El excesivo “Honestidad brutal” (1999) parece convencional ante la desmesura de “El salmón”. Hay que estar loco para enfrentarse al análisis de sus cinco CDs, de sus 103 canciones. Pero así es el trabajo de un crítico, yonqui de la exégesis sin más premio que dos dudas eternas: ¿es bueno o es malo?, ¿me gusta o no me gusta? Hay que salir a respirar y olvidarse de los discos, para volver a escucharlos con la cabeza en el banquillo… hasta que de repente lo ves todo claro: ¡el concepto!
“El salmón”, como concepto, es una patada en los cojones de la industria. Calamaro ha querido demostrar que cien días de grabación pueden dar para un centenar de canciones: notables, buenas, malas y horrorosas. Ha querido llevar hasta las últimas consecuencias la libertad del músico frente a la dictadura del estudio, frente a la tiranía del álbum constreñido a un CD (aunque en Argentina de momento solo se edita el primer compacto). En su guerra, el cuatro pistas es el AK 47 de los guerrilleros que nunca entregan las armas. Y su munición son las canciones, tantas como quiera. Loable, pero nada nuevo: Prince, The Magnetic Fields, Babybird, Merzbow y tantos otros disparan desde ese mismo bando. Pero aparte del concepto necesitamos algo más para recomendarlo. Y lo recomiendo aunque prefiera “Honestidad brutal”, un álbum violentado por dolores, ausencias y arrepentimientos pero menos brutal y esquivo para el oyente que su continuación.
El contenido lírico de “El salmón” arranca de la desintegración del álbum anterior. Especialmente en los tres primeros CDs, nos habla de la necesidad de olvidar, de alguien que busca apuntalar una nueva vida sin sufrimientos, de un hombre que se impone como tarea recomponer desde una perspectiva autoirónica un modo de vida esclavo de ese “sexo, drogas y rock’n’roll” al que no quiere renunciar. Y lo expresa de manera atropellada, mezclando tóxicos y sentimientos, quebrantos de emoción y pedazos de realidad en unas letras que, por sí solas, son lo mejor del álbum. Pero la ironía que Calamaro se aplica a sí mismo lo lleva a embriagar las canciones de armonías y contextos musicales a veces disparatados que restan fuste dramático a los textos. Es una opción similar a la de Albert Pla, capaz de envolver tremendismo en ropajes de apariencia inofensiva, pero que el hispano-argentino todavía no ha conseguido sintetizar con la efectividad que seguramente persigue.
Dicho de otro modo, en “El salmón” se renuncia al melodrama para mitigar el sobrecogimiento, incluso para reírse de él: poco Dylan, muchas versiones de The Beatles, pocos estribillos para identificarse a la primera y menos rock de corazón partío, salvo cuando se arrima a maestros del tango (ahí su voz sí tensa las cuerdas de la emoción, pero sobre textos ajenos) o cuando asoma un momento de debilidad. Es entonces cuando Calamaro rompe su nueva baraja, pide que alguien le diga lo que tiene en el pecho y se lo saque de mala manera, y firma al menos dos decenas de canciones para retener en la memoria. ¿Álbum fallido? Yo diría que parece un work in progress en tiempo real; y como tal, irregular, fascinante, abrumador y disperso, pero con esos destellos de genio que unos preferirían condensados en un solo disco… Así es también la vida. Y sí, pese a todo, es bueno y me gusta. ∎