Álbum

Sharp Pins

Balloon Balloon Balloonperennial, 2025

Imagina una habitación minúscula en Chicago, cables enredados, una TASCAM vieja y cintas C-90 saturadas. Un chaval de 21 años componiendo a deshoras, mientras la persona a la que escribe duerme a más de 1000 kilómetros. Ese es el marco real de “Balloon Balloon Balloon”, el nuevo capítulo de Sharp Pins. Todo lo que ocurre dentro de este disco, desde las ráfagas de guitarras tintineantes hasta las armonías de brillo sesentero y esa distorsión crujiente que parece salirse de la cinta, nace ahí, en una intimidad imperfecta y sorprendentemente radiante.

La historia reciente de Sharp Pins se entiende mejor mirando atrás, primero con “Turtle Rock” (2023), su primer estallido adolescente, y luego con “Radio DDR” (2025), otro catálogo de canciones y agitador de hormonas que volvió a circular esta primavera. Y sí, el proyecto de Kai Slater funciona justo así: con una intuición juvenil afilada hasta la precisión quirúrgica. Como si hubiera pasado años estudiando las tradiciones domésticas del lo-fi, ese espíritu de miniatura urgente de Guided By Voices, las lecciones del “Revolver” de The Beatles y la psicodelia sencilla que va de The Byrds a Donovan. Todo envuelto en la misma electricidad melódica que comparten Big Star o Teenage Fanclub. Aquí hay 21 canciones que funcionan como microbocetos, interludios y fulguraciones: pequeñas cápsulas de melodía que se deshacen en la mano pero que te dejan pringado.

Popafangout”, título nacido del nonsense juvenil, abre el disco como un manifiesto de intenciones: todo lo que Sharp Pins sabe hacer cabe aquí en dos minutos largos, con ese estribillo pegadizo “Oh Popafangout”. La letra se pasea entre imágenes raras y concretas: “All the silvertone creeps / sludging around on the Puget Sound”, donde Slater parece estar escribiendo una peli de serie B sobre fantasmas del pop, pero en formato postcard. La voz entra y sale de la distorsión, los coros responden desde el fondo de la mezcla y todo suena a obsesión británica. Otra pista reseñable es “Queen Of Globes And Mirrors”, una balada psicodélica en cámara lenta que flota sobre un charco de reverbs y arpegios Byrds. El personaje del título funciona como excusa en torno a una figura mitológica: alguien que no quieres que te vea “cuando estás solo” para no tener que quitarte la máscara. Por ejemplo, en “Stop To Say Hello”, Slater cambia el registro hacia un midtempo que parece ligero, casi cotidiano, pero enseguida asoma el veneno: esa casa de espumillón, la gasolina hinchándose en las paredes y un narrador que repite “I’m your friend / though I don’t know how it ends”.

Dos pistas como “(In A While) You’ll Be Mine” y “I Don’t Have The Heart” evidencian que lo que manda es la anatomía del flechazo. La primera despega como un estándar sesentero reescrito desde el dormitorio y una confesión muy directa: ese miedo a enamorarse de alguien nuevo y todo envuelto en guitarras girando en carrusel. El remate con el verso “in a while you’ll be mine” actúa como una letanía, más próxima a la autosugestión que a una certeza. Lo mismo pasa con “I Don’t Have The Heart”. Es una canción muy desnuda, con un bajo mínimo, una batería más tímida y una melodía que se apoya en la frase del título como guía. El verso “I’m a stunted heart / I get so lonely” coloca al narrador en un punto incómodo, entre el deseo y la incapacidad de expresarlo. En estas dos piezas se ve mejor que en ninguna otra parte que Slater, además de ser un enciclopedista del pop, también escribe como alguien joven que está todavía aprendiendo a formular lo que le pasa por dentro.

A quien busque canciones completas, las estructuras de “Balloon Balloon Balloon” pueden parecerle demasiado fragmentarias. A quien viva aferrado a la contemporaneidad, convertida en dogma, mejor que no se pase por aquí: lo verá como una simple copia del pasado. Que no se acerque jamás a The Lemon Twigs. Pero sí a quien las dos penúltimas pistas, “Maria Don’t” o “Balloon 3”, le hayan dejado con ganas del Slater más acústico. Para el amante de The Clash, más ráfagas como “Takes So Long”. Nos incluimos en estos dos últimos grupos. En definitiva, esta entrega de Sharp Pins está hecha para recordarnos que aún vivimos en una época en la que esta magia existe: la de grabar canciones como si el tiempo no fuese lineal y la historia del pop siguiera ahí, intacta, como un lugar donde buscar, no solo como ese catálogo cerrado de artistas consagrados que hay que venerar. ∎

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