La vida loca. Foto: Alfredo Arias
La vida loca. Foto: Alfredo Arias

Entrevista

Jaime Hernandez: “Las historias no se acaban, solo siguen creciendo”

El dibujante estadounidense, figura central en la historia del cómic independiente norteamericano, visitó España con motivo de dos publicaciones relevantes: la reedición del ya clásico arranque de su saga “Locas” y la edición española de “Dibujo del natural”, su trabajo más reciente.

Jaime Hernandez (Oxnard, California, 1959) aterrizó en Madrid en su gira promocional española. En uno de esos paréntesis entre charlas y firmas, se sentó con Rockdelux para una conversación pausada sobre su forma de trabajar, el paso del tiempo y la vida en las viñetas.

Para lectores no familiarizados con su trayectoria, conviene dar algo de contexto. Junto a sus hermanos Beto y (brevemente) Mario, Jaime Hernández fundó en 1981 ‘Love & Rockets’, una revista de historieta nacida en el circuito de los fanzines y adoptada poco después por la editorial indie Fantagraphics. Desde entonces, el proyecto ha influido de manera profunda en generaciones de autores y lectores que buscaban una narrativa más atenta a la experiencia cotidiana, a las diferencias culturales y a los vínculos afectivos.

Dentro de ese marco compartido, Jaime ha desarrollado el universo de “Locas” (1981-), centrado en los personajes de Maggie Chascarrillo y Hopey Glass, dos jóvenes punk del sur de California cuyas vidas se entrelazan con las de una comunidad amplia y cambiante. Maggie es mecánica, promotora de lucha libre, lectora compulsiva. Hopey canta en grupos, cambia de ciudad, de parejas. Juntas han crecido, discutido, roto, vuelto. Y a su alrededor orbitan personajes como Ray, Izzy, Doyle, Penny Century o Tonta, construidos todos con atención al detalle y sin necesidad de subrayados. Todas sus idas y venidas se han vivido en nuestro país en una docena de volúmenes recopilatorios en los que la evolución gráfica y vital del autor y sus personajes ha sido constante y mantenida.

Nacido en el seno de una familia de origen mexicano, Jaime descubrió los cómics gracias a su madre, lectora de “Archie” (John L. Goldwater, Vic Bloom y Bob Montana, 1941-) y “Peanuts” (Schulz, 1950-2000). Más tarde llegaron ‘MAD’, los superhéroes de Kirby y Ditko y un número de ‘Zap Comix’ que uno de sus hermanos trajo a casa y que cambiaría su manera de entender el medio. La escena punk de Los Ángeles a finales de los setenta hizo el resto: una ética autodidacta, un gusto por lo directo, una sensibilidad permeable a las culturas marginales y populares.

A lo largo de los años, su obra ha recibido premios en todo el mundo y en 2017 fue incorporado al Salón de la Fama de los Premios Will Eisner. Pero, más allá del reconocimiento, lo que define su trabajo es la manera en que los personajes crecen y se transforman sin perder coherencia. “Dibujo del natural” (2025; La Cúpula, 2025), recopilación más reciente de su obra, acentúa ese desplazamiento: el tiempo avanza, Maggie y Hopey ya han pasado de los cincuenta años, las relaciones se recalibran, los personajes actúan con la naturalidad de quien no necesita justificar cada paso.

Poco antes de su presentación en Madrid, en la librería Los 3 Hermanos de Moriarty, Jaime Hernandez nos atiende con humor y mirada tranquila, encantado pero, quizá, un tanto incómodo por el tratamiento de estrella con que se le ha recibido en España y con el que no acaba de sentirse identificado. Un poco de small talk previa disipa esas incomodidades y da pie a una conversación agradable y distendida en la que hablamos de punk, de camisetas, de juventud y de fanzines. También de lo que significa seguir escuchando a los mismos personajes más de cuarenta años después.

Dibujante natural. Foto: Alfredo Arias
Dibujante natural. Foto: Alfredo Arias

La nueva edición de “Locas” (vol. 1; La Cúpula, 2025), que recoge material de los primeros ochenta, ha coincidido con tu visita a España. En “Dibujo del natural”, que recopila historietas de esa saga de los últimos diez años, entre 2014 y 2024, da la sensación de que se cierra un ciclo para Maggie. ¿Fue así para ti?

Sí, me gusta cerrar cosas, acabar historias. Pero Maggie tiene una personalidad tan fuerte que nunca se acaba. Siempre vuelve. Incluso cuando creo que ha terminado, algo en ella pide seguir. Así que, bueno, lo intento… pero ella sigue ahí, escribiéndose sola.

En lugar de, por ejemplo, usar flashbacks para estirar el universo de Maggie y Hopey, vuelves a introducir a la joven Tonta, que ha crecido mucho como personaje. ¿Por qué esa decisión?

Cuando hice una historia sobre una reunión punk con Maggie y Hopey, no funcionó. No me gustó cómo salió. Así que dejé de forzar el pasado. Y apareció Tonta. Tenía personalidad, era potente. La hice conocer a Maggie, se odiaron al principio. Fue muy divertido ver cómo eso creaba nuevas posibilidades. Maggie ya no es la protagonista absoluta. Me gusta ese relevo.

“Cuando hice una historia sobre una reunión punk con Maggie y Hopey, no funcionó. No me gustó cómo salió. Así que dejé de forzar el pasado. Y apareció Tonta. Tenía personalidad, era potente. La hice conocer a Maggie, se odiaron al principio. Fue muy divertido ver cómo eso creaba nuevas posibilidades”

Ese momento en el que Tonta y Maggie beben champán fuera de una boda… ¿un guiño a tus inicios? También montan un club de lectura de cómics…

Sí, ese club es mi homenaje a los fanzines, a cuando empezamos. Cuando ‘Love & Rockets’ salió por primera vez, aún seguíamos un poco las reglas de los cómics convencionales, como Marvel y todo eso. No había realmente una escena para dibujantes jóvenes. Pero cuando empezamos a despuntar, más chavales leían nuestros cómics o los de otra gente, y comenzaron a querer hacer los suyos. Lo curioso es que querían hacerlos para sí mismos. Así que empezaron con lo que llamaban “minis”. Se los autoeditaban. Iban a la copistería, hacían sus propios fanzines. Al principio pensé: “¿Y yo qué? ¿Estoy fuera? ¿Ya soy viejo para esto?”. Pero luego empecé a ver la diversión que tenían. Conocí a más jóvenes que me decían: “Este es mi cómic”. Y me gustaba eso, que hubieran formado su propio club. Yo era el viejo. No me invitaron. Y eso me gustó. No les importaba mi generación, no les preocupaba avanzar, ni hacer dinero ni nada. Solo querían hacer sus propios cómics. Y pensaba: “Cuando era adolescente, era bastante tonto”. No digo que ellos lo fueran, pero tenían una visión positiva de las cosas que yo he ido perdiendo. Y me encantaba esa actitud de “vamos a hacer nuestros cómics, aunque no sepamos dibujar”. No importaba. Lo que importaba era la energía. Y la tenían. No les importaba lo que yo pensara, ni lo que pensara nadie.

Como cuando uno forma una banda sabiendo que no va a sonar bien, pero lo hace igual…

Exactamente. Algunos de esos chicos abandonan porque no ven futuro, porque no pueden vivir de ello. Yo pasé hambre. Pero no paré. Hay que seguir, incluso cuando no puedes más.

Alguien que entre ahora en una tienda y vea “Locas” desde el principio va a encontrar un Jaime distinto. ¿Te pasa lo mismo al mirar atrás?

Intento mantener vivo al niño que dibujaba por puro entusiasmo. El que piensa “¡Qué guay, estoy haciendo cómics!”. Lo único que ha cambiado es cómo me ven. Ahora soy una especie de “leyenda”, y eso me mantiene a distancia. Yo solo quiero seguir dibujando.

¿Por qué sigues publicando en formato revista, en ‘Love & Rockets’, cuando el mercado parece empujar hacia el libro o el digital?

Porque soy ese niño que leía comic books (tebeos). Lo necesito. Me da oxígeno. Cuando hacíamos los libros largos, me agotaba. Tardaba un año en terminar un cómic de cien páginas y empezaba a odiarlo. Volver al formato corto fue salvarme. Ahora lo disfruto más.

“Locas”: viñetas míticas. Foto: Alfredo Arias
“Locas”: viñetas míticas. Foto: Alfredo Arias

Una constante en tu obra son los personajes femeninos fuertes. ¿De dónde viene esa capacidad para escribirlos?

Me crie rodeado de mujeres fuertes: mi madre, mis tías, mi abuela. Ellas mandaban. Nunca me ha molestado que una mujer mande, al contrario. Creo que por eso me salen así, simplemente me parecen reales.

Y además muchos son personajes queer. Siendo un hombre hetero, ¿te genera vértigo representarlos?

Claro. Podría salir mal. Pero Maggie y Hopey no son una fantasía masculina. Son personas reales. Aunque ya no estén juntas, siguen siendo el amor de sus vidas. No quiero forzar nada, simplemente dejo que sean ellas.

¿Cómo vives el momento político actual desde California, con redadas a inmigrantes y retrocesos en derechos LGBTIQ+?

Es deprimente. Por eso no hago cómics políticos. Es como una rueda. Siempre volvemos al mismo sitio. Admiro a quienes luchan día a día. Yo no sabría cómo hacerlo. Pero intento que mis historias tengan humanidad.

¿Sigues conectado con la música punk que marcó tus primeros cómics?

Sí, aunque ahora no me meto en pogos. Me sigue gustando la actitud. En el cómic, Maggie y Hopey también han envejecido. Ya no están en primera fila, ahora quieren una silla. Quería reflejar eso, cómo se cambia, pero también cómo algo sigue siendo igual.

Tus personajes a veces hablan poco, pero transmiten mucho con una mirada. ¿Cómo lo consigues?

Los conozco bien. Sé cómo reaccionan. Y cuando no, me gusta empujarlos un poco, sacarlos de su zona de confort. A veces ellos deciden cómo sigue la historia, no yo.

“Sí, sigo conectado con el punk, aunque ahora no me meto en pogos. Me sigue gustando la actitud. En el cómic, Maggie y Hopey también han envejecido. Ya no están en primera fila, ahora quieren una silla. Quería reflejar eso, cómo se cambia, pero también cómo algo sigue siendo igual”

Y luego están esos mensajes en camisetas o gorras. A veces, el personaje parece comunicarse con ellos…

Sí, me gusta mantener ese punto juguetón. Quiero que el lector quiera más. Pero también me lleva a poner a los personajes en situaciones incómodas que me ponen nervioso. Como esa escena en “Dibujo del natural” donde Maggie y Tonta se conocen y Tonta la odia. Maggie no sabe quiénes son esos chavales que se ríen de ella. Fue duro escribirlo. Pobre Maggie. Pero tenía que hacerlo.

¿Te cuesta reprimir el impulso de proteger a tus personajes? ¿Vives con ellos como si fueran personas reales?

Sí, discutimos. Ellos me ganan siempre. Pero me gusta ponerlos a prueba. “Oh, Maggie, qué bien va todo…”, y entonces pienso: “¿Y si viene un coche? ¿Le da? ¿No le da? ¿Cómo reacciona?”. A veces la obligo a hacer algo distinto y me pregunto: “¿Por qué lo hizo?”. Y resulta que está pasando por algo. Tiene otra mentalidad. Y eso cambia todo.

Última pregunta. ¿Tienes un plan maestro con ‘Love & Rockets’? ¿Sabes hacia dónde va todo esto?

Más o menos. A mi edad, ya puedo contar los años que me quedan. Así que pienso: “Vale, debería cerrar algunas cosas, terminar historias”. Pero con Maggie... con Maggie es diferente. Ella envejece conmigo. O yo con ella. Así que con ella y Hopey, no hay final escrito. Simplemente… veremos qué pasa. ∎

Camino de otoño

“Dibujo del natural”
(La Cúpula, 2025)

Se intuía al leerlo, pero lo confirma el propio Jaime Hernandez: Maggie y Hopey, núcleo emocional de su obra-río “Locas” (1981-), han adquirido tanta entidad que resultan ya casi ingobernables. Quizá el gran salto cualitativo del 50% de ‘Love & Rockets’ llegó cuando sus creaciones se independizaron y empezaron a dialogar de tú a tú con su creador.

Allí donde los habitantes de “Palomar” (1983-1996), la otra mitad del proyecto a cargo de su hermano Beto Hernández, se revelan más como el reflejo de las fantasías, los deseos y las pulsiones de su autor, Jaime ha preferido caminar acompañado hacia el otoño de su existencia. En “Dibujo del natural” el dibujante ha interiorizado esta nueva realidad, y lo celebra con el hallazgo de un personaje, la joven Tonta, retomado ahora tras el volumen “Tonta” (2019; La Cúpula, 2021), que le permite seguir alimentando la electricidad de Hoppers –ese imaginario barrio chicano de California donde sucede todo– sin recurrir a artificios ni atajos emocionales.

Aquí se asumen la madurez, la flacidez de la rutina común y una lectura sin complejos de la novela del aburrimiento. Y, a la vez, se celebra –vía Tonta y su joven pandilla– la emoción de quien redescubre su capacidad de crear y el reflejo de ese teen spirit tan efímero, donde pasar la tarde en un banco haciendo nada es, a la vez, lo más importante y lo menos aburrido del mundo.

Hay set pieces excelsas en este cómic: los ratos muertos dibujando de los jóvenes con toda la vida por delante, el choque generacional entre la chavala Tonta y la madura Maggie, el champán, las confesiones de almohada, esa página de “todo lo no dicho” en la cama entre Ray y Maggie. Piezas que no hacen sino agrandar la figura de un Jaime Hernandez titánico en lo formal y homérico en lo narrativo. Un señor mayor que sabe travestirse según convenga hasta alcanzar un abanico de emociones y sentimientos que nadie espera de él. Es posible que ni él mismo sepa cómo funciona. Es posible que no se vuelva a repetir. Quizá porque pocas veces un autor ha sabido envejecer tan bien con sus personajes. Copas de yate, Jaime. ∎

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