Quienes hemos seguido la trayectoria de Pablo Hernando (Vitoria-Gasteiz, 1986) esperábamos con interés su primera película realizada en el marco de la industria, “Una ballena” (2024; se estrena hoy). Formado como director en la escena del cine low cost, su filmografía se distinguió de la de sus compañeros por la ambición de sus guiones y por su dirección precisa, las cuales topaban ocasionalmente con las limitaciones del presupuesto. Diez años después de su último y sugerente largometraje en solitario, “Berserker” (2015), Hernando regresa con “Una ballena”, filme de suficiente envergadura como para consumar su mezcla personal de noir y ciencia ficción, la cual ya ha sido celebrada a su paso por festivales como Gijón o Sitges.
El filme sigue a Ingrid (Ingrid García-Jonsson), una asesina a sueldo capaz de liquidar a quien sea sin dejar prácticamente rastro, ya que puede acceder a una dimensión paralela que le permite desplazarse por la nuestra sin atender a restricciones físicas de ningún tipo. No obstante, tan solo es una visitante en ese otro mundo, habitado en realidad por criaturas de naturaleza desconocida, las cuales le hacen pagar un elevado precio para acceder. Cuando Ingrid se ve involucrada en una pugna por el control de un puerto, actualmente en manos del veterano contrabandista Melville (Ramón Barea), el cerco se cerrará a su alrededor y ambas realidades colisionarán.
“Una ballena” es, en apariencia, un neo-noir criminal (en especial, el tono frío y la narración minimalista remiten al polar francés de Jean-Pierre Melville) con toques de ciencia ficción y terror weird. Sin embargo, su atmósfera cósmica y su ritmo hipnótico recuerdan más bien a “Under The Skin” (2013). Como en el filme de culto de Jonathan Glazer, seguimos a una protagonista hierática conforme se desplaza a través de un mundo a la vez familiar y extraño, lleno de misterios abiertos a la interpretación del espectador. Estas influencias heterogéneas coadunan exitosamente con referencias locales, tales como la dictadura o el contrabando de posguerra, que aportan una pátina de realismo a este improbable híbrido genérico.
Hernando dirige con inusual confianza para un director recién llegado al cine comercial: la sequedad de las escenas de acción contrasta con lo contemplativo de sus excursiones fantásticas, pero ambas fluyen sin problemas gracias a una puesta en escena pulcra y directa, que puede recordar al último David Fincher. Los actores, como cabría esperar en una suerte de polar a la española, tienden a la contención, especialmente en el caso de Ingrid García-Jonsson, que logra construir su personaje mediante un trabajo físico impactante y completamente refractario a cualquier interpretación psicológica.
Ese hermetismo de Ingrid se extiende al resto de la película: el ritmo pausado, la narrativa elíptica (su final enigmático anima a un revisionado) y un tono algo unidimensional contribuyen a la sensación de estar ante una propuesta impenetrable, diseñada para la satisfacción de su creador más que para la del espectador. Sin embargo, es raro en este país ver una obra de género que no haya sido creada como remedo de un filme extranjero de moda, sino que surja de la visión intransferible de un cineasta con un conocimiento profundo de la tradición en la que trabaja. “Una ballena” me produce cierta ambivalencia, pero también alimenta mi esperanza de que, si Pablo Hernando continúa familiarizándonos con su propuesta, algún día todos los secretos de esta película se nos desvelarán. ∎