Al igual que el agente Dale Cooper frente a las máquinas tragaperras en el capítulo 3 de esta barbaridad llamada
“Twin Peaks” (Showtime; Movistar Series Xtra, 2017), me entran ganas de gritar a la televisión
“Hellooooooooooooo!” prácticamente a cada cambio de secuencia de este bebop cinematográfico (perdón: televisivo) que
David Lynch nos impone como si nos estuviera dando hachazos en la cabeza. De hecho, ya me sobrevino la euforia cuando, en el primer capítulo, al final de los nuevos títulos de crédito, aparecía
“Directed by David Lynch”: es un auténtico crimen para todos los que amamos el cine que el director de “Corazón salvaje” (1990) haya estado diez años sin ponerse detrás de las cámaras. Y es que, denostado por el establishment tras la incomprensión (del público, pero también de la crítica más cegata) de esa obra cumbre que es “Inland Empire” (2006), el cineasta ha pasado estos últimos años dedicándose a la pintura, la meditación trascendental y la confección de discos de pop electrónico (bastante majos, por otra parte).
No hace falta ver los cuatro primeros episodios de “Twin Peaks” para caer rendidos ante la nueva obra de Lynch, cocreada con
Mark Frost. Con los primeros cuatro planos del episodio piloto nos basta para ser carne (sonriente) para la picadora. El cineasta no solo no ha perdido un ápice de su inteligencia y sensibilidad superlativa a la hora de poner en escena lo inenarrable –las imágenes bailan entre el estupor, el humor absurdo, el terror incómodo y la emoción XXL–, sino que sube la apuesta a manos ciegas llegando a desafiarnos como espectadores a un nivel totalmente inesperado, aun viniendo del firmante de “Cabeza borradora” (1977). Si creíamos que lo habíamos visto todo, toma tres tazas y tres bofetadas, a ver si espabilas (ojo al arranque del tercer episodio, en esa cápsula espacial donde el tiempo funciona a base de
loops y
glitches digitales). Esto no es un
revival, ni un
megamix de “lo mejor de”: es un universo en expansión, acongojante y tronchante, bello y doloroso, experimental y clásico, todo al mismo tiempo. Al igual que ese Cooper, mitad Dorothy, mitad Alicia, tratando de hacerse al nuevo/viejo mundo, nosotros, como espectadores, andamos a tientas frente a este alucine del audiovisual contemporáneo, que ya está en lo más alto de lo visto en 2017 (y en 2117, probablemente también). ∎