Disco destacado

Rosalía

MotomamiColumbia-Sony, 2022
Cantante con solera y ávida consumidora de su tiempo, Rosalía no defraudó las expectativas puestas en su potencial. Tercer disco y nueva obra de consideración. Por tercera  vez, disco del año en Rockdelux  (y desempate con los ganadores  en dos ocasiones Negu Gorriak, Sr. Chinarro y Los Planetas en las listas de Rockdelux): pleno total con cada uno de sus álbumes; tres de tres. Rosalía, dejando de lado el flamenco y volcándose en el reguetón, marcó el ritmo de 2022. Santi Carrillo analizó a fondo un disco histórico, el mejor del año, con diferencia, en el apartado nacional en las listas de Rockdelux.

Hace tres años, el 28 de marzo de 2019, Rosalía iniciaba su andadura hacia “el difícil tercer álbum” con el reguetón minimalista “Con altura”. Era la primera canción tras el mayestático “El mal querer” (publicado solo cinco meses antes), y en ella, junto a J Balvin y su escudero El Guincho, cantaba: “Vivo rápido y no tengo cura”. Arrancaba así su periplo hacia este “Motomami” que, esperadísimo, ha aterrizado hoy en tiendas y plataformas. Previamente, “Aute cuture”, “Milionària” / “Dio$ no$ libre del dinero”, “Yo x ti, tú x mí”, “A palé”, “Juro que”, “Dolerme”, “TKN”, “La vas a olvidar” y “Linda” nos han procurado un rutilante y heterogéneo tránsito hasta llegar a “Motomami”: pop, rumba catalana / balada R&B, reguetón-pop, experimental glitch pop, flamenco por tangos, balada pop-rock, reguetón con gangsta rap, atmosférico baladón de cámara, más reguetón con dembow y flamenco-pop… Le han pasado tantas cosas a Rosalía en estos 36 meses que, buf, no hay parangón posible en la historia del pop español con respecto a ningún otro artista con tan descomunal y exitoso impacto global (sí, Julio Iglesias, pero era otra época, macerada en un ritmo predigital de vieja escuela, no tan inmediata).

Los sorprendentes cinco singles de “El mal querer” –tres antes de la publicación del álbum: “Malamente”, “Pienso en tu mirá” y “Di mi nombre”; dos después: “Bagdad” y “De aquí no sales”– otorgaron a esta inicialmente compleja obra conceptual –con sus fundamentos asentados en “Flamenca”, novela occitana del siglo XIII– un estatus de comercialidad objetivamente difícil de asumir… si no fuese porque, con sorpresa y gozo, vivimos y disfrutamos todo lo que ya sabemos; sucedió: fue hito, leyenda y aldabonazo que confirmó que, con talento y riesgo, también es posible llegar al gran público.

Rosalía ya había impresionado con el severo y fantástico “Los Ángeles” (2017), heterodoxo y por momentos experimental debut flamenco hecho con un muy imaginativo Raül Refree a la guitarra. Más allá de su función de documento histórico primigenio en la carrera de la estrella que luego sería, no debería quedar en el olvido ese disco, auténtica joya atemporal: Rosalía se catapultó a tiempos pretéritos para cantar cantes añejos como una cantaora vieja de espíritu joven y, de paso, versionar a Bonnie ‘Prince’ Billy. Cambió de registro solo un año después para, sujeta al hyperpop de El Guincho, volar hacia un nuevo ámbito escénico que, siempre con el flamenco profundo en su esencia, que no el flamenquito, fue moldeando y alambicando hasta crear un sorprendente territorio nuevo: “El mal querer”, con osadía y merecimiento, se instaló en el ecosistema universal del cajón de sastre del pop electrónico meets R&B para triunfar masivamente. Ambos álbumes, mejores del año en Rockdelux; el segundo, también el mejor de la década.

En efecto, Rosalía es la personalidad –junto con Rafa Nadal, Javier Bardem y Penélope Cruz– más internacionalmente reconocida de la sociedad española en lo que llevamos de siglo XXI, pero, en su caso, y a diferencia de las otras tres figuras, todo lo ha conseguido en tan solo ¡¡¡¡¡cinco años!!!!! Hablamos de la mujer que ha colaborado con artistas tan estilísticamente distantes como James Blake, Arca, Sech, Bad Bunny, Oneohtrix Point Never, Baby Keem, A. Chai, Ozuna, Tokischa y Rauw Alejandro; la que ha participado en las bandas sonoras de fenómenos televisivos como “Juego de tronos” y “Euphoria”; la que ha sido invitada musical al mítico programa de la televisión estadounidense ‘Saturday Night Live’ dos veces (con Bad Bunny hace un año y, este pasado sábado, sola, con su “un momentito, un momentito, es que me gusta Nueva York…” en medio de la interpretación de “Chicken Teriyaki”; por cierto, es la artista con más canciones “singing in spanish”, tres, en toda la historia del longevo programa, ya con 47 temporadas); la que ha puesto a cantar en español, aunque fuese simbólicamente, a Travis Scott, Billie Eilish y The Weeknd... Y todo eso ¡¡¡en tres años!!!

Tercer asalto ganador.
Tercer asalto ganador.

Y para reconfirmar que el sonido contemporáneo no se entiende sin las canciones y los vídeos de Rosalía, creadora de una nueva estética prescriptora, “Motomami”, con su bombástico inicio, lo atestigua de nuevo. Unas inesperadas escobillas de jazz introducen el asunto. Se trata de una intro inusual para la explosión que llega acto seguido con “Saoko” (con el vídeo grabado en Kyiv hace solo unos meses), su reivindicación del reguetón como música popular. El que fuera segundo single de adelanto de “Motomami” es una predeterminada y evidente señal de aprobación al “Saoco” de Wisin con Daddy Yankee que publicaron en 2004: reguetón canónico que ella ensucia, endurece y aprieta electrónicamente para distorsionar con bajos gordos un magma que define el territorio Rosalía; si tienes saoco (sabrosura, alegría, ritmo), que se joda el estilo: porque ella –que aquí se hace cargo de piano y batería– se transforma y bate cualquier ritmo: jazz, turbotechno, poesía dadá en fragmentos de nueva fonética popular… De saque, “Motomami” arranca con este homenaje personalizado al reguetón clásico que ella bailaba con sus primas en las fiestas de su pueblo y que formó parte de su adolescencia. No será la única de sus conexiones con su propia historia.

Continúa el recorrido con “Candy”, balada revestida de pop electrónico, en modo post-dubstep, con trote suave de reguetón –como buen guiño que es al “Candy” (2013) de los puertorriqueños Plan B– y complementos que colorean –voz que se rompe, secuencia de palmas sintetizadas a buen ritmo– el recuerdo de un amor que, olvidado, no se olvida. Hay un sample de “Archangel” de Burial: nivel superior.

“La fama”, la primera que conocimos del disco, es una bachata suave e irresistible cantada con voz dolida. Vitaminada con una sutil pizca de rai, muestra un exotismo internacional que une la República Dominicana, vía sonido crucero, con Argelia, o incluso Egipto. Bajo el amparo de un puntual y soterrado espasmo de pop gótico 80s, The Weeknd sorprende con su estrofa en falsete y en español, mientras que Rosalía se permite un capricho de vocalese flamenco para advertir(se) –ambos, el propio Abel Tesfaye y ella– de los peligros de la fama.

A la cuarta, llega la única plenamente flamenco de “Motomami” con “Bulerías”, donde junta el legado de su maestro Chiqui de la Línea (en la composición) con el mundo de Kaydy Cain (ex PXXR GVNG; en la letra). Con una lírica muy actual –“Yo me maté 24/7”; “Soy igual de cantaora / Con un chándal de Versace / Que vestiíta de bailaora”–, desemboca en un homenaje a Manolo Caracol y su mítica zambra “La niña de fuego”, apodo con el que, a partir de la canción de Quintero, León y Quiroga, se bautizó a Lola Flores, que la bailó para Caracol cuando eran pareja, y sobrenombre que ahora se autoaplica Rosalía. “Yo soy la Niña de Fuego / Como canta Caracol”. Como demanda el canon, hay bulla alegre e improvisaciones finales, pero también secuencia de Auto-Tune para resignificar la tradición abriendo el foco: “Que Dios bendiga a Pastori y a Mercé / a Lil’ Kim, a Tego y a M.I.A. / A mi familia y a la libertad”.

“Chicken Teriyaki”, el tercer adelanto del disco, es tanto un homenaje a las motos, por las que siente devoción desde pequeña por herencia familiar –su madre se desplaza en moto: motomami–, como a la ciudad de Nueva York, en la que tanto le gusta pasear. Empoderamiento femenino con Kawasaki en un saturado reguetón que reparte coces bajo un efectivo e ingenioso juego de palabras, con el humor como bandera, en verso consonante –en todo el disco una constante: ole–, y donde cita a Julio (Iglesias), a Naomi (Campbell) y a Mike Dean (productor de hip hop). Colabora Rauw Alejandro, su pareja, en tareas de composición, así como el legendario Q-Tip (ex A Tribe Called Quest) a los coros.

“Hentai” –con Pharrell Williams metido en el tinglado–, el cuarto avance, que llegó hace solo dos días, nace como una impresionista canción ligera que acaba muriendo por electrónica de choque. La “perversión” de su título en japonés – “Bebé, te quiero comer ya, ya / Ya te quiero hacer hentai / Hacerte hentai / Hmm hentai”– se completa con una mezcla de sexo profano y sagrado: “Te quiero ride / Como a mi bike / Hazme un tape / Modo spike / Yo la batí / Hasta que se montó / Lo segundo es chingarte / Lo primero es Dios”. Lo de Dios es como un abrazo a su abuela, que le dejó un mensaje en catalán en el contestador de voz durante la pandemia (volveremos a ello).

En este juego de saltos y alternancias rítmicas que inducen a un no acomodo por parte del oyente, “Bizcochito” regresa a la batalla de la cacharrería pop con un electro-reguetón a ritmo de (casi) country boom-chicka-boom descacharrante, con elementales rimas que son susceptibles de multiplicar su efecto expansivo en memes sociales. Pero también canta: “No basé mi carrera en tener hits / Tengo hits porque ya senté las bases / Ya no tengo nada más que decir / Y pa’ decirlo hace falta mucha clase”. Autoafirmándose: “Yo no soy ni voy a ser tu bizcochito / pero tengo todo lo que tiene delito”. Se incluirá en la banda sonora del videojuego “Gran Turismo 7” de PlayStation.

El poder de la motomami.
El poder de la motomami.

Llega la preciosa y sutil G3 N15”, y los casi dos años de pandemia que la obligaron a quedarse en Estados Unidos se visualizan en la emoción de un downtempo reflexivo con punzante sintetizador hiriente, sonido de órgano, y pesarosos dejes flamencos en su entregada voz: carta de amor dedicada a Genís, su sobrino de 10 años, a quien, desde la distancia geográfica de Los Ángeles, ciudad que retrata muy negativamente –“Estoy en un sitio que no te llevaría”–, y con el tiempo transcurrido desde que no lo ve, recuerda y saluda con emoción y buenos deseos. Se completa la secuencia de la canción con “la humanización de la diva”; la carta secreta del mensaje de voz de su abuela en pleno 2020 pandémico: “Buenos días, amor mío. Me gusta creer que en momentos difíciles siempre ayuda muchísimo tener como referencia a Dios. Siempre es la familia, en primer lugar; (se equivoca) no en primer lugar, quiero decir: en primer lugar siempre es Dios y después la familia; la familia es tan importante, la familia siempre es importante. Llevas un camino que es un poco complicado. Cuando lo observo, pienso ‘qué complicado es el mundo en el que se ha metido la Rosalía’. Pero, bueno, si eres feliz, yo también soy feliz” (y su abuela, fade out, ríe tímidamente).

Tras el solemne momento “afectivo”, volvemos al núcleo central de “Motomami”: un minuto escaso con inquietante bajo desfigurado serpenteando entre un colchón de electrónica para sostener un rap suave y acompasado de Rosalía. Pharrell Williams, de nuevo, desde la barrera: en el beat.

En “Diablo” hay falsete, voz tuneada y melisma flamenco sin solución de continuidad. “Quiero que tú me entiendas / La que sale por TV / No es la que yo conocí”. Reguetón a bajas revoluciones con extravíos electrónicos y parón en seco para, por contraste, solemnizar un mensaje perpetrado por el mismo James Blake (“This might be the other side of me / It’s night and day”) que deriva en trap a lo emo con esbozos de frases que no dejan indiferente: “La bala de Dios juega en la ruleta / Tú no has vigilao, se ha ido tu pureza / Ya no sé quién eres, diablo”. Turbador.

Le sigue una versión con más brillo y aceleración de “Delirio de grandeza”, bolero escrito por el cubano Carlos Querol (1920-1991) e interpretado por el cubano-boricua Justo Betancourt en 1968 –en el LP “El explosivo”, su debut, y en Fania–. Con esta orquestada apropiación con vientos, en la que se salta la repetición de una estrofa e introduce un interludio sampleado y acelerado de Soulja Boy Tell’Em en la canción “Delirious (2009)” de Vistoso Bosses, Rosalía, que canta “a lo antiguo”, con desgarro, dulzura y poderío, demuestra, nuevamente, las raíces de su sólida escuela musical, siempre tan rica y pletórica. En estos tiempos no binarios, no cambia el género y conserva el lamento de la canción original hacia “una mujer sin corazón”.

Rosalía está facultada para mirar hacia el pasado y, acto seguido, con “CUUUUuuuuuute”, remover una batucada explosiva que, tras lo que parece que va a ser un cuento infantil, late con la contundente gravedad de una guerrilla rítmica. De repente, firma un armisticio para bordar la paz con el elogio de “mariposas sueltas por la calle”, algo fugaz entre canción ligera italiana y flamenco; es un respiro pasajero que, en base al espíritu de rupturas estilísticas generalizado del disco, cede ante la bass music orgánica y electrónica del sonido maternal de un bajo atómico y la percusión de un colectivo fiestero. Contrapunto industrial y humano a la vez. Digamos que la mariposa que se ha incrustado en su dentadura para celebrar este disco es su símbolo; recuerden: “Una mariposa, yo me transformo”, canta en “Saoko”.

“Como un G” es otro baladón con dedicatoria y buenas intenciones escrito desde la distancia, con la ayuda de James Blake componiendo, a los coros y al piano. “Si no lo puedes tener mejor dejarlo ir / Qué pena cuando quieres algo pero Dios tiene otros planes pa’ ti”. En alguna microsecuencia, se asemeja a una Lana Del Rey afectada pero con impronta flamenca: “Ni escribo canciones de amor pero en esta me doblo por ti”, se confiesa. Variantes de tono, de piano clásico a Auto-Tune trapero.

El minuto de “Abcdfeg”, o el “Motomami Alphabet”, suena a extracto de monólogo de actriz en película de Almodóvar: repaso al abecedario con referencias tangenciales a su contexto vital (o no) entre el absurdo y la gracia.

“La combi Versace” es una rumba callejera desestructurada a golpe de reguetón-dembow, con gestos de reconocimiento salsero al mundo Fania, un misterioso pálpito electrónico tenebroso y una posible referencia a seguir para el trap cañí hecho en España (el femenino, muy en horas bajas). Canta con Tokischa y, en la composición, hay soporte de Pharrell Williams.

Se cierra el disco, con efecto de directo, con una superbalada con traje de copla: “Sakura”. Símbolo de la primavera, de lo efímero de la vida y de los guerreros samurái, el cerezo en flor japonés es utilizado por Rosalía como alegato feminista para reivindicar su vocación artística. “No pa’ siempre puedes ser una estrella y brillar / Voy a reírme cuando tenga 80 y mire p’atrás / Nunca me ha dao miedo / La risa de un loco / Más miedo me da / El que miente o el que ríe poco”. Transmite una desazón propia de las canciones de Cecilia, sí. Suenan aplausos y gritos, pero se cortan y se acaba “Motomami”. La que sabe, sabe / Que si estoy en esto es para romper / Y si me rompo con esto / Pues me romperé / Y qué…”, deja dicho antes del apagón.

Transformer.
Transformer.

Estilísticamente muy variado y, a diferencia de los dos álbumes previos, sin un aparente concepto unitario sobre el que teorizar, más allá de –como escribió Rosalía aleatoriamente en una pizarra y mostró en su Instagram– apuntar binomios que, en una especie de diario personal muy sui géneris, exploren la contradicción entre lo cotidiano y lo elevado, entre la opulencia y lo austero, entre la ficción y la realidad, entre pertenecer a un clan o estar aislado, entre vulnerabilidad y fuerza, entre celebración y nostalgia, entre electrónica, música de club latina y baladas, entre humanizar la imagen de la diva a través de un aire confesional y…

“Motomami” ha cedido su protagonismo al reguetón y, afilen sus cuchillos los “nuevos ortodoxos” que antes se burlaban de los “viejos ortodoxos”, ya no tiene el flamenco como hilo conductor predominante, algo que Rosalía ya nos anunciaba en esta entrevista de 2018, previa a “El mal querer”: “Es que yo tengo que buscar mi propio sonido aunque me equivoque y tenga que seguir rebuscando. El flamenco ha sido mi escuela por decisión propia y seguiré estudiándolo en profundidad, pero hay otras músicas que forman parte de mí y quiero incluirlas”. Con una lista enorme de colaboradores –destaca Noah Goldstein (Kanye West, FKA twigs, Sia…), muy por encima de El Guincho–, “Motomami” es, sustancialmente, un barrido sideral de lo que vibra ahora mismo en la banda sonora que proyectan, planetariamente, compulsivamente, YouTube y TikTok. Fragmentando memes sónicos que nos sacan de la zona de confort con que antes se escuchaban las canciones, Rosalía ha escaneado el presente de las músicas urbanas y las asociadas a un concepto de latinidad transversalmente histórico –pero de baile y con la sensualidad de los cuerpos como leitmotiv– con un talante creativo que, amparado en su portentosa y especial voz –que muchas veces utiliza como un susurro balbuciente–, parece ahondar un camino que viaja del pasado al futuro para señalar el presente, donde el feísmo musical y gráfico y los contrastes entre estilos facultan un arte nuevo, embrutecido, industrial, áspero y crudo, sexual, pero también delicado –con un aura espiritual–, y líricamente muy contemporáneo en su sencillez, con cambios de idioma, contracciones de palabras, modismos, jergas adaptadas o inventadas y desfachatez y chulería en la actitud de mostrarse con ripios clamorosos.

Si con Ozuna cantó “somos los cantantes como los de antes” y con Billie Eilish pronosticó que “el tiempo que se pierde no vuelve”, cualquier cosa que se diga sobre la importancia y trascendencia de la obra de Rosalía, y sobre cómo encaja en la actualidad, suena ya a reiterativo. Pero, una vez más, afirmamos desde Rockdelux que Rosalía, cantante con solera y ávida consumidora de su tiempo, no ha defraudado las expectativas puestas en su potencial. Su tercer álbum, con aspecto de montaña rusa de sensaciones enfrentadas, con mucho desamor sin ser un disco de desamor y con el temple de una figura femenina orgullosamente hecha a sí misma, es, de nuevo, excelente y, ahora sí, el más comercial de los tres. Lo dijo en aquella entrevista: “Creo que es generoso hacer música para que llegue a todo el mundo, no solo a mis colegas del mundillo”. ∎

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