Si hay un grupo que en estos últimos años ha generado foros abiertos sobre su verdadera valía como parte fundamental del pop en el siglo XXI, ese es Wilco. Con artilugios como esta megaedición de lujo, las posibles dudas que suscitan su trayectoria deberían quedar totalmente disipadas. No solo por lo esbelto y reluciente que suena “Yankee Hotel Foxtrot” (2002) dos décadas después de su publicación, sino por lo más relevante: el equilibrio entre ambición y resultados que emerge de un trabajo que marcó el meridiano creativo de su carrera. Un antes y un después que algunos llegaron a calificar como su “Kid A” (Radiohead) particular. En realidad, no había para tanto, en terreno experimental, aunque sí en dosis muy generosas, siempre en pos de una reinvención del sonido asociado al grupo.
Tal como se muestra fielmente en el revelador documental “I Am Trying To Break Your Heart. A Film About Wilco” (Sam Jones, 2002), durante la grabación del disco se produjo una serie de encuentros y tensiones derivados de la creciente relevancia de Jay Bennett en la gestación del álbum. Dichos galones renovados acabaron con su salida de Wilco. Dentro de la purga pos-“Yankee Hotel Foxtrot”, ocasionada por el estado de ansiedad y migrañas que estaba viviendo en aquellos momentos Jeff Tweedy, Ken Coomer, batería del grupo hasta aquel momento, también se quedó en el camino.
Adentrarse en las ediciones extendidas del disco –siete LPs u ocho CDs; también en versión reducida en doble CD y doble LP– con demos, sesiones en vivo y tomas distintas de los temas del álbum es como asistir a diferentes caras de lo que pudo ser, y que terminó derivando en la parte menos representativa, aunque más interesante, del grupo: tal y como queda reflejado en las anotaciones interiores, el propio Tweedy reconoce cómo quería hacer algo que no hubiera escuchado antes.
Desde luego, en reafirmar tal deseo tuvo mucho que ver la inclusión de Jim O’Rourke en la ecuación. Su papel como productor resultó siendo decisivo en la estilización vanguardista con la que tapizaron unas canciones en las que, de repente, vías como el krautrock se convirtieron en atajos admisibles para reconfigurar su ADN.
A nadie se le escapa que de la tensión creciente brotó un racimo de canciones memorables que, escuchadas ahora mismo, suenan a isla discográfica, con paralelismos evidentes con la pátina experimental de “A Ghost Is Born” (2004) y el infravalorado “The Whole Love” (2011).
Y es que “Yankee Hotel Foxtrot” no fue el cambio radical en la dirección estilística que pudo ser porque, tal y como muestra esta radiografía en cinemascope, solo conocimos la forma final aceptada para su difusión oficial. En su momento no fuimos conscientes de las diferentes mutaciones que surgieron de un disco cuya disección no se acopla a los márgenes habituales de recopilación de rarezas, borradores en bruto y tomas alternativas sin más, sino que cumple la misma función que, en su momento, tuvieron las versiones deluxe del “The Basement Tapes” (1975) de Bob Dylan o “Third” (1978) de Big Star: mostrar las entrañas creativas del arte volcado en bruto, sin filtro que valga. La prueba definitiva por la que cualquier tipo de debate sobre la unicidad de esta banda (casi) siempre debería iniclinarse del lado que los eleva a grupo básico de la cultura popular de estas tres últimas décadas. ∎