Álbum

Shame

Food For WormsDead Oceans-Popstock!, 2023

Inscritos en la corriente que pretende devolver la gloria pérdida al rock domiciliado en la Pérfida Albion, Shame defienden posiciones desde el centro (la megalópolis londinense) junto a otros vecinos (Dry Cleaning o black midi, por citar un par de ellos) con los que comparten actitud enrabiada, devoción guitarrera y desazón pos-Brexit. Al menos, esa sería la panorámica perezosa de su enclave dentro de lo que la crítica ha decidido agrupar bajo la nomenclatura de “nuevo post-punk”.

Si en su primera manifestación discográfica, “Songs Of Praise” (2018), organizaron una nueva comitiva, aún en formación, pero insolente y fiera, hacia los postulados post-punk, su segundo trabajo, “Drunk Tank Pink” (2021), fue la ratificación de las prestaciones que podía ofrecer el quinteto inglés. En su tercer larga duración, “Food For Worms”, editado el pasado viernes, elevan la propuesta con una energía renovada y un discurso sonoro en expansión, más doblegado hacia lo melódico: la intervención del productor Flood, la reclamación del piano en algunos tramos y la decisión de su vocalista Charlie Steen de cantar en lugar de recitar tras haber invertido en un profesor de canto. Todo ello sin perder el pulso rabioso y expiativo como generador sónico.

El primer corte del lote “Fingers Of Steel” asalta al oyente sin tiempo de acomodos, como le corresponde a un himno golfo, aireado en el pub de turno durante el tiempo de descuento, cuando se ha bajado la persiana y en su interior resiste la parroquia más entumecida, enganchada a la espuma de cebada. La respuesta británica a unos Titus Andronicus en pleno globazo de Pabst.

Esa camaradería de taberna parece recorrer parte de un disco entonado como una oda celebratoria a la amistad, a sus alegrías, pero también a las bajonas causantes. Y nada más efectivo para formalizar una amistad que el alcohol corriendo a discreción. Lo airean en un segundo tema de psych-rock contundente: “Six-Pack” es hard-rock granítico que parece invocar tanto a Black Sabbath como a los más contemporáneos Wolfmother.

Misma energía apabullante, descargada con urgencia, que inflama cortes de rock corpóreo como la furia enmarañada de “Alibis” o “The Fall Of Paul”, un apisonadora de rock anfetamínico que no deja rehenes.

La referida basculación hacia otros espacios estilísticos llega con “Adderall”, una rebaja acusada de cilindrada –con cameo oculto incluido de Phoebe Bridges (tan oculto que servidor aún no lo identifica)– para acompañar la caída de un amigo en su adicción a las drogas prescriptivas. Mismo temperamento en medio tiempo, con chivato que limita exabruptos y punzadas guitarreras, que rige el desarrollo de “Yankees”, donde ahondan en una relación tóxica. “Orchid” también los devuelve en un clima más rebajado, despedazado, eso sí, por un clímax virulento. Misma dinámica aplicada al despegue rítmico entrecortado de “Burning By Design”.

Apuran un nuevo techo emotivo con “All The People”, reverso anímico (también en lo rítmico) del corte con el que abren el disco. Otro himno colectivo de borrachera dulce; este, el de despedida tras una noche en que se han sellado confraternidades duraderas al marcaje de chupitos, pintas y confesiones impulsadas por el fragor etílico.

Potencia con agarre que se resuelve en un agitado brebaje de rock de derribo, salpimentado con melodías certeras, coros etílicos y rabia emancipadora como salvoconducto vital. ∎

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