Hubo una época en la que el britpop era una forma de vida. Tiendas de discos a reventar, parkas en los probadores, vinilos de Pulp, Suede y Blur bajo el brazo, y en el fondo sonando The Charlatans, una banda que unía a rockeros, clubbers y románticos con su mezcla de psicodelia, groove y pop luminoso. Treinta y cinco años después de su debut, el grupo de Tim Burgess entrega su decimocuarto álbum, “We Are Love”, donde siguen sonando esas guitarras luminosas y teclados en espiral que te empujan a dar saltitos casi de forma automática.
Tim Burgess es el mismo de siempre, con esa voz nasal y cristalina y ese tono eternamente juvenil. Y luego están los teclados de Tony Rogers, que tomó el relevo del recordado Rob Collins, fallecido en 1996 en un accidente de coche durante la grabación de “Tellin’ Stories” (1997). Años después, la banda también perdería a su batería original, Jon Brookes, tras una larga enfermedad. Dos golpes duros que habrían podido frenarlos, pero The Charlatans han seguido tocando, publicando demos y directos, aunque es cierto que no lanzaban nuevo material desde “Different Days” (2017). Entre tanto, Burgess ha desarrollado una carrera en solitario muy prolífica y se ha convertido en una figura querida dentro del pop británico gracias a sus “Listening Parties”.
“We Are Love” se grabó entre Rockfield Studios (Gales) y el Big Mushroom (Cheshire). Es la primera vez que vuelven a Rockfield desde aquella primera pérdida. Burgess lo llama “hauntología y psicogeografía”, palabras grandes para hablar de lo que, al final, es un rencuentro con el pasado sin quedarse atrapados en él. Y eso es exactamente lo que transmite el álbum: respeto por los fantasmas y realzar el amor como energía vital, como vínculo con el pasado y con la gente que sigue al grupo.
El disco abre con “Kingdom Of Ours”, majestuosa y expansiva, con esos versos iniciales, “Hey yeah, I’m feeling changes” o “Our strange arrangement / Yes, I am ready / I endeavour to find heaven”, que pueden leerse como un guiño a la memoria y a la esperanza. Luego llega “We Are Love”. Este sencillo es puro contagio y tiene el gancho britpopero que todos buscamos. Es más enérgico y bailable y resume toda la filosofía del disco con afirmaciones como “looking for the truth in all this darkness”. Más adelante, “Many A Day A Heartache” introduce un leve viraje psicodélico y texturas más abiertas.
En “For The Girls”, los Charlatans bajan revoluciones, con suaves guitarras, una voz cercana y una producción limpia. A los más forofos les encantará descubrir una alusión a su conocida “North Country Boy” cuando rotulan “Just feels so wrong / When we don’t get enough / Like in a country song”. “You Can’t Push The River” se tiñe de góspel y gira en torno a la idea de dejarse llevar y aceptar el curso de las cosas. Le sigue una de las más contagiosas, “Deeper And Deeper”, un himno que proclama que, al final, todo se reduce a las personas que queremos. “Appetite” se atreve con capas y loops más electrónicos, quizá la apuesta más arriesgada del álbum, aunque no la más redonda.
En el tramo final, “Salt Water” actúa como interludio acústico. Continúa “Out On Our Own”, un tema que arranca con un bajo más denso y teclas espaciales antes de soltarse en una serie de giros rítmicos casi improvisados. Después, “Glad You Grabbed Me” se convierte en la carta más personal de Burgess, una especie de agradecimiento a la banda, resumido en un verso: “Love you madly”. Todo antes del apoteósico final con “Now Everything”, casi siete minutos de psicodelia controlada, guitarras abiertas y un cierre instrumental.
Sí, “We Are Love” podría sonar a banda que, por narices, tiene que regresar o que necesita hacerlo, pero no es el caso. Sinceramente, es un álbum que quizá no pretenda asombrarnos, pero al que conviene prestarle más atención que a otros. The Charlatans sigue siendo una de las bandas más fiables del britpop. Se puede decir que, a ratos, suena más moderna o nostálgica o todo lo que se nos ocurra, pero al final suena a ellos. Y eso, en tiempos de algoritmos, es casi revolucionario. Quizá hable nuestro adolescente interior, el que todavía baila con “How High”, pero qué más da. Algunos amores son para siempre. ∎