EP

Amateur

PompeyaMushroom Pillow, 2025

Tres EPs digitales –“El golpe” (2017), “Será verdad” (2017) y “Queda un gran camino por hacer” (2024)– y dos álbumes –“Debut!” (2017) e “Impasse” (2024)– componen la magra discografía de Amateur, a la que añaden ahora este minidisco de tres canciones –en realidad son dos– para el que han elegido un título de connotaciones apocalípticas como Pompeya, antes elegido por artistas tan heterogéneos entre sí como Pink Floyd, Azul y Negro, Rufus T. Firefly o Cate Le Bon. “Pompeya” procede en realidad de las sesiones, que no ruinas, del segundo LP de estos veteranos donostiarras de espíritu joven, las últimas que les quedaba por redondear antes de concluir definitivamente esa etapa creativa.

Mikel Aguirre (voz y guitarras), Cheli Lanzagorta (teclados) e Iñaki de Lucas (percusiones y antiguo legionario en las cohortes rockeras de Rafael Berrio) matizan desde la primera pieza, “Arde Pompeya al fin”, las sonoridades soft marca de la casa de los ex La Buena Vida, para adentrarse en atmósferas sonoras más turbias entre la dicción poética de unos Carlos Entrena/Javier Aramburu, el lirismo de las últimas Vainica Doble, los coloridos sintéticos de John Grant, las metáforas naturalistas de Javier Corcobado y las profundidades existenciales de Nacho Vegas. Músico con este último, también en Havoc y Caballos Yonkis, y hombre sin duda a seguir, Pedro Gracia Pérez de Viñaspre es el autor de la letra –también hizo “Los hijos”, en “Impasse”–. El tema, casi una suite en cuatro movimientos, comienza con una introducción dramática de piano y cuerdas que pasa una melodía con ritmo de bossa nova antes de transfigurarse en la esperada erupción emocional de esta canción pop total que toma aún más temperatura gracias al flujo piroclástico que algún día arrambló las cuerdas vocales del gran Diego Vasallo, que entra en la segunda parte de la canción –el ex Duncan Dhu ha participado también en los dos álbumes de Amateur–. Un temazo candidato a permanecer entre lo más caliente a final de año.

Sigue la idiosincrática –recordemos “En un día gris” de Aventuras de Kirlian o cualquier canción de La Insidia– y más acústica “Sopla un viento frío de febrero” en inteligente contraste frente a tanto romanticismo volcánico, rebajando el mercurio unos cuantos grados y de nuevo con mucho protagonismo del piano. Una pieza costera y boreal que se decanta por la hermosura de lo íntimo, de lo pequeño, del momento y, por supuesto, de lo nublado frente al sobrevalorado astro rey. Recuerda a Nick Drake, aunque este se decantara más por las lunas rosas. “Pompeya”, la tercera pieza, prescinde de la introducción y coda de “Arde Pompeya al fin” –un minuto en total–, eleva el ritmo, los arreglos intermedios remiten esta vez a Carlos Berlanga y la voz preciosa de Alondra Bentley sustituye a la cavernosa de Vasallo alumbrando un tono nuevo entre parisino, porteño y de bolero, justo antes de dejarte suspendido en el aire al fin este disco de doce minutos que suena a otras músicas precedentes –todas sublimes, sí– y con el que, en definitiva, es menos probable fallar. Pero que alguien lo mejore. ∎

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