Ezra Koenig –principal fuerza motriz de Vampire Weekend, ahora y siempre– va a celebrar su cuadragésimo cumpleaños el lunes que viene con un concierto en el Moody Amphitheater de Austin. El grupo neoyorquino –el batería Chris Thomson y el bajista Chris Baio vuelven a completar la terna vampírica tras su ausencia en “Father Of The Bride” (2019)– tocará bajo un eclipse total de sol, el primero que se verá en aquellas latitudes desde el siglo XIV, prendiendo la larga mecha de conciertos que va a protagonizar durante los próximos meses con su nuevo álbum como propelente. Sí, todo son señales: estamos ante un trabajo de verdad especial, llamado a permanecer en nuestros dispositivos de escucha durante mucho tiempo.
“Only God Was Above Us” es un disco de sonido explosivo –elocuente mezcla del especialista en saturaciones Dave Fridmann– que se perfila como negativo de su disperso aunque también recomendable antecesor. Ocho canciones menos que aquel, más concreción estructural y el espíritu de los tres primeros álbumes de la banda sobrevolando composiciones como “Classical”, “Connect” o “Gen-X Cops”, que se postulan desde ya como nuevos hitos para uno de los repertorios más consistentes del rock de extracción independiente de este primer cuarto de siglo. Lo bueno del asunto es que no son meras actualizaciones de su libro de estilo primigenio, aunque certifican el rencuentro de la banda con aquella dialéctica fulgurante.
Hábilmente ensamblado por Koenig junto a su hombre de confianza –el productor, multinstrumentista y compositor Ariel Rechtshaid, presente en los créditos desde el superlativo “Modern Vampires Of The City” (2013)– en estudios de Londres, Tokio, Los Ángeles y Nueva York, el quinto largo de Vampire Weekend posee una admirable riqueza instrumental y de arreglos, confirmando que sus artífices no han querido dar puntada alguna sin hilo. Han sido hacendosos y han sabido esperar a que el preciado material que manejaban cuajara como es debido, en un disco prolijo que sorprende, también, por la mucha ambición que destila.
Piezas de golosa dinámica como la atmosférica “The Surfer”, partituras expansivas como “Mary Boone” –adornada con un señor coro e intermitentemente propulsada en modo downtempo por un sample de Soul II Soul– y canciones de largo recorrido y profundo impacto como la extensa “Hope” –impresiona el amplio puente instrumental que se va desplegando en su ecuador, durante casi dos minutos, sobre un patrón de batería que muta en pequeños detalles, en un sublime ejercicio de producción digno de estudio– son joyas de una corona creativa cuyas diez puntas –atentos también al guitarreo de “Prep-School Gangsters” o a los arreones de “Ice Cream Piano”: nuevas y viejas sensaciones fundiéndose en nuestro estéreo– brillan con idéntico esplendor. ∎