“Animalia lotsatuen putzua” (“El pozo de los animales avergonzados”) es un viaje de vértigo asentado en las dobles guitarras eléctricas y baterías, el bajo y las voces. Es un ritual de dolor y cura del que no pueden desligarse los textos de, una vez más, Martxel Mariskal, prosa poética o poemas en prosa que escarban con imaginación en las arterias del existencialismo y la angustia para encontrarle un sentido al hecho de vivir.
“Estamos despellejando el cielo con nuestras uñas afiladas”: una frase, al azar, que se clava como chinchetas oxidadas en el hueso del alma. Otra:
“Todos somos enigmas ancestrales del futuro, en los límites del éxtasis”.
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“Ezlekuak” (2007), poco prolíficos, autoexigentes, “Animalia lotsatuen putzua” contiene únicamente seis canciones en cuarenta y cinco minutos. Nada sobra, nada falta. Depuran su fórmula de electricidad domada, refriegan calma y violencia, declaman como si les fuera la vida en ello. Una centrifugadora emocional cuyo impacto no se diluye ni cojea. El apasionante tsunami de la banda no admite medias tintas: arrasa, libera. Entrar en Lisabö es sentir cómo bulle la sangre y el cuerpo se tensa, es despertar del letargo de una anestesia impuesta, es morder, gritar, sangrar. Es un viaje al límite con gratificación final, la que siempre se logra tras perseguir un esfuerzo tan doloroso como esperanzador. Aprieten los dientes: Lisabö han vuelto. Gracias. ∎