La vaquera fluida de ojos achinados y suavidad yodel –que raciona para maravillas como “spud infinity”, de Big Thief, presente en la colección– nos regala para este supuesto año de transición en su carrera un directo editado en digital y apropiada doble casete limitada a 500 copias (que volaron casi al instante). 43 cortes –120 minutos– registrados alrededor de unos bolos en el teatro Revolution Hall de Portland, durante la gira de presentación en junio del año pasado de su álbum en solitario “Bright Future” (2024). Pero no nos encontramos ante un disco en directo al uso: además de que se detectan ausencias respecto al repertorio completo de aquellas tardes semiestivales en Oregón, alrededor de once cortes ni siquiera son canciones enteras sino improvisaciones, interludios cazados al vuelo, interacciones con el público rendido a la empática Adrianne, risas y bromas –incluido un inevitable cumpleaños feliz–; en definitiva, algo así como un catálogo de sensaciones sonoras capturadas exclusivamente en magnetófono de bobina y crepitantes grabadoras de casete por Andrew Sarlo, ingeniero y amigo de la saga.
El dylaniano “Live At Revolution Hall” puede interpretarse como un manifiesto posmoderno dada esa costumbre –marca de la casa– de evitar las mayúsculas, o por el protagonismo del ruido y el espacio como si de una artista de música contemporánea se tratara, con la pretensión de reflejar la irregularidad fragmentaria de la vida. En este caso, la de Adrianne Lenker y sus músicos Nick Hakim (piano) y Josefin Runsteen (violín), coprotagonistas de alguno de los momentos más sobresalientes de estas grabaciones, como la conmovedora “ruined” –y los ocho temas procedentes de “Bright Future”–, registrada durante una prueba de sonido que se interrumpe abruptamente, instantes potencialmente fértiles que suelen perderse en el tiempo y que se han querido conservar en, al menos, dos ocasiones más. Otras, como la rareza “fangs, lungs, ankles”, aquí reducida a “fangs”, del EP de maquetas benéfico –para Gaza– “I won’t let go of your hand” (2024), parecen surgir de ratos sueltos que, gracias a la aguda sensibilidad de Lenker y a los gadgets de la era de la reproductibilidad técnica, como diría Walter Benjamin, dejan de serlo también para siempre. Otro momento mágico es “now westlin winds”, donde Lenker confiesa entre risas que no puede cantar la letra pomposa del poeta romántico Robert Burns, “Composed In August”, adaptada por el enfático cantante de folk –ambos artistas de origen escocés– Dick Gaughan, justo antes de recitarle a Sarlo parte del poema mientras se oye pasar una motocicleta. Otro corte “incidental” es “oso”, el perro de Adrianne, a quien espeta: “Can you speak?”. Viñetas de autocomplacencia que, milagrosamente, enamoran.
La disparidad cualitativa de las grabaciones –la coletilla “live” no se sucede siempre en los títulos, creando, seguramente a propósito, confusión a la hora de catalogar la procedencia técnica del corte– y la discontinuidad de la selección de temas respecto a los setlist originales confieren vida extra a un proyecto cuyo propósito no exige rebuscar móviles y razones gracias a la belleza de piezas americanas como las oriundas de “Dragon New Warm Mountain Believe In You” (2022), la rareza “born for loving you”, cara B del sencillo “Vampire Empire” (2023), que Lenker dedica a su madre, seguida de una versión microscópica de “i will always love you” –para regocijo de la entregada audiencia– y otras del catálogo –nueve en total– de Big Thief, así como del suyo individual, donde también destaca en volumen –hasta seis cortes– “Songs And Instrumentals” (2020), grabado originalmente en una crujiente cabina de madera perdida en los montes de Massachusetts, gemas ya clásicas como “indiana & sneezing”, de su álbum “Hours Were The Birds” (2014) –con un tipo estornudando de principio a fin, de ahí la coletilla “sneezing”, que acaba en jolgorio generalizado de la sala–, “symbol”, de “abysskiss” (2018) –entre Nick Drake y Mark Kozelek con la intervención estelar, o cósmica, de Hakim y Runsteen–, o los inéditos “oldest” –“una de las canciones más viejas que tengo”–, “happiness”, “no limit” –“una de mis canciones favoritas… mías, jajaja”–, “ripples” y “i do love you”. Guau.
Con los mimbres expuestos, nunca se puede estar seguro de que las cuentas cuadren, pero sospechamos que es de eso de lo que se trata, de darnos algo bueno, no perfecto. Si la vida se pudiese contar como una sucesión fenomenológica de momentos malos, reguleros y buenos, que aquí son la mayoría, “Live At Revolution Hall” es precisamente eso. Como el guion de una road movie donde sus actores actúan relajados –nunca resulta fácil frente a un público–, fotografiando el corazón con composiciones simples de forma pero complejas en emoción como las de Adrianne Lenker. Una experiencia casi cinematográfica, o documental sonoro, que podría entrar de refilón en el género de las “falsas” bandas sonoras”, cuyas pistas han sido editadas solo al mínimo sin importar los ruidos (eso que nos rodea diariamente y que la música contemporánea, al menos desde John Cage, quiso capturar sin pedir perdón al clasicismo), casi como si de un anacrónico testamento musical se tratase, solo que Lenker sigue vivita y coleando. Es interesante el aspecto amateur porque, en este caso, no hace sino resaltar lo genuino de la belleza y felicidad, melancolía y pesares, que desprende la aurática muchacha de Big Thief con sus canciones. Una experiencia íntima e inagotable que extrae de la tecnología digital el máximo partido, desafiando la ortodoxia –es decir, aquello que tiende a lo común–, ahorrando medios y dando un puntapié de naturalidad analógica, también con mucha gracia, en el tafanario de adefesios de última hora como la Inteligencia Artificial. ∎