la propuesta del combo. Una vía que en directo todavía no se atrevieron a testar. Anton Casas
Gran Bretaña siempre ha sido cuna de raperos heterodoxos y endémicos. Y Florence Sinclair (nombre artístico) parece presumir de estar en ese grupo. Británico de raíces caribeñas, es un personaje enigmático. No sonríe, no interactúa con el público y mantiene siempre una pose seria. A caballo entre el cloud rap y el spoken word, su música no desdeña tampoco la influencia de la escena de Bristol (Massive Attack, Smith & Mighty) ni la de los oscuros soundscapes a lo Mica Levi o Dean Blunt. Una música susurrada, de ecos sagrados y tribales, atiborrada de skits, con sampleos de folk y músicas ignotas, y envuelta en atmósferas brumosas y sombrías. Ataviado con una larga falda de cuadros, camisa blanca y gorra, ofreció en el Schwarzkopf una puesta en escena parca y poco empática, pero sorprendió con un buen arsenal de temas sugerentes y utilizó los insólitos servicios de una violinista en dos temas, entre ellos el barroco “White Horse”. Todo un descubrimiento. Luis Lles
Hay otros mundos, y están más cerca de lo que pensamos. Y sumergirnos en ellos depara una gran recompensa. En el de Julie Byrne todo es introspección, conexión íntima con la naturaleza, indagación espiritual. Y su traslación al escenario grande de Apolo –a las dos de la tarde, entre el aperitivo y la hora de comer– fue sublime. Hacía casi ocho años de su última actuación española en La (2) de Apolo –estuvo anunciada para el Primavera Sound 2024 pero canceló– y el recogimiento que demanda un disco tan excelso y sobresaliente como “The Greater Wings” (2023), marcado por la muerte de Eric Littman, quien fuera su compañero creativo y hasta sentimental, halló acomodo en una sala tremendamente respetuosa con su arte: no se oía ni una mosca. Su sobrenatural voz, como llegada de otra dimensión, y su guitarra acústica, se juntaron con un versátil teclista y una vocalista de refuerzo para reproducir al detalle el conjuro de aquel prodigio de disco, pero también piezas del anterior y también descollante “Not Even Happiness” (2017), como “I Live Now As A Singer” y “Sleepwalker”, e incluso una versión del “Halah” de Mazzy Star. Lo de “Summer Glass”, “The Greater Wings” y (sobre todo) “Hope’s Return” fue de escalofrío y lágrima. Lo juro. Ni los dos o tres teléfonos móviles alzados –es que ni en los momentos más solemnes e intimistas del festival uno se libra de esta plaga bíblica– pudieron arruinarnos su magia. Llamarlo lección de folk telúrico podría servir, pero no le haría justicia. Fue para levitar. Carlos Pérez de Ziriza
The Hard Quartet puede parecer un supergrupo indie, o algo así, por las trayectorias de sus cuatro componentes, Stephen Malkmus, Matt Sweeney, Emmett Kelly y Jim White. Pero no tiene pinta de que vayan a consumirse por los respectivos egos. Armonizan bien en disco y lucen en directo con sus temas de garage, folk nada bucólico y pop de guitarras hirientes. En los sesenta minutos que tuvieron en el escenario Amazon Music les daba para interpretar entero su primer y por el momento único disco, aparecido el pasado año. Casi lo hicieron. Tocaron todos los temas menos tres, pero añadieron “Lies (Something You Can Do)” –publicado en formato sencillo hace un par de meses– y una versión para cerrar el concierto, el “Advice To Graduate” de Silver Jews, que de hecho es menos versión, ya que aquel grupo lo formaron Malkmus y David Berman, así que no dejó de ser un recuerdo del ex-Pavement a uno de sus pasados. Al cuarteto se unió una pieza indispensable, un joven backliner con mucho más trabajo del habitual porque Kelly, Malkmus y Sweeney no pararon de cambiar de guitarras y de intercambiarlas con el bajo. El batería de Dirty Three le daba sentido a todo con su precisión rítmica. Hubo momentos de rock americano sin estrías –“Killed By Death”, cantada por Sweeney–, de acerada intensidad –“Chrome Mess”, que recuerda tanto a Sonic Youth, cantada por Malkmus– y de lírica abrupta y entrecortada –“North Of The Border”, quizá el mejor tema del disco, cantado por Kelly–. Quim Casas
La espinosa música del trío británico experimental resultó especialmente hostil debajo del torturador sol que invadía el escenario Trainline (y que perturbó visiblemente a la cantante Jessica Hickie-Kallenbach). Pero logramos penetrar en su laberíntica propuesta, tan intelectual como sensorial, y radicada en tres elementos que, si bien parecen disociados, constituyen un todo coherente: una voz aeróbica y expansiva entre el soul y el sollozo, una batería con fluctuantes cambios de ritmo y una creativa guitarra que alterna entre metálicos rasgueos arpegiados (“Breakbeat”) y acordes muy fragmentados que devienen simples notas en fila (“No Sleep Deep Risk”). Demasiado airosa como para ser math rock y demasiado irregular como para ser slowcore, la banda incorpora elementos de ambas tradiciones, así como de otros clásicos de la música deconstruida o feísta, por ejemplo Captain Beefheart o This Heat. Especial mención merece el magnífico cierre “More More Faster” desde su ascenso ruidoso hasta su desenlace minimalista, con Hickie-Kallenbach quedándose sola al micrófono. Xavier Gaillard
El concierto de Waxahatchee en el escenario Cupra fue una reconfortante comunión y una prueba más de que Katie Crutchfield encontró en el country y la americana su verdadera voz. Empezó casi a capela, entonando “3 Sisters” con apenas algún rasgueo de guitarra, para entonces desencadenar el sonido vibrante y emotivo de sus últimos álbumes, “Saint Cloud” (2020) y “Tiger’s Blood” (2024). Con voz potente pero dulce y llena de matices, fue desenfundando sus reflexiones sobre la vida adulta, más melancólica en “Lone Star Lake” o “The Wolves” y más vivaz en “Ice Cold”, “Crowbar” o “Lilacs”, bien apuntalada por su banda, con coros masculinos en contrapunto, hermosas armonías femeninas (“Can’t Do Much”) y exquisitos fraseos de guitarra eléctrica y slide. La sorpresa: MJ Lenderman uniéndose con guitarra y coros en “Right Back To” y “Burns Out At Midnight”. El perfecto cierre: “Fire”. Susana Funes