Disco destacado

Kendrick Lamar

Mr. Morale & The Big StepperspgLang-Top Dawg-Aftermath-Interscope-Universal, 2022
Kendrick Lamar volvió a ganar en la lista de los mejores discos del año en Rockdelux: tercera vez que lo consiguió (desmarcándose de Portishead, Animal Collective, PJ Harvey, Kanye West y Low, con dos triunfos cada uno en las listas de Rockdelux), y además de manera consecutiva. En 2015, en 2017 y en 2022, con sus tres últimos discos. Es, sin duda, la voz más importante de este siglo XXI en la música. Juan Cervera comentó “Mr. Morale & The Big Steppers”, doble álbum dividido en dos partes (“Mr. Morale” y “The Big Steppers”), casi setenta y cinco minutos de sounds & lyrics de primer nivel, la coronación definitiva del Mesías del hip hop.

Cuando has firmado obras como “To Pimp A Butterfly” (2015) y “DAMN.” (2017) no debe de resultar fácil conservar el estatus de Mesías del conscious hip hop, especialmente en un mundo en continua transformación y en encarnizada lucha por destacar, por uno u otro motivo, sobre la jauría de nombres que pueblan la jungla rap norteamericana.

Kendrick Lamar parece ajeno a estas batallas, trabajando a su ritmo y conservando un perfil bajo, alejado de los rings de la notoriedad a cualquier precio y más preocupado por encontrar su equilibrio personal en un show business feroz capaz de encumbrar y devorar a sus retoños en menos que canta un gallo.

Cinco años después de “DAMN.” y con el preludio de la quinta (y sublime: Marvin Gaye en el siglo XXI) parte de “The Heart”, aparecida el pasado 8 de mayo, Mr. Duckworth parecía estar listo para desplegar las páginas sonoras de su quinto largo oficial, un “Mr. Morale & The Big Steppers” que se presenta como un doble álbum dividido en dos partes (“Mr. Morale” y “The Big Steppers”), casi setenta y cinco minutos de sounds & lyrics que vuelven a golpear con una fuerza poco común en la música actual y que refrendan el poder de la palabra musicada.

Es realmente emocionante observar cómo Lamar se expone en las dieciocho piezas del álbum, mostrándonos sus debilidades y flaquezas con una crudeza que alumbra el devenir de una vida marcada por el trauma y el constante esfuerzo por superarlo y hallar la paz interior. La fama y la riqueza no son la respuesta (queda meridianamente claro en “United In Grief”, el tema de apertura), y Dios puede ser un camino pero tampoco parece ser la solución definitiva: la implacable realidad es que hay que enfrentarse en solitario a los demonios que nos habitan, por mucha ayuda (espiritual, médica) que podamos atraer para aplacar los tormentos interiores.

“I got some true stories to tell”, afirma el californiano en “N95”. Y las cuenta, alto y claro, como si nos permitiera hojear con total libertad en su libreta de anotaciones autobiográficas.

Si “To Pimp A Butterfly” era como una novela (o película) sobre las circunstancias de vivir y crecer en Compton (y, por extensión en unos Estados Unidos roídos por el racismo y las desigualdades), “Mr. Morale & The Big Steppers” es un estriptis personal enfocado en el protagonista, un rosario de sus inseguridades y fragilidades (aunque sin olvidar el entorno en las que estas se gestan: “Most of the people that you grew up with are now in the chain gang”, dice en “Rich (Interlude)” sobre una cascada de piano entre la esquizofrenia y el clasicismo “culto”), un almanaque que pone sobre el tapete las grietas familiares y el abuso infantil, la homofobia y la cultura de la cancelación (y en este punto hay un pequeño problema: la presencia en algunos temas de Kodak Black; el rapero de Florida no tiene precisamente un currículo muy edificante), la idolatría hacia las figuras públicas y el endeble y problemático equilibro que amalgama las relaciones interpersonales (espectacular la “pelea”, con sample de Florence + The Machine, de “We Cry Together”, mano a mano con la actriz Taylour Paige), como si observáramos impúdicamente por un agujero secreto durante unas de sus sesiones de terapia psicoanalítica. Una señal que pone los pelos de punta, por ejemplo, se comprime en “Father Time”, uno de los highlights del disco –cuerdas, piano, gran cameo de Sampha–: “Daddy issues, hid my emotions, never expressed myself / Men should never show feelings, being sensitive never helped”.

“Two-steppin’ away from rappers, I don’t trust their true intеntions / I’m not in the music business, I been in the human businеss”, proclama en “Purple Hearts” (con Summer Walker y Ghostface Killah: una de las piezas más radio friendly del trabajo), uno de esos versos-anzuelo para averiguar muchas de las claves de un álbum que busca la empatía del oyente con el/los protagonistas de las canciones en un ejercicio de “humanismo” (sonoro y lírico) como catarsis para adormecer demonios del pasado y del presente.

Lamar sabe que no va a contentar a todo el mundo (“And I can’t please everybody / No, I can’t please everybody / Wait, you can’t please everybody”: “Crown”), pero sabe admitir que los gestos honestos importan (mucho) en el camino de espinas hacia la topografía de un mundo (social, personal) mejor.

Antes de que “Mirror” cierre el libro –con su homenaje nada disimulado a Marvin Gaye y Curtis Mayfield– y con una confesión resignada y conmovedora (“Sorry I didn’t save the world, my friend / I was too busy buildin’ mine again / I choose me, I’m sorry”), coloca otra piedra preciosa de un dirty realism feroz: “Mother I Sober”, un relato de abusos narrado con una sangrante serenidad in crescendo sobre notas de piano, leves coros y una regia Beth Gibbons (Portishead) elevando el estribillo (“I wish I was somebody / Anybody but myself”) que parece una página inédita de algún manuscrito extraviado de Richard Wright, Alice Walker o James Baldwin.

En estos tiempos de velocidad y cansancio (o de cansancio y velocidad), de (in)certezas líquidas y de convicciones efímeras, Kendrick Lamar ofrenda una sólida roca musical y poética sobre la que descansar, echar el ancla y lamernos las heridas, una expedición sin seguro por los arañazos del daño psíquico y sus consecuencias (y sus inevitables contradicciones) en una obra inmensa (otra) de la cultura negra contemporánea ante la que cualquier genuflexión se queda corta. El Mesías –el verdadero Yeezus– ha vuelto: ¡Aleluya! ∎

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