Milán, marzo de 2020: las calles están desiertas a plena luz del día, sumidas en un silencio que es como una maldición que solo rompen las sirenas de las ambulancias. La escena es tan recurrente, está tan saturada en la memoria colectiva, que la mente se resiste a volver allí; parece imposible que solo hayan pasado dos años y medio. Fue entonces cuando Caterina Barbieri empezó a trabajar en “Spirit Exit”, confinada en su piso a pocas manzanas del centro de la capital lombarda mientras morían miles de personas cada día, y esa experiencia de reclusión frente a un escenario de pánico, tragedia y colapso sanitario conformó la base de esta música.
Ante la imposibilidad de salir de aquel apartamento, Barbieri se volcó en estas piezas de manera casi ascética –dedicada a componer durante todo el día, sin distracciones– como un desafío a los límites del espacio físico para lograr escapar a través de las ideas. El poder de derribar las fronteras de lo material a través de la creación la llevó a inspirarse profundamente en el trabajo de autoras de distintos siglos a las que, sin embargo, une la necesidad de liberarse de las barreras físicas mentalmente.
De la mística de “Las moradas” de Santa Teresa de Jesús a la poesía metafísica de Emily Dickinson o el pensamiento poshumanista de la filósofa Rosi Braidotti: de un modo u otro, esas obras remiten a la necesidad de traspasar la realidad material, y Barbieri no solo logra trasponer ese imperativo a “Spirit Exit” fielmente, sino que lo ejecuta de manera sobrecogedora, convirtiendo esta música en un trance revelador que va más allá de lo conceptual. Es una experiencia que consigue fundir la barrera entre lo físico y lo mental, haciendo que esos dos planos se superpongan.
En realidad, esa voluntad de trascender la materialidad ya estaba presente en la artista italiana, empezando por su obsesión por la fisicidad del sonido a través de la síntesis modular y la convicción de que sus brocados de arpegios tienen el poder de alterar la consciencia, deformando la percepción y la proporción del tiempo y el espacio. La diferencia está en la fuerza y la claridad con que “Spirit Exit” logra activar esos resortes, precisamente porque Barbieri demuestra un mayor dominio de la composición.
Pese a la cualidad física de los sonidos sintéticos y la importancia del volumen en su trabajo, la melodía es la mayor de sus obsesiones. Barbieri piensa en ella como un nudo que tratar de desenredar, una metáfora de algo más grande y profundo, formulada a través de una sucesión de arpegios en espiral. Y nunca ha estado tan cerca de desentrañarla de un modo tan elegante y perfecto como aquí.
A diferencia de su material anterior, creado a partir de la improvisación en directo y donde el diseño de la amplificación del sonido y la acústica de los espacios en los que tocaba cada noche alteraban la forma de esas grabaciones (fragmentos editados de bloques de música capaces de alargarse durante horas, de evolucionar hasta el infinito a partir de pequeñas alteraciones), “Spirit Exit” es el primero de sus discos ideado y compuesto entre cuatro paredes.
Las orlas sintéticas sobre las que se levanta “At Your Gamut”, el corte que abre el álbum, emergen entre las sombras de frecuencias distorsionadas, y el refinamiento y la voluntad de concreción se hacen evidentes desde el primer momento. Barbieri parece buscar una belleza más eficiente en los contornos y las variaciones de esta música, llevada quizá por la necesidad de dar más espacio a su voz, que toma un protagonismo insólito en “Transfixed” y la asombrosa “Canticle Of Cryo”.
De la pieza central del álbum, “Knot Of Spirit”, también existe una versión junto a Lyra Pramuk que Barbieri ha decidido omitir aquí. Liberada del registro ampuloso de la voz de la artista de Pensilvania, esta toma instrumental hace relucir notas en cascada que parecen discurrir como la consciencia resbalándose desde la vigilia hacia el sueño. Al otro lado de ese velo, hacia la segunda mitad de la pista, hay patrones sintéticos que parecen figuras translúcidas que se iluminan y se apagan, generadas a partir de algún tipo de cálculo exponencial, de una ciencia secreta.
Ese giro en “Knot Of Spirit” da paso a la vertiente más intensa del disco con “Broken Melody” (lo más cerca a una canción pop de lo que Barbieri ha estado nunca), “Life At Altitude” (que logra cotas de expresividad inusitadas) y la trepidante “Terminal Clock”, donde un ritmo frío y punzante irrumpe por primera y última vez.
“Ecstatic Computation” (2019) culminó un proceso de búsqueda en el que Barbieri se había enfrascado durante años para formular su propio lenguaje. Si aquel disco portentoso proponía un alfabeto, un código del sonido, “Spirit Exit” construye toda una mitología a partir de ese sistema con música que guarda semejanzas con el sincretismo de Oneohtrix Point Never, el detallismo obsesivo de Lorenzo Senni en lo que él mismo ha venido a llamar puntillismo sonoro o la inspiración medieval de Kali Malone, pero cuya ambición y calado sobrepasan corsés estilísticos y límites temporales. Como en “The Landscape Listens”, que cierra el disco con una pastoral futurista: un diorama de ocres y verdes empañados, suspendido en un claroscuro perpetuo bajo los párpados. ∎