Álbum

Carlota Flâneur

What My Body WantsHidden Track, 2025

Los biorritmos de Carlota Cerrillo Moya (el nombre que delata el DNI de Carlota Flâneur) no se corresponden con los de un tiempo tan atropelladamente hipertrofiado como el que vivimos. No parece tener prisa. Va publicando sus cosas, pero muy dosificadamente. Y con una concisión que redunda en la idea de que solo nos cuenta algo cuando realmente siente la necesidad o piensa que depara la necesaria consistencia: solamente una de estas nueve canciones rebasa los tres minutos. “What My Body Wants” es su segundo álbum –curiosamente, se ha publicado un 16 de septiembre, al igual que su debut largo, Uncertainty, que vio la luz el 16 de septiembre de 2022–, pero pululan por el mundo miles de EPs con mayor minutaje, desde luego.

Tan solo “Relate”, el delicioso single que publicó el año pasado junto a Marta Knight, podía dar pistas de lo que aquí tenemos. Pero tampoco es exactamente así: a favor de su personalidad como artista cabe decir que ni aquel LP de hace tres años delataba flagrantemente el sello de Ferran Palau como productor (aunque también estaba ahí y en algo tenía que notarse) ni tampoco este refleja de forma evidente (sin mirar previamente los créditos) el concurso de Emili Bosch (b1n0) –quien ha desempeñado la misma labor antes para Sandra Monfort, Iris Deco, Rigoberta Bandini, Amaia o Maria Hein–, ni siquiera teniendo en cuenta que este se encarga también de los sintes y la guitarra, y que su compañero en b1n0, Malcus Codolà, se ocupa también de la batería (Jordi Bosch le hace del bajo). No, no puede decirse que esto sea un disco de b1n0 con voz femenina. Es un disco de Carlota Flâneur. Rotundamente. Como lo era también su antecedente.

¿Y en qué consiste un disco de Carlota Flâneur a estas alturas, en esencia? Pues en un trazo sintético de tacto liviano, en ocasiones casi ingrávido, de abierta y diáfana inspiración pop, armado sobre estructuras detallistas pero en absoluto abigarradas ni extremadamente complejas ni tortuosas, en consonancia con la diversidad multicromática que ha poblado hasta ahora casi todas sus portadas. Una propuesta límpida, muy aseada (a veces pienso que en exceso, que un puntito de mala leche no le vendría mal), que cuando busca el impacto instantáneo, lo recaba en piezas como “Trust”, que pueden remitir a cierto universo compartido con Arlo Parks o Lola Young, pero también en “Watery Eyes” (que invita tímidamente al baile) o en “Overthink”, que se mece al son de sus elegantes vaharadas de sintetizador. A sus 25 años, la catalana sigue utilizando un minimalista formato de canción como herramienta de autoconocimiento –no se ha pasado aún al castellano, ¿acabará haciéndolo?– al servicio de un repertorio que aquí también se guarda un par de desvíos del argumentario central: la reflexión sobre actuar en directo que sustancia la acústica “On Stage” –producida por Amaia Miranda– y el amago de balada que es “Good Intentions”, que oficia de cierre del disco. Sin hacer demasiado ruido, sin aspavientos, sobreactuaciones ni mudanzas de piel, sigue haciendo camino. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados