Si algún historiador futuro quisiera entender la lógica de estos años del desencanto, haría bien en recuperar algunos de los cómics recientes que han documentado con lucidez el malestar contemporáneo desde la trinchera de lo cotidiano, partiendo de una perspectiva femenina, de clase, sociológica y generacional. Si Laura Pérez se vale de los códigos del terror para aflorar las ansiedades colectivas en obras como “Ocultos” (Astiberri, 2019), Candela Sierra utiliza la comedia como bisturí para diseccionar las carencias emocionales del presente en “Lo sabes aunque no te lo he dicho” (Astiberri, 2024). La obra más reciente en sumarse a este enfoque sociológico que además sabe exprimir a fondo los recursos formales del cómic es “En vela” (Salamandra Graphic, 2025), donde Ana Penyas (Valencia, 1987) recurre al insomnio como percha para elaborar un documentado ensayo gráfico sobre los daños colaterales del capitalismo.
Penyas ganó el Premio Nacional del Cómic en 2018 con su ópera prima larga “Estamos todas bien” (Salamandra Graphic, 2017), gracias a su habilidad para hilvanar memoria personal e histórica. Esta vocación documental permeó también las páginas de “Todo bajo el sol” (Salamandra Graphic, 2021), una crónica íntima que refleja las últimas décadas de especulación turística y cultura del ladrillo. “En vela”, de tono más amargo y vocación experimental, hereda de aquellas obras la apuesta por la polifonía y la habilidad narrativa para desnudar las miserias del capitalismo sin caer en la trampa del panfleto. El cómic se desarrolla a lo largo de las siete tortuosas noches que experimentan varios personajes incapaces de conciliar el sueño: empleados que temen perder el trabajo por no ser capaces de alcanzar objetivos, jóvenes secuestrados por la hiperestimulación de las redes sociales o atrapados en la precariedad, madres exhaustas de sostener física y emocionalmente a sus familias. Noches en vela en las que el ruido sordo del scroll infinito, pero también el sonido de la calle, adquiere una agresiva textura física que atormenta al elenco de sufridores en cama.
Formalmente, “En vela” también representa una evolución notable en la obra de Penyas, que en la balanza entre el trazo naíf y grotesco se inclina por este último, transgrediendo las normas anatómicas para reflejar la distorsión perceptiva que provoca la vigilia prolongada y la fatiga física y mental que conlleva vivir al borde del colapso. Esta elección se refuerza con el formato vertical, que amplifica la sensación de encierro y desvelo frente al apaisado de sus dos obras anteriores, y con una apuesta renovada por los collages, sello personal de la autora, en los que combina texturas, grafías e imágenes fotográficas de manera torrencial y epatante.
Parte de la narración se adentra en el desconcertante territorio onírico que transcurre entre la duermevela y la pesadilla. En estas páginas, en las que abunda el uso del carboncillo, el trazo se vuelve expresionista, de una intensidad emocional casi física. La cuadrícula ordenada de las páginas anteriores se quiebra y el monólogo interior de los personajes, asaeteados por las dudas y la culpa, irrumpe literalmente en tromba con densidad claustrofóbica. Las imágenes y símbolos se expanden y contraen para reflejar las muy variadas psicogeografías mentales de los protagonistas: escapadas cargadas de un lirismo desesperado en las que la espalda del compañero de cama se difumina hasta convertirse en una isla inalcanzable, o sueños en los que la ansiedad anticipatoria adopta la forma de un folleto publicitario y transforma ordenados entornos laborales en laberintos dadaístas.
“En vela” dialoga así con la tradición literaria del insomnio urbano que ha sabido convertir la noche en un sugerente territorio político y emocional, desde Flaubert a Annie Ernaux. Como ellos, Penyas configura en imágenes el hilo invisible que conecta las emociones privadas y las estructuras económicas que las determinan, retratando la textura sensorial de unos tiempos líquidos en los que hasta el descanso se ha convertido en una experiencia prémium. ∎