Digámoslo claro y a bote pronto: esto se hace más largo que un día sin pan. Se me ocurren centenares de formas más provechosas de invertir dos horas y once minutos (si sumamos a este su precuela: ambos figuran unidos en streaming) de nuestro valiosísimo tiempo. Estamos ante la continuación de un disco ya prescindible de por sí, aquel “SWAG” que se publicó el pasado mes de julio, pero con el matiz de que ahora son 23 canciones que añadir a las 21 de la primera entrega. Un exceso total. No hay quien se lo endilgue de un solo bocado. Casi diría que ni propinándole varios. Hay que ver lo mal que le ha sentado a este hombre la crisis de los treinta: parece un artista amortizado, algo así como el Macauly Culkin del pop, de lo atropelladamente que ha ido carbonizando etapas desde que debutase cuando apenas era un imberbe adolescente.
No hay Carter Lang que saque adelante esto, por mucho que su currículo como productor luzca episodios bastante más lucidos junto a SZA, Post Malone, Doja Cat o Lil Nas X: Justin Bieber parece querer seguir jugando a ser negro cuando es más blanco que la cal (algo que no le aboca al fracaso de por sí: la historia lo demuestra, de Elvis al propio Post Malone, pasando por Beck o Eminem), pero su inmersión de cabeza en el R&B y sus vericuetos contemporáneos se salda con una deriva de lo más insulsa y pagada de sí misma. Especialmente cuando se explaya en baladas –peñazo, de un melifluo hasta decir basta: cosas del calibre de “I DO”, “BETTER MAN”, “NEED IT”, “ALL THE WAY”– o las acústicas –ahí al menos varía un poco el registro, algo es algo– “MOTHER IN YOU” y “EVERYTHING HALLELUJAH”. En esencia, nada que no hayan hecho cientos de artistas (y mucho mejor) antes que él. Y seguro que con menos presupuesto.
Los únicos momentos realmente aprovechables son aquellos, y es francamente sintomático, en los que meten mano con determinación agentes externos: un ejemplo es el acercamiento al manido registro de Michael Jackson en “DON’T WANNA”, en la que, junto al británico Bakar y la producción de Mike Will Made It, se acerca a la recurrente plantilla de “Wanna Be Startin’ Somethin’”. O su aproximación a la textura del trap junto al norteamericano Hurricane Chris en “POPPIN’ MY S***”. Tampoco están nada mal la evocación a la pegada sinuosa de un Steve Lacey, a quien emula en “SPEED DEMON”, o la lograda atmósfera de intimismo synthpop que emana de “SAFE SPACE”, junto al californiano Lil B (inicio a lo The 1975 y desarrollo a lo The Prodigy), así como la resultona solución rítmica de “OH MAN”. Pero son pequeños islotes en medio de un océano de irrelevante modorra, solo apta para fans de star wannabes tan desorientados como el canadiense, que siguen marcándose el rollo de juguete baqueteado por la industria. Esa a la que tanto critican (la misma que los ha aupado), y que tantos (supuestos) obstáculos va colocando en su camino hacia la ansiada respetabilidad adulta, por la que no dejan de suspirar. Y no siempre cuela. Escribo esto mientras escucho los sonrojantes ocho minutos de ese inenarrable cierre que es “STORY OF GOD”, uno de los momentos (pop) más ridículamente seudotrascendentes del año, diríase que gestado bajo los efectos de alguna sustancia agudamente psicotrópica. ∎