El presente de la música independiente, vendido a la ilusión de la novedad, es para los grupos como una amante ingrata que te da la vuelta en la cama y luego no te responde a un SMS exploratorio de doce caracteres.
Radiohead, seguramente, es uno de los grupos que mejor lo sabe: aunque su penúltima colección de canciones se la tuvieron que sacar con fórceps, su música ha sido siempre digna y coherente, altamente arriesgada para el circuito donde despacha más plásticos, y los aficionados no corremos el riesgo de sonrojarnos mañana viendo a Thom Yorke en la tele tocándole la cabeza a un huérfano de Darfur, pero sin embargo la banda enfrenta críticas furibundas de unos medios especializados que no compran a unos mediofondistas millonarios por más que la suya sea una trayectoria mil veces más coherente que la de las supernovas que etiquetamos erróneamente como salvadores del cotarro año tras año.
Sobre estos mimbres, y de vuelta a 2007, los de Oxford acaban de revolucionar en un tiempo récord la monstruosa tragaperras discográfica ofreciendo su séptimo LP al precio que cada comprador convenga en pagar, y lo han hecho con diez canciones extensamente probadas y ajustadas en directo que suenan grandes y orgánicas como una pala llena de tierra mojada. Con sus ingredientes de siempre, sí, quizá recuperando el talento por el pop triste para las masas de
“OK Computer” (1997) en detrimento del pulso robótico de
“Kid A” (2000), pero también con nuevos aires soul (
“House Of Cards”) y préstamos de pop sinfónico (
“Faust Arp”), el grupo que no quiso ser U2 da otra muestra de grandeza a un público dividido entre quienes no la necesitan y los que la niegan de plano por pura y burra militancia, y el resto de todo esto son solo cuarenta y dos minutos de música que merecen por lo menos una escucha, aunque sea a 128 kbps y con auriculares. ∎