Es imposible que dos seres como Ron y Russell Mael no caigan simpáticos y casi lo es que sigan en la brecha después de más de cinco décadas –parece mentira, pero tienen 79 y 76 años respectivamente– y una treintena de álbumes, muchos como soles. “MAD!” es uno de ellos y supone el estreno de Sparks en el sello londinense Transgressive –casa de SOPHIE, Arlo Parks o The Waeve con sede también en Nueva York–, así como el retorno virtual del dúo al Reino Unido, la tierra prometida que tantas alegrías les ha dado a lo largo de su carrera. Allí emigraron a mediados de la década setenta –se quedaron tres años–, un poco como los Walker Brothers del art glam antes que ellos, registrando su primer éxito comercial con el álbum “Kimono My House” (1974) y el single “This Town Ain’t Big Enough For Both Of Us”.
La intención de “MAD!” no es descubrir ahora una nueva identidad para Sparks, pero sí logra condensar con su acostumbrada brillantez las diferentes facetas estilísticas del dúo con peso en la música clásica –Shostakovic–, el minimalismo –las óperas de John Adams– o el jazz –escuchar “A Love Supreme” (1965), de John Coltrane, bajo la óptica de la repetición puede ser esclarecedor para interpretar a Sparks–. La trepidante “I-405 Rules” suena a Beethoven hasta las cejas de Dynamin ladera abajo. Es también el nombre de la autopista que atraviesa el área metropolitana de Los Ángeles. Ron le confesó a nuestro compañero Jesús Rodríguez Lenin en su reciente entrevista que el tema no tenía nada de irónico, que es una oda a la belleza de los atardeceres en ese río de vida comparable al Nilo, el Rin, el Yangtsé, el Allegheny o el Congo. En su estancia británica, Sparks escuchaban los discos humorísticos de Derek & Clive y uno no sabe nunca a qué atenerse con ellos, que parecen estar siempre de broma aunque no sea así. Por otro lado, las fuentes de inspiración de Ron Mael parecen no tener fin y suelen recaer en el mundo moderno que rodea su vida en Los Ángeles.
Otro tema interesante de “MAD!” es la festiva “A Little Bit Of Light Banter”, algo así entre el novelty sing along de Mozart Estate y “Sgt. Peper’s” con una oxigenante base de guitarra eléctrica rasgada sobre una relación de pareja sumida en el laissez-faire para sobrevivir a la inicua realidad. No hay crítica ni consejo por parte de Sparks. Solo observación e instinto de conservación. Otro hit es la abrasiva “Running Up A Tab At The Hotel For The Fab”, sobre una relación enfermiza fundada en el lujo que podría haber salido de “This Last Night In Sodom”, de Soft Cell. La portada de “MAD!” recuerda a la imagen de los británicos en la época de su single “Soul Inside”, aunque Sparks jamás se mostrarían tan góticos y camp a pesar de los puentes de musical de Broadway tan característicos del tándem angelino. Continúan con la sutil “My Devotion”, que sería su “Only You”, el éxito más algodonoso de Yazoo, si no fuese porque Ron le hace cantar al bueno de Russell cosas como: “Tengo tu nombre escrito en el zapato, estoy pensando en tatuármelo”. Esta vez sobre las absurdidades de ser fan. Y qué decir de “Don’t Dog It”. Cuando alguien le confiesa a su profesor de filosofía encontrase perdido, este le espeta con desconsuelo: “Bien, hijo, estoy lleno de respuestas: epistemología a cualquier precio”. Locamente.
También hay tiempo para manifiestos –“Do Things My Own Way”–, sátiras turbocapitalistas –“Jansport Backpack”–, relaciones fallidas –“Drowned In A Sea Of Tears”–, fascinaciones nocturnas –“In Daylight”– o la pesadilla contemporánea que se percibe en todos los rincones del telediario –“Hit Me, Baby”–, todas con significados ambivalentes, como la vida misma, pero sin caer en el relativismo porque nos lo parece. Este es uno de los trucos que emplea Ron Mael para salirse con la suya: retratar la realidad, ya que los hechos hablan por sí mismos. A estas alturas es imposible pedirles a Sparks que no repitan esquemas, pero lo que pasa es que son muy buenos con las letras en cuestiones de flujo musical y significado, un importante detalle capaz de transformar la reiteración de staccatos, ostinatos, melodías y colores en clasicismo.
“MAD!” acaba con el góspel electro glam de “Lord Have Mercy”, donde Russell cuenta: “Una canción no significa nada en el gran esquema de las cosas, lo sé, mientras cantas suavemente cada noche sin que te des cuenta de que mis lágrimas fluyen”. Es la gran tragedia del arte, pero Ron ha sabido expandir las fábricas de su proyecto familiar creando un sonido propio, culto, colindante e inclasificable, reiterativo y esquemático, intenso y experimental, cinematográfico y cabaretero. Mientras preparan su nueva película musical, esta vez con John Woo –actualmente en preproducción con más de dos horas de música lista y un guion en la cocina–, puede que “MAD!” –que en inglés americano significaría “enfadado” y en inglés británico, “loco”– no sea más que otro capítulo en la gran novela pop de los señores Mael, dos artistas bastante cuerdos: “My advice, no advice, gonna do things my own way”. ∎