Chappell Roan: viviendo su fantasía. Foto: Clara Orozco
Chappell Roan: viviendo su fantasía. Foto: Clara Orozco

Festival

Primavera Sound (7 de junio /y 2): el tiempo que vivimos

Durante la noche, en la tercera jornada de Primavera Sound en el Parc del Fòrum, comprobamos las distintas evoluciones que la música orientada al club ha ido experimentando durante los últimos ejercicios –de lo contemplativo a la caña burra, con hibridaciones meramente festivas o minuciosamente articuladas–, mientras los nuevos rockeros reclamaban merecida cuota de pantalla y la gran estrella de la velada, Chappell Roan, hacía honor a dicha condición desbordando el escenario principal.

Aminé

Aminé presentó “13 Months Of Sunshine” (2025) en el Primavera Sound con una explosión de color en el Cupra, ritmo y buen rollo. Sobre el escenario brilló como el sol etíope que inspira su nuevo trabajo: funk, rap, soul y estética vibrante al servicio de un show despreocupado y magnético. El público, en modo Texas con lentejuelas, respondió con una energía a la altura: pura celebración generacional sin complejos pero sin fondo. Hits como “Caroline” convivieron con nuevos temas que destilan brillo, identidad y libertad creativa. Aminé no solo canta: representa un espíritu lúdico, diverso y radiante que convierte cada concierto en una fiesta de broma vacía y conectó con un público que no dejó de moverse. Su propuesta, despreocupada pero precisa, fue un soplo de aire fresco. Aminé no quiere encajar en moldes, y eso lo hace irresistible. Laia Marsal

Aminé: magnetismo funk. Foto: Gisela Jané
Aminé: magnetismo funk. Foto: Gisela Jané

ANOHNI And The Johnsons

“Why am I alive now”, ¿por qué estoy viva ahora?, se preguntaba ANOHNI al inicio de su concierto. “No quiero ser testigo de todas esta angustia, del dolor de nuestro mundo”, continuaba, plantada en el centro del escenario Amazon, vestida de blanco impoluto, mientras se iban incorporando batería, percusiones y cada uno de sus músicos, acólitos de una ceremonia tan intimista como abrumadora. A través de un set lánguido y emotivo, intercalando pequeñas entrevistas a biólogos marinos sobre el cambio climático, ANOHNI And The Johnsons entregaron una suerte de banda sonora del colapso, ecológico y personal; la contradictoria belleza de la vida y de un mundo en peligro, como los paisajes marinos que se proyectaban de fondo. No eran solo imágenes bonitas. Eran elegías (“Manta Ray”). Con elementos de jazz, blues, soul, lounge… arreglos de cuerdas, elegantes fraseos de guitarra, vuelos de saxo y dulce xilófono, The Johnsons crearon el paisaje musical idóneo para apuntalar su peculiar voz y dejarse llevar por esas corrientes de dolor, ira, pérdida, negación y desesperanza (“Hopelessness”) que fueron enhebrando hasta hacer sentir, entre la melancolía y la euforia, como si una mínima llama siguiera encendida (“Another World”). Si “4 Degrees” conectó en su exuberancia orquestal y piezas como “You Are My Sister” y “It Must Change” conmovieron por sus fluctuaciones entre la delicadeza y la rotundidad, “Motherless Child”, a capela y sin proyección de fondo, fue el punto culmen de quiebre: tres focos sobre una herida abierta. Susana Funes

ANOHNI And The Johnsons: heridas abiertas. Foto: Sergio Albert
ANOHNI And The Johnsons: heridas abiertas. Foto: Sergio Albert

Beatrice Dillon

Las luces del escenario Levi’s Warehouse se volvieron rojas. Al fondo, dos pantallas estrechas sobre las que comenzaron a proyectarse grafismos animados de frecuencias sonoras. Apareció la londinense Beatrice Dillon de entre la nada, sigilosa, concentrada solo en su arsenal electrónico. No dijo nada y entró en materia. Un poco más de media hora después abandonó el escenario sin mediar palabra y dejando tras de sí una rítmica imposible de texturas abstractas. Porque en el breve set de Dillon destacó la concepción de una música para baile… que no se puede bailar, o al menos al modo ortodoxo. Son beats hipnóticos de electrónica artesanal que invitan a mover cadenciosamente el cuerpo. Pero, sobre todo, te atrapan en un bucle sin muchos cambios, pero con una gran infinidad de matices. Un software de lujo. Quim Casas

Beatrice Dillon: el ritmo imposible. Foto: Sharon López
Beatrice Dillon: el ritmo imposible. Foto: Sharon López

Central Cee

En un contexto de festival, y más en escenario grande como el Revolut, el público que logró congregar Central Cee remitió a la invasión británica vivida hace un par de años en Mordor para ver a Calvin Harris, con los gang signs convertidos aquí en banal juego de rol. Parece lógico si atendemos a lo que representa el rapero de Londres ahora mismo: la cota de popularidad más alta para el UK drill, pero también su aplanamiento. En una edición tomada por las “supernenas” del pop y esa trinidad guitarrera conformada por IDLES, Fontaines D.C. y Turnstile, Central Cee se antojaba como una especie de cabeza de cartel de incógnito, al margen de todo el ruido mediático y un poco enrarecido por esa adhesión con delay que no sentó muy bien, porque se esperaba otro nombre en lides hip hop, pero sobre todo porque su figura podía suscitar algún levantamiento de cejas: ver el rótulo de “Nobody Is Normal” mientras se escucha “How can I be homophobic? My bitch is gay” provoca un inevitable cortocircuito. Fue al inicio del concierto, con ese tema viral que es “Doja”. Le seguirían tantos otros, partiendo siempre de ese drill melódico marca de la casa, pero que en directo y a la intemperie pareció perder todo contraste, quedándose en una cosa monótona, sin mordiente ni vulnerabilidad. Se escapó de la escala de grises ocasionalmente, ya fuera yéndose al club con Ice Spice y el Jersey drill de “Did It First”, vampirizando el 2-step de PinkPantheress y Mura Masa en “Obsessed With You” (larga vida al sample drill bien ejecutado), introduciendo dejes afrobeat o arrimándose a la guitarra flamenca en la pegadiza “Sprinter”. No, si buenos temas los tiene. Pero quizá el problema fue una cierta sensación de disociación geográfica por la cual Central Cee y su centelleante cadena con el rostro de la reina Isabel II imponían la Union Jack, más que abanderarla. Una desubicación –propia y ajena– ejemplificada cómicamente cada vez que se refería a Barcelona como “Barça”. Núñez estaría orgulloso. Anton Casas

Central Cee: taladro UK. Foto: Eric Pàmies
Central Cee: taladro UK. Foto: Eric Pàmies

Chappell Roan

Comenzar una crónica mentando el zeitgeist puede parecer manido. Pero en el caso de Chappell Roan está plenamente justificado. Hace menos de dos años era prácticamente una desconocida. Y ahora es una estrella masiva. Ese, efectivamente, es el signo de los tiempos. Las redes sociales y los algoritmos hacen subir y bajar los rangos de popularidad en cuestión de días. Y en el caso de Kayleigh Rose Amstutz (su verdadero nombre) sorprende todavía más ese repentino ascenso al estrellato porque practica una música bastante anclada en el pasado (¿camp?) que aporta más bien poco al momento actual tan necesitado de novedades. De hecho, se podría decir que es algo así como una versión queer de Cyndi Lauper. Poco antes de su actuación en uno de los escenarios principales del festival, el Estrella Damm, riadas humanas se dirigían a su encuentro. Con una escenografía que reproducía una fantasía épica, salió convertida en una especie de mariposa cantando uno de sus hits, el saltarín “Super Graphic Ultra Modern Girl”. Hubo al principio ciertos problemas con el sonido –que iba y venía–, que fueron solucionados poco después, mientras Chappell Roan mutaba de mariposa en Princesa Mérida del filme de animación “Brave” –con trono incluido– y desgranaba temas de disco-rock como “Femininomenon” o “Guilty Pleasure”, y baladas como “Casual” o “The Subway”, todas ellas celebradas y coreadas ampliamente por su adepto público. Pero, por supuesto, se guardaba la artillería pesada para el final –antes, se acercó a Heart versionando “Barracuda”–, en un clímax que comenzó con “Red Wine Supernova”, siguió con esa golosina pop que es “Good Luck, Babe!” y “My Kink Is Karma”, y rubricó en plena catarsis final con el infeccioso “Pink Pony Club”, tema que resume toda la filosofía de una mujer que aúna en ella todo el actual cosmos de identidades sexuales. Al final del concierto, este redactor se cruzó con un grupo de hombres uniformados con una camiseta en la que se podía leer “I like Chappell Roan and sucking cocks”. Pues eso. Luis Lles

Chappell Roan: castillos de princesa queer. Foto: Clara Orozco
Chappell Roan: castillos de princesa queer. Foto: Clara Orozco

Confidence Man

El horterismo australiano aterriza en Barcelona con traje blanco brillante y ganas de guerra pop. Confidence Man ofrecieron sobre el Amazon Music un show medido al milímetro, una especie de “Dirty Dancing” revisitado por ABBA y The Prodigy, pero pasado por el filtro kitsch de Eurovisión. Palomas en las proyecciones, abanicos coreografiados, guiños porno-pop y actitud de “si no vas a bailar, apártate”. Janet Planet y Sugar Bones juegan al despiste entre la hermandad y el flirteo performativo, como si Giorgio Moroder hubiera montado un after con Róisín Murphy en los ochenta. Bajo beats de house hedonista y estética camp, Confidence Man convierten el escenario en una pasarela rave sin ironía, donde cada pose es política. Lo más frívolo del Primavera, sí. Pero irresistible. Laia Marsal

Confidence Man: frivolidad contagiosa. Foto: Rosario López
Confidence Man: frivolidad contagiosa. Foto: Rosario López

Frost Children

Del digicore, de la EDM genuinamente norteamericana del ocaso de los dos mil y todas sus explosiones subsiguientes –el brostep o el nuevo electro maximalista y exagerado de Skrillex y Zedd–, la generación Z musical de Estados Unidos está extrayendo musicalmente unos frutos estimulantes, pero al mismo tiempo cuestionables. Porque, de un modo semejante a lo que sucede con 2hollis, Frost Children pretenden un diseño sonoro extremo, diluido y contundente que conecte con la tradición del UK bass, pero despojándose de toda introspección y apostando por un maximalismo melódico y una bombástica rítmica exagerada que tiene más que ver con los artistas antes nombrados, pero también con Diplo, con Hardwell, con Sebastian Ingrosso… Moods contradictorios para un país dividido y a la deriva. Su concierto oscuro e implosivo en la madrugada del escenario Trainline pretendió demasiado ser vanguardista y disonante, incómodo, pero terminó recayendo, bombo a bombo, en una extraña zona de confort. Solo al final, entre algún amago de su próximo trabajo, a estrenar en septiembre, y el single de cabecera que es “Combat”, el vuelo pareció tomar una temperatura diferente. ¿Signo de que las cosas no tardarán demasiado en darse la vuelta? Diego Rubio

Frost Children: disonancias de madrugada. Foto: Òscar Giralt
Frost Children: disonancias de madrugada. Foto: Òscar Giralt

Joy Orbison

¿Por dónde empezar? Por “Hyph Mngo”, un single para la historia de la música de baile del siglo XXI. Prólogo y epílogo en 2009 de un post-dubstep tan brillante como fugaz. Pero Joy Orbison nunca quiso subirse a esa ola: prefirió tomarse su tiempo, publicar poco, pinchar mucho y cuidar cada paso. Su debut “Still Slipping Vol. 1” (2021) lo consolidó como productor de sensibilidad única. Ahora bien, en directo la cosa cambia. Su set en Primavera Sound sonó preciso pero le faltó mover las paredes del club. Más para un museo que para sudar en una rave. Lo que en estudio emociona, en la pista puede sonar plano. Se nota que es productor antes que DJ. Y aunque su visión del garage y otros géneros británicos sigue siendo avanzada y sutil, en este formato se echa de menos algo más de riesgo, cuerpo y empuje. Más calle y menos living room. Plenitude fue el escenario, pero quizá habría sido mejor verlo cuando el sol cae a media tarde. Laia Marsal

LCD Soundsystem

James Murphy salió al escenario Revolut enfundado en un traje blanco y seguido por el resto de la banda, mientras sonaban los primeros acordes de la cálida “Oh Baby”. Luego, casi todo el concierto fue un set de disco bailable. Pero eso ya nos lo advertía la bola disco de metro y medio de diámetro que colgaba sobre la escena desde el principio. LCD Soundsystem tienen esa versatilidad que les permite hacer sonar un set más rock o más electrónico, según su elección. En esta ocasión, “You Wanted A Hit”, el segundo tema del show, mutó a medio camino en un hit dance. Otro tanto ocurrió con “Tribulations”, “Tonite” o “Home”, en la que Murphy incluso pidió a gritos que acelerarán el ritmo un poco más. Así, parecía que la banda celebraba 22 años desde que se presentó por primera vez en Barcelona. Un extracto de “The Model” de Kraftwerk introdujo “I Can Change”, en la que presentó al resto de músicos de la banda, además de a Nancy Whang y Pat Mahoney, para luego adentrarse en la electrónica de “x-ray eyes”. Resulta curioso que LCD Soundsystem usen muy pocas pistas y prefieran el sonido analógico del xilófono, de la flauta travesera o incluso del propio cuerpo. También resulta paradójico que “New Body Rhumba” sonara post-rock siendo tan electrónica. Y “North American Scum” pasó del punk de la original al dance. El inicio del final fue con una versión ralentizada de “Dance Yrself Clean” que calmó la cosas para la íntima “New York, I Love You But You’re Bringing Me Down”, de una ejecución vocal emotiva y perfecta, para cerrar con “All My Friends”. Daniel P. García

LCD Soundsystem: bola de espejos. Foto: Marina Tomàs
LCD Soundsystem: bola de espejos. Foto: Marina Tomàs

Machine Girl

“Este es un set infinito: tocaremos hasta que nadie de aquí siga vivo”, anunció Matt Stephenson en medio del agónico recital de este dúo recién convertido en trío. No mentía: el caos de ruido controlado-a-la-vez-que-imprevisible, las dinámicas de arranque-parón y los ritmos rompe cervicales (algunos imposibles de seguir) de asaltos breakcore nuevos (“Psychic Attack”) y clásicos (“Athoth A Go!! Go!!”) causaron carnicerías entre el público. Stephenson se dedicó a atormentar el micrófono con una amplia gama de griteríos (desde el screamo hasta voces guturales death metal), a aporrear el bajo (en temas como “The Fortress” o “Dread Architect”) o a moverse como un espasmo por el escenario Schwarzkopf y fuera de él: llegó a encaramarse a la garita de la mesa de sonido, a mil metros de distancia. Implacable fue también la atlética tunda a la batería de Sean Kelly, una máquina humana capaz de emular los impactos digitales con un fogoso surtido de blast beats, rellenos, redobles y violación de platillos. La incorporación de Lucy Caputi a la guitarra sumó textura a un recital mareante de música extrema que quizá no calibró bien equilibrios de intensidad, convirtiéndose en un todo borroso sin excesiva variación, pero sí demostró con creces la apabullante compenetración técnica del grupo. Xavier Gaillard

Machine Girl: atronadores. Foto: Òscar Giralt
Machine Girl: atronadores. Foto: Òscar Giralt

MJ Lenderman

Alegra comprobar que en las nuevas generaciones pervive el sabor de la americana. MJ Lenderman es la constatación en mayúsculas. Pese a los ajustes de sonido iniciales, entraron sobre el Cupra con buen pie en ese rock que invoca a Neil Young y a The Band con un sentimiento (y letras) slacker muy ligado a su zona geográfica. Slide guitar y efectos wah-wah como señas esclarecedoras de su ideario musical y como puente estable entre generaciones. ¿Puede una banda joven sonar como los clásicos? Sí, y Big Thief lo corroboran desde el mismo país. Country-rock de rodeo, incursiones psicóticas y distorsión constructiva. Qué suerte que su curso invisible por las carreteras secundarias se haya roto con la llegada de su celebrado “Manning Fireworks” (2024). Formidable. Marc Muñoz

MJ Lenderman: América slacker. Foto: Marina Tomàs
MJ Lenderman: América slacker. Foto: Marina Tomàs

Nicola Cruz

En una hora que a priori parecía crítica –coincidiendo con Chappell Roan y en la vorágine que siempre suele preceder a la medianoche–, al final Nicola Cruz terminó resultando una opción estupenda, en parte por la evidente mejora que este año ha experimentado el escenario Plenitude By Nitsa –esencialmente mejor sonido y una programación más ajustada que se complementaba con la de los dos principales de Mordor– y en parte también por su propia intención de no contentar a nadie más que a sí mismo. Pudiendo haber recurrido a su versión más festival, bailable y tropical, el franco-ecuatoriano prefirió tomarse su tiempo, soltar poco a poco capas de sintetizadores de ilusión ambiental y voces robotizadas mientras refinaba los bajos, y abandonarse a una IDM ligera, al techno melódico y a un acid house con intención honda y cerebral. Un oasis de glitch introspectivo que despegó finalmente convirtiéndose en puro hedonismo. Diego Rubio

Nicola Cruz: baño hedonista. Foto: Òscar Giralt
Nicola Cruz: baño hedonista. Foto: Òscar Giralt

Sandwell District

En el libreto de las reivindicaciones primitivas del techno del Primavera Sound, este año quedará bien grabado el nombre de Sandwell District, y con sobradas razones: Karl O’Connor (Regis) y David Sumner tomaron el escenario Schwarzkopf para un cierre atípico que recordó a aquel de Richie Hawtin en 2015, electro alienígena para tiempos oscuros, y con el que no solo “presentaron” la actualización de su distopía cibernética que es “End Beginnings” (2025) –su última ronda, su testamento final en forma de canto a la resistencia subterránea–, sino que supieron rendir homenaje al soldado caído –Silent Servant, fallecido en 2024 a causa de la epidemia de fentanilo que asola Estados Unidos– desde la sobriedad y el equilibrio. En un formato que hibrida el live con la pinchada, y en el que se intuyen fragmentos de sus propios temas tanto como de Daniel Avery o DJ Stingray, atravesaron todos los estados del techno hasta galvanizar en algo más trascendental, sugerente incluso: minimal para oídos dispuestos. Y al final le dimos la bienvenida al amanecer desde el interior de una turbina. Diego Rubio

Sandwell District: resistencia subterránea. Foto: Rosario López
Sandwell District: resistencia subterránea. Foto: Rosario López

SHERELLE

SHERELLE convirtió el escenario Plenitude By Nitsa en una rave de alto voltaje, sin bajar de los 160 BPM. Armada con jungle, footwork y drum’n’bass, firmó un set tan físico como político. Desde que fundó el sello Beautiful con Naina, su nombre es sinónimo de vanguardia inclusiva. Lo suyo fue una descarga sin respiro, con breaks afilados, bajos demoledores y una mezcla quirúrgica que puso al público a sudar como en un warehouse de los noventa. Influencias como DJ Rashad o Machinedrum flotaban en el ambiente, pero SHERELLE impuso su propio pulso con máxima precisión. Su meteórica carrera no es solo una promesa: es una revolución en tiempo real. SHERELLE no está ascendiendo, está despegando a velocidad luz, marcando el ritmo del futuro con cada beat. No pinchó: sacudió. En una hora redefinió el club como espacio de resistencia, visibilidad y liberación colectiva. Uno de los sets del año. Laia Marsal

SHERELLE: liberadora. Foto: Òscar Giralt
SHERELLE: liberadora. Foto: Òscar Giralt

Squid

Cambiantes, atrevidos, electrónicos, noise, progresivos, experimentales… La música de Squid es tan intrincada, compleja y maximalista que solo ver cómo crean (o recrean) en directo tal exuberancia sonora –y todos los instrumentos y artilugios electrónicos y orgánicos que necesitan– ya es de por sí un show. Lo mejor es comprobar que la propuesta en vivo es todavía más vertiginosa. Tanto, que resulta difícil decidir si bailar (¿convulsionar?), gritar o quedarse embelesado. En el escenario Schwarzkopf, unas campanas aparentemente inocentes iniciaron su onda expansiva, de “Crispy Skin” a “The Cleaner”, y de ahí a “GSK”, “Broadcaster”, “Narrator”... Del progresivo psicodélico al math rock, desembocando en el noise, para luego aligerarse juguetones, envolverse en post-rock o disparar ensoñaciones jazzísticas y hasta espaciales (“Swing (In A Dream)”). Susana Funes

Squid: los raros del barrio. Foto: Óscar García
Squid: los raros del barrio. Foto: Óscar García

Turnstile

“NEVER ENOUGH” (2025) es el nombre del nuevo álbum de Turnstile y de la canción que dio inicio al concierto con un ligero retraso. Así comenzaron a presentar el disco que acaban de lanzar un día antes. Y estas composiciones dominaron el resto del show, con arreglos que se escapan un poco de la línea de la banda, agregando más elementos dream pop, jazz, indie y electrónicos. Esto sin perder nada de la potencia telúrica metal-punk-hardcore que los caracteriza, sino más bien buscando matices que conceptualizan el nuevo disco. En la primera parte del show dominaron temas antiguos que todos corearon y saltaron. “T.L.C.”, “ENDLESS” y el himno “DON’T PLAY” fueron algunos de ellos, pero los pogos espontáneos aparecieron en la instrumental “Come Back For More/Fazed Out”, en la ya clásica “BLACKOUT” y en “I CARE”. Este último parte de una guitarra y un sintetizador dream pop-electropop de los ochenta y más tarde muta abruptamente hacia el nu metal con sonido californiano, lo cual le otorga parte de ese concepto marino que atraviesa todo el álbum. En esta misma línea van “UNDERWATER BOI”, “HOLIDAY”, “ALIEN LOVE CALL” y “MYSTERY”. “Real Thing” y “BIRDS” se acercan más al sonido ya conocido de la banda. El órgano de “MAGIC MAN”, la canción que cierra el nuevo LP, despidió a la multitud que copó el escenario Amazon Music, mientras el vocalista Brendan Yates se acercaba a las vallas de seguridad para despedirse de los fans. Daniel P. García

Turnstile: metal con suavizantes. Foto: Rosario López
Turnstile: metal con suavizantes. Foto: Rosario López

Yung Beef

Aunque el nuevo Yung Beef es más sólido como performer y se toma en serio su trabajo, interactuando activamente con el público y con las cinco bailarinas que lo acompañaron en su conquista nocturna del Schwarzkopf, su directo sigue teniendo ese aura de fiestas patronales, y tampoco está mal del todo porque hay algo en él que también hace pensar en SALEM, en esas ceremonias de bajos ultrasaturados. Quizá en esa contradicción está la nayor virtud del rapero granadino, además de en sus letras trascendentales y en su aullido doliente y dolido: el despliegue repasa todos los géneros con los que alguna vez se ha sentido cómodo con solvencia y autoridad, del trap distorsionado de “Beef Boy” y el gangsta rap más clásico de sus colaboraciones con Cookin’ Soul a la salsa de “Si mañana me muero”, el reguetón de La Mafia del Amor –con shout out al “Pa que retozen” de Tego Calderón y a los sintetizadores industriales de Arca en “El alma que te trajo”– y su colaboración con Soto Asa (“Me gustaron tus nai”) o el plugg cibernético de “Diablo” (Sticky M.A.). Pero sigue siendo su mensaje lo que más resuena, y así lo demostró una climática “Ready pa’ morir” que por un segundo se perdió en un coro oscuro entre la negrura del mar de Barcelona. Diego Rubio

Yung Beef: la autoridad de Fernando. Foto: Òscar Giralt
Yung Beef: la autoridad de Fernando. Foto: Òscar Giralt
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