La cantante y compositora mexicana ha publicado este octubre “Vendrán suaves lluvias”, segundo álbum como solista y tercero en el cómputo total de su aún breve carrera. Un disco tradicionalista y cargado de una sabiduría de la vida impropia en una persona de 28 años que nos disecciona en esta entrevista, en la que, además, habla de la atemporalidad en la música, rebeldía juvenil, poesía, infancia, vinilos, colaboraciones, público latino y playas del Golfo de México.
n diciembre de 2022, solo unos días después de que Silvana Estrada ganase su primer premio Grammy Latino –a la mejor artista nueva, ex aequo con Ángela Álvarez–, su amigo Jorge Tirado, músico, el hermano de este, Andrés, y su tío fueron asesinados en un piso de la colonia Roma Norte en Ciudad de México. El suceso, por su carácter trágico y por la paradoja que representaba en la ascendente carrera de Estrada, marcó el disco que estaba empezando a componer y que ahora ha visto la luz, “Vendrán suaves lluvias” (Glassnote, 2025), tercero de su carrera.
“Fue una historia muy desafortunada”, dice Estrada sobre el crimen en que falleció su amigo. “Completamente al azar: no hay nada que dé sentido a su muerte. Fue terrible. Me costó mucho poner en orden mi cabeza después de aquello. Fue una historia bastante truculenta que por respeto a la familia prefiero no narrar. No hay ningún tipo de justificación para este tipo de cosas, y el sinsentido de una muerte violenta pega muy duro, porque pierdes muchísimas cosas: a tu gente, la confianza en la sociedad, en tu país… Pero a la vez no paré de trabajar. Como que sentí el corazón muy, muy pesado por mucho tiempo”.
Meses antes del Grammy Latino, en enero, Silvana había lanzado “Marchita” (Glassnote, 2022), de gratísima acogida y que posibilitó una larga gira de dos meses por Estados Unidos. Confiesa que le costó digerir el duro contraste entre la excelente etapa profesional y el aciago momento personal. “Lo llevé bastante mal en un principio”, admite. “Estuve, además, muy mal de la espalda. Pasé un mes confinada en una silla de ruedas. Los últimos conciertos no pude hacerlos”.
Los doctores que la atendieron no supieron dar con el origen de la lesión. “Mi cuerpo colapsó; se me contracturaron todos los músculos que sostienen la columna. Puede que fuera por estrés, falta de sueño o escoliosis que no sabía que tenía. Fue una mezcla de cosas. El cuerpo, sabio, me estaba pidiendo una pausa. Una manera de vivir estas cosas fue dar tiempo a cada una. Pensar ‘tengo este ratito para mi duelo’. Pero llegar a esta claridad me costó muchísimo. Sobre todo el primer año tras la muerte de mi amigo fue superduro”.
Nacida en Xalapa y criada en los cafetales de Coatepec, ambas poblaciones del estado de Veracruz, en el Golfo de México, Silvana Estrada procede de una familia de luthiers y, por tanto, de gente muy aficionada a la música con gustos tradicionales contra los que ella no se rebeló. “No, nunca me pasó”, dice. “Tuve muchos momentos de rebeldía, pero con otras cosas”, dice entre risas. “Con la música fui muy sensata, y lo que me gusta, me gusta. Me impactó tanto la música que escuchaban mis papás que luego, cuando pensé en rebelarme, en la adolescencia, escuchaba otra música e incluso a ellos les gustaba. Canté con Residente en el Zócalo el pasado septiembre y mis padres empezaron a escuchar mis discos de Calle 13. Nunca me dejaron rebelarme”.
El ámbito rural, lejos del estruendo de las grandes ciudades, hizo de Silvana una niña solitaria que se entretenía poniendo discos de sus padres y tocando sus primeros instrumentos. “No tuve esa cosa de salir con los amigos del barrio”, recuerda. “Durante mucho tiempo lo lamenté, pero en retrospectiva fue lindo porque ahora veo a mucha gente y extraño la soledad”.
Hoy, desde luego, y desde hace tres años, la cantautora se ha convertido en un fenómeno mundial; salto radical en su vida que lleva con naturalidad. “Amo mi casa, a mi familia y el campo –explica–, pero desde muy niña quise salir. Ese mismo aislamiento como que me daba cosquillas. ¿Qué pasaba en las ciudades? Siempre tuve claro que iba a viajar, me interesó conocer el mundo. Viajo mucho, pero mentiría si dijera que conozco todos los lugares a donde voy. Quería vivir en una ciudad. Lo anhelé mucho de niña, por la televisión; me fascinaba que la gente viviera en apartamentos en Nueva York. Siempre oscilo, y es parte de mi manera de ser, que me atormenta un poco: cuando estoy en la ciudad quiero estar en el campo, y cuando estoy en el campo quiero estar en la ciudad”.
Se muestra Estrada como una mujer de polos opuestos: campo y ciudad; y una madurez en sus letras, que rebosan sabiduría de la vida, impropia de su juventud. “Oscilo entre ser madura e inmadura. Nunca he logrado estar en el punto medio. Siempre me he sentido muy niña, muy conectada con mi infancia… Como que pasé de ser niña a ser vieja. De tener 12 años a tener 60. Mis letras son un poco el resultado de esa combinación de mirar el mundo con mis ojos de niña pero luego querer escribir como las poetas Alejandra Pizarnik o María de Villarino. No quiero perder mi capacidad de sorprenderme, y pienso que lo que define a un artista es su conexión con su niño interior. En mi caso, no sé si porque crecí aislada, mi mundo de fantasía fue tan potente que no lo termino de soltar, ni lo quiero soltar. Soy como una detective de mi propia vida, pero con referentes que son como muy maduros. Sí, soy una pura contradicción. Por ejemplo, cuando estoy de gira, no hay día que no diga: quiero estar en mi casa. Y cuando estoy en casa, ansío salir de gira”.
La propia Estrada es aficionada a escribir poesía. “Sobre todo en los aviones. Me llevo un cuaderno o en las notas del teléfono. En cuanto sé de qué quiero hablar o tengo una pista de qué cosas quiero decir, busco en mis poemas si hay alguna frase o imagen que luego detone otras ideas. Es un proceso muy mezclado, no soy tan ordenada. Pero hay imágenes que me llaman, que se me quedan en la cabeza, y cuando estoy componiendo reviso poemas, notas de voz… Cuando tengo una imagen o una melodía en la cabeza, sé que es por ahí por donde debo ir. Así el proceso se hace menos abrumador. Jalas de un hilito, y ese hilito te salva la vida”.
Sus canciones no parten ni de letras ni de músicas, sino de la fluida confluencia de ambas parcelas. “Me pongo con la guitarra, con el cuatro, con el piano, y empiezo a improvisar versos, a sacar la armonía. Hago todo al mismo tiempo. No sabría cómo hacer empezando con la letra o la música. Me divierte hacer todo al mismo tiempo, y creo que ahí nace esa síntesis que es medio mágica entre la melodía y la letra que es tan poderosa”. Entre los instrumentos que atesora figura un piano de pared Yamaha, tres cuatro venezolanos, una guitarra de nailon y otra de metal con la que trabaja “mucho, porque es más fácil hacer afinaciones abiertas”. De un tiempo a esta parte recurre con frecuencia a la loopera: “Es muy útil para componer, pues te saca de lo cotidiano: hago melodías con la voz sin saber muy bien qué estoy haciendo y eso me permite componer distinto y desde otros lugares”, dice.
Capítulo especial en su trayectoria han sido las colaboraciones. Artistas como Leiva, Natalia Lafourcade, Ely Guerra, Benjamín Walker, Caloncho, Guitarricadelafuente o El Kanka figuran entre aquellos con quienes ha grabado a medias. Su enfoque a este respecto ha cambiado con el paso de los años. “Al principio decía sí a todo el mundo: tenía más tiempo, era chiquita… Ahora me tomo más en serio las colaboraciones, pues requieren muchos días, y luego hay que hacer prensa, un vídeo… Tengo claro que ha de ser una persona querida, que me guste su música o que escuchando su canción yo sienta que puedo aportar algo. Algunas las escucho y digo ‘está perfecta sin mí, déjala así’”.
“Actualmente en las colaboraciones –añade– hay una búsqueda de números: estos son los tuyos, estos los míos, vamos a sumarlos; es un poco feudal. Yo no, cuando hago colaboraciones intento que sea con amigos. Siento que voy aprendiendo en ese terreno. En ocasiones, cuando dices que no, hay gente que se lo toma mejor o peor. Pero deseo hacerlas con tiempo para disfrutarlas, y con canciones que conecten conmigo. Se genera tanta música ahora mismo, hay tantas canciones saliendo todos los días, que yo por lo menos intento ser cuidadosa. Si sale algo con lo que no conecto al cien por cien, siento que estoy ocupando un espacio que debería estar usando con una canción mejor”.
Pese al tono añejo de su música, se define como una artista abierta en cuanto a gustos. “Nunca fui muy de rock argentino y ahora, por mis amigos, estoy escuchando mucho a Charly García, Spinetta… Mis amigas me recomiendan a gente nueva, como Carmen Lancho, de Madrid. La verdad es que intento poner una oreja al mundo actual. Hay cosas que me gustan, otras que me toma un poco más de tiempo entenderlas, pero cuando estoy en casa trato de escuchar solo vinilos. Eso me ha vuelto menos floja; con las ‘apps’ somos un poco flojos, como que la ‘app’ ya te dice qué escuchar. Con los vinilos hago escuchas más activas y me doy cuenta de que hay un mundo de música actual que existe en vinilo, música más experimental, que me encanta. Cosas de Floating Points, el disco ‘Promises’, Hania Rani, mi amigo Helado Negro, que es buenísimo…”.
El pasado septiembre, ‘The New York Times’ incluyó “Vendrán suaves lluvias” entre los diez discos más esperados del otoño. Entre eso y los premios y nominaciones que acumula, no es ajena Silvana a los halagos. “Me da mucho gusto recibirlos y a la vez no me los tomo tan en serio. Por suerte siento que entiendo de dónde vienen y los agradezco; dan ganas de seguir haciendo música y cada vez mejor, pero al mismo tiempo me los tomo con distancia, porque no te sitúa en un lugar cómodo, sino un poco volátil. Prefiero estar donde están el trabajo y la calma: en el estudio, en los conciertos…”.
El pasado 10 de octubre actuó en Madrid dentro del programa de eventos del Día de la Hispanidad, acompañada de la orquesta de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. “Me sentí honrada de poder ofrecer un show que nos devolviera un poco a casa por un ratito”, dice de aquel concierto. A continuación, se ha embarcado por una gira que pasa por Europa para aterrizar en Estados Unidos el 21 de noviembre. A partir de enero recorrerá su México natal. “Llevo una banda muy bonita, mi grupo de México con algunos elementos de Montreal, donde grabé parte del disco. Entre ellos está Joe Grass, guitarrista y virtuoso de ‘pedal steel’ que tocó en el último disco de Lhasa de Sela. Creo que es un show más luminoso que los anteriores, con espacio para la risa, la diversión, el baile, pero no deja de ser una cosa muy íntima también”. Sobre su tramo en Estados Unidos, señala: “Tengo mucha suerte, mi público es gente muy linda, amable, solidaria y dulce. En los shows la gente hace amigos nuevos. Es un espacio muy seguro, con muchas mujeres, comunidad ‘queer’’, migrantes… La comunidad latina ahora mismo se merece sentirse bienvenida, porque realmente ha estado sosteniendo a Estados Unidos durante muchísimos años, y me parece una injusticia total el trato que se les está dando. Todo el mundo es bienvenido en mis conciertos, pero allí tengo la esperanza que sea un lugar seguro y de reflexión para el público latino que merece ser visto y celebrado”.
Por su juventud y talento, parece que hay Silvana para muchos años. Proyectos no le faltan; algunos, extramusicales. “A veces pienso ‘ojalá viva muchos años para poder hacer todas las cosas que quiero’. Quiero seguir haciendo discos, no dejar de escribir canciones nunca, pero también me interesan otras cosas. ¡Me falta tiempo! Me gustaría mucho actuar, nunca lo he hecho y me llama mucho la atención: en series, cine, teatro… Siento que tiene mucho que ver con la música… Creo que me serviría para seguir con mis ojos de niña en la vida. Me encantaría hacer trabajo social, poder devolver algo a mi tierra, algún proyecto de canciones con gente de allá… Y hacer un programa de radio donde entrevistar a mis amigos y amigas sobre sus procesos creativos, y que sea un espacio muy honesto, porque siento que la industria nos hace maquillar incluso nuestros momentos más duros”.
Y entre sus proyectos personales: “irme a vivir a la playa, despertarme viendo el mar, hacer mi café oliendo el agua salada… Te diría, pero es una cosa muy mía, que me gustan mucho las playas del Golfo de México porque son distintas. Son de una belleza no hegemónica. Como que la gente siempre quiere arena blanca y Caribe, pero en el golfo el agua es calentita, como una piscinita, no hay corriente, es como que te abraza. Los paisajes son alucinantes, de arena color café, con bosques de pinos enfrentados al mar…”. ∎