La vida en viñetas.
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En portada

Daniel Clowes

“‘Monica’ es casi un espejo de mí mismo”

Fotos: JM Grimaldi

04.02.2025

El legendario historietista Daniel Clowes, uno de los más importantes de la generación del cómic alternativo norteamericano de los noventa que después alumbró la novela gráfica del siglo XXI, visitó España a finales de 2024 para dos encuentros públicos, uno en el MNCARS de Madrid y otro en la Universidad de Granada. En este último tuvimos la oportunidad de entrevistarlo.

E

l pasado noviembre, Daniel Clowes (Chicago, 1961) aterrizaba en Madrid procedente de Italia, del Festival de Cómic de Lucca. Venía para un ciclo de dos charlas en España, “Make America Weird Again”, organizado por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Centro José Guerrero y el Centro La Madraza de la Universidad de Granada. La primera fue un diálogo con el escritor y traductor Rubén Lardín –también colaborador de Rockdelux– en el MNCARS. Al día siguiente, en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Granada, conversó con el artista visual Jesús Zurita. Antes de esa charla, Clowes pudo atender a nuestras preguntas.

Hablamos del autor cuyo corpus incluye obras como “Como un guante de seda forjado en hierro” (1989-1993), “Ghost World” (1993-1997, adaptada al cine en 2001), “David Boring” (1998-2000), “Ice Haven” (2001), “El Rayo Mortal” (2004), “Wilson” (2010, adaptada al cine en 2017), “Paciencia” (2016) o “Monica” (2023). Es decir, parte fundamental del cómic más influyente de las últimas décadas. Sus incursiones en diferentes géneros (comedia slacker, thriller de misterio, superhéroes, ciencia ficción), que trastoca siempre en un personalísimo “género” Clowes, mordaz, divertido y desolador al mismo tiempo, suelen estar protagonizadas por seres inadaptados o disfuncionales. Un espejo weird de Estados Unidos y del absurdo de la comedia humana que, contra todo pronóstico, ha ido conquistando al gran público desde unos inicios más underground.

Daniel Clowes es simpático y se ríe bastante, especialmente de sí mismo. No es capaz de tomarse demasiado en serio. Como cuando se asoma discretamente al anfiteatro donde dará su charla y descubre que está lleno de gente esperando. “Pensé que habría cuatro gatos”, le dice riéndose a su esposa Erika, que ha viajado con él. Nos vamos a un sitio tranquilo para hablar de la nueva edición de su revista ‘Eightball’ (1989-2004), Bola ocho” en España, recopilada ahora en un imponente tomo integral (ver despiece), un cómic que tuvo un fuerte impacto en la cultura alternativa de los noventa. Releído ahora, es evidente su evolución desde el formato episódico, en diferentes tonos y registros, hacia historias cada vez más densas. “Cuando empecé no sabía cuántos números me permitirían dibujar, uno solo en el peor de los casos, así que intenté incluir todo lo que pudiera en cada número”, aclara Clowes. Habla despacio, con frases precisas. “Pensé en todas las ideas que había tenido a lo largo de mi vida, y que sería mi única oportunidad para juntarlas. Por eso mantuve todo breve, denso, compacto. Cuando se vio que la revista tenía éxito, me di cuenta de que me vendría bien más espacio. Las historias se volvieron más largas y ambiciosas, hasta que sentí que estaba listo para narraciones nominales de larga duración”.

Impacto generacional.
Impacto generacional.


Eres uno de los pocos autores de tu generación que continúa siendo una referencia para la nueva generación de historietistas.

Sí, es curioso. Ahora hay una nueva generación de jóvenes muy interesados ​​por el trabajo de finales de los ochenta, primeros noventa. Hoy existe bastante autocensura en los cómics, la gente piensa “oh, mejor no escribo sobre esto porque podría ofender a alguien”. Hay nostalgia de una época en la que no había que pensar así.

En los últimos números de ‘Bola ocho’ encontraste un camino original de narrar, en “Ice Haven” y “El Rayo Mortal”. Después, en novelas gráficas como “Wilson” y “Monica”. Me refiero a usar “historietas cortas”, en diferentes estilos, para contar una historia larga.

Es una cuestión de fuerza y ​​energía. Para hacer un cómic largo con el mismo estilo tienes que ir a tu propio ritmo para dibujar igual y mantener el mismo tono. Nunca tienes oportunidad de recargar las pilas, de repensarlo. Por eso intento buscar métodos para trabajar con una especie de pizarra en blanco continua, cambiando de estilo o, en “Monica”, con todas esas historias cortas, que intenté finalizar justo cuando me empezaba a cansar. La idea es no aburrirme y tener una inspiración pura de principio a fin.

Tu color recuerda al de los tebeos antiguos. Pero haces cómics innovadores, no retro.

Encuentro fascinantes ciertos cómics antiguos, especialmente los coloreados de forma rudimentaria por alguien que parece que tuvo solo un día para hacer veinte páginas. Los colores fueron elegidos a menudo por su estridencia, y a veces combinan de formas realmente hermosas, casi al azar. Con frecuencia reviso esos viejos cómics hasta que encuentro una página que me encanta. Analizo sus colores, selecciono nueve o doce y los uso como paleta para la historia en la que esté trabajando, y después lo ajusto todo. Me parece una gran inspiración.

También has experimentado con el tiempo narrativo, como en “El Rayo Mortal”, con bocadillos en los que cambiaste el tiempo verbal. Ya sabes, en una escena el joven protagonista comenta el presente, pero el texto está en pasado porque el narrador es su yo futuro, recordando lo ocurrido.

Eso es algo que casi solo se puede hacer bien en el cómic, como que los pensamientos de alguien invaliden lo que está diciendo, mostrar la diferencia entre la vida interior y la exterior. Puedes cambiar los tiempos verbales de un modo visual que el lector puede entender, aunque en realidad sea algo complejo. Si intentas hacerlo en una novela sería muy difícil, ni siquiera estoy seguro de cómo podría resolverlo.

Viñetas de “El Rayo Mortal” (2004).
Viñetas de “El Rayo Mortal” (2004).


¿Te has imaginado como escritor de literatura?

Lo he pensado alguna vez, como ejercicio para ver si soy capaz. Me siento e intento describir un escenario, un jardín o algo así. Pero no domino la técnica de describir lo suficiente para que el lector se imagine el jardín porque estoy acostumbrado a dibujar el jardín exacto, que en un libro puede suponer quince párrafos de información que se presenta como si no lo fuera, para que no esté en primer plano en tu proceso de lectura. Los cómics, creo, son mucho más flexibles. Puedes transmitir mucha información sin que esté en primer plano.

Acerca de tu uso del recurso del narrador no fiable… Al comienzo de “Monica” el lector no sabe quién cuenta la historia ni quién es el protagonista; tardamos en descubrirlo.

Eso fue muy orgánico, porque al principio solo quería contar la historia de Penny (la madre de Monica). Entonces pensé: “¿Quién está contando esto?”. Ya sabes, necesitaba un narrador. Y luego pensé: “Oh, es su bebé quien lo está contando”. Para cuando terminé esa historia, me di cuenta de que conocía a esa niña muy bien, en qué tipo de persona se convertirá basándome en su infancia, muy similar a la mía. Ahí supe que ella era la protagonista. La verdad es que no empecé a escribir un libro llamado “Monica” sobre un personaje. Solo quería que tratase sobre las diferentes décadas de mi vida.


“Creo que Spider-Man es el único superhéroe que en su primera etapa, cuando aún era un chaval, parecía un nerd raro, como yo (se ríe). Un superhéroe flacucho y torpe que está como enfadado y que en verdad no quiere hacer de superhéroe. Es un gran personaje. Me resultaba fácil identificarme con él porque viví con mis abuelos, como Peter con sus tíos”



Has hecho pocos cómics abiertamente autobiográficos, pero suele haber mucho de autobiográfico en ellos. En “Ghost World”, en el pasaje sobre la muerte de tu padre en “Wilson” o, definitivamente, en “Monica”.

Monica es casi un espejo de mí mismo. Hacia la mitad del libro hablé con mi terapeuta de eso: “¿Qué estoy haciendo aquí?”. Me respondió que yo deseaba un amigo, así que lo hice. La razón es que mi infancia fue complicada y me resulta laborioso hablar de ella. Siento envidia de la gente que se conoce y dice “oh, ¿tu madre es italiana? Mi madre también, comíamos pizza a menudo”, y tienen eso en común, una infancia parecida. Yo nunca he tenido eso porque la mía fue muy oscura y complicada. Entonces creé a Monica para tener alguien con quien hablar de ello.

Te expresas mejor a través de personajes femeninos.

Siento un cierto desprecio por los personajes masculinos, que en cierto modo es también desprecio a mí mismo. Con los personajes femeninos siento que me pueden caer mejor, me hacen más comprensivo, creo.

Tratas los elementos fantásticos de una manera realista. Como cuando Andy descubre sus superpoderes en “El Rayo Mortal”, o el viaje en el tiempo en “Paciencia”. O cuando Monica descubre que su abuelo muerto le habla por la radio. El impacto que eso tiene en los personajes se transmite al lector.

Esas ideas me parecen emocionalmente muy fuertes cuando se me ocurren. Siento que el mejor modo de manejarlas es hacerlas lo más realistas posible. Que parezca que estás escuchando de verdad a tu abuelo en la radio y cómo procesas eso. Somos muy buenos para racionalizar cosas que parecen imposibles, ya sabes, “bien, debe haber algo, alguna razón para esto que descubriré más tarde”. Por eso me gusta que haya un elemento de fantasía, pero no todo. Lo demás debe estar fundamentado.

Superhéroes cotidianos.
Superhéroes cotidianos.


“El Rayo Mortal” es una relectura “realista” del superhéroe adolescente cuyo disfraz cita abiertamente a Spider-Man. Nuestra generación creció fascinada con él, en particular el de Steve Ditko.

Creo que Spider-Man es el único superhéroe que en su primera etapa, cuando aún era un chaval, parecía un nerd raro, como yo (se ríe). Ya sabes, en la versión de Ditko. Después, cuando Johnny Romita lo dibujó, se convirtió en un chico de fraternidad de college, como un deportista, y eso ya no me interesaba. Pero el Peter Parker de Ditko se parecía a mí y a todos mis amigos. Un superhéroe flacucho y torpe que está como enfadado y que en verdad no quiere hacer de superhéroe. Es un gran personaje. Me resultaba fácil identificarme con él porque viví con mis abuelos, como Peter con sus tíos. Así que, sí, son los únicos cómics de superhéroes que aún poseen una perfección para un cierto sentido de la maravilla.

¿Podrías comentar alguna de las portadas de discos que ilustraste?

Una por la que fui famoso un tiempo y ahora está algo olvidada. Fue para Urge Overkill, eran vecinos de Chicago cuando yo vivía allí. Una noche, sobre las 1:00 de la mañana, estaba trabajando tarde, alguien llama al timbre. Bajo las escaleras y me dicen: “Hemos visto tu nombre en el timbre. Eres el tipo de ‘Eightball’”. Y yo dije “sí”. Y ellos: “Somos Urge Overkill, ¿puedes dibujar la portada de nuestro álbum?”. Terminé dibujándola para ellos, la contraportada de “The Supersonic Storybook” (Touch And Go, 1991). De niño lo que más quería hacer en la vida era dibujar la portada de un disco o un póster de cine. Esa parecía ser la fórmula más alta y, por eso, le decía que sí a cualquiera que me pidiera una portada. Nunca dije que no a nada hasta cierto punto. Y luego, ese cierto punto llegó.

¿Qué música escuchas ahora?

Últimamente, compositores de música clásica para películas. Bernard Herrmann, Nino Rota, Henry Mancini, cosas así. Es el tipo de música que más impacto emocional me causa, al menos mientras trabajo.

Así que escuchas música mientras trabajas.

No si el trabajo requiere pensar, pero sí cuando estoy preparando las páginas, trazando marcos y cosas así, meditativas.


“Pensé que estaba tan enterrado que nunca saldría a la luz. No imaginé que internet y las redes sociales lo exacerbarían. Pero siempre ha estado ahí, subyacente, lo que Philip Roth llamó la gran ‘furia americana’. Trump es casi el estadounidense quintaesencial, debería estar en un póster de propaganda contra Estados Unidos (se ríe)



Algunos de tus cómics se han adaptado al cine. ¿Algún proyecto nuevo de película?

El mejor consejo que me han dado es no hablar de un proyecto cinematográfico hasta que esté en los cines el viernes (se ríe). Podría repasar una lista como de treinta proyectos en los que “oh, teníamos un director y se iba a hacer pero, vaya, no sucedió finalmente”, así que me siento idiota cada vez que hablo de alguno. Pero, sí, tengo ahora un proyecto que podría ser emocionante.

¿Has visto “Lo que esconde Silver Lake”, de David Robert Mitchell? Toma bastantes ideas de “Como un guante de seda forjado en hierro”.

Me he resistido a verla porque mis amigos están enojados por este asunto (se ríe) y yo no necesito enojarme por nada. Algunos amigos míos le conocen, trabajaba en una librería y saben que era fan mío. Vi su primera película, una especie de imitación de Charles Burns.

“It Follows”, sí. Hay cineastas que tienden a copiar cómics como si nadie los leyese.

Los toman con liberalidad. Pero, ya sabes, nosotros también tomamos de ellos. Yo tomo muchísimo del cine clásico. Cuando veo una buena película me fijo en algún detalle interesante, un ángulo de cámara o algo. A veces congelo la imagen, le hago una foto y la uso como inspiración. Así que es algo recíproco. Los cineastas son bastante amables con las gentes del cómic en general, porque no nos ven como competencia.

En una historieta de “Monica”, la de folk horror, hay un tributo a EC Comics, pero también algo del cine de Ari Aster. ¿Puede ser?

Ari y yo somos muy buenos amigos, aunque escribí esa historia antes de haber visto su película “Midsommar” (2019). Pero es que yo estaba obsesionado de chaval con “El hombre de mimbre” (Robert Hardy, 1973), hay mucho de ella en mi historia.

La misma fuente.

Sí.

“Infernal resplandor” y “Demónica”, en “Monica” (2023).
“Infernal resplandor” y “Demónica”, en “Monica” (2023).


En ‘Bola ocho’ hay una representación multicultural de Estados Unidos, a veces paródica, a veces tierna, siempre extrañada. Y hoy es 5 de noviembre, vuestras elecciones presidenciales.

Justo hoy es el día y es curioso que estemos aquí, en Granada. Mi esposa Erika y yo nos alojamos en un pequeño hotel, un antiguo convento muy austero, con vistas a la Alhambra. Estamos muy lejos de Estados Unidos, en un entorno monástico en esta maravillosa ciudad, que no es donde esperaba estar, porque hemos estado pensando en estas elecciones durante cuatro años, desde el día en que Trump volvió a presentarse, con absoluto terror. Y es genial que estemos aquí porque, allí en casa, estaríamos cambiando de canal, “¿qué pasa, qué pasa?”, muy tensos. Mi esposa se ha tirado todo el viaje “OK, ¿cuánto cuesta un apartamento en Madrid, nos lo podemos permitir?”. Preparándonos para ver dónde nos mudamos si gana las elecciones.

¿Qué crees que está pasando en Estados Unidos desde hace una década?

Creo que en el fondo ya lo sabía, cuando hice mis primeros cómics. Que eso ya estaba bajo la superficie del país. Pero sí pensé que estaba tan enterrado que nunca saldría a la luz. No imaginé que internet y las redes sociales lo exacerbarían. Pero siempre ha estado ahí, subyacente, lo que Philip Roth llamó la gran “furia americana”. Trump es casi el estadounidense quintaesencial, debería estar en un póster de propaganda contra Estados Unidos (se ríe). Todos sus aspectos son malos, pero de algún modo gana.


“Mi madre me ‘abandonó’ cuando yo tenía 6 años. Me dejó con mis abuelos para poder seguir con su carrera. Solo la veía una vez a la semana, un día en que me invitaba a cenar. Cuando creces así, no piensas nada al respecto. Te parece perfectamente normal. Pero creo que en el fondo, por supuesto, siempre estoy buscando a esa persona que me abandonó”



En tus cómics veo un tema recurrente, las fantasías de justicia o de venganza. Como en “Paciencia”, donde hay otro tema implícito, el amor como algo muy egoísta. ¿Lo descubriste trabajando en el cómic?

Sí. Quería que el personaje fuese un gran tipo, de joven es un esposo genial y agradable. Y luego se deforma tanto por su pérdida que se convierte en un auténtico monstruo. Pero también es una especie de monstruo bueno (se ríe). Eso es interesante. Hay más facetas.

Otro tema recurrente es la búsqueda obsesiva por tus protagonistas de la “mujer de su vida”. Pienso en “Vértigo” de Hitchcock. Algo de ella está en “David Boring” y otros cómics tuyos.

Me costó mucho tiempo darme cuenta. ¿Por qué siempre hago eso? Pero, ya sabes, mi madre me “abandonó” cuando yo tenía 6 años. Me dejó con mis abuelos para poder seguir con su carrera. Solo la veía una vez a la semana, un día en que me invitaba a cenar. Cuando creces así, no piensas nada al respecto. Te parece perfectamente normal. Pero creo que en el fondo, por supuesto, siempre estoy buscando a esa persona que me abandonó.

¿Qué cómics has leído últimamente?

Este año lo mejor que he leído es el nuevo libro de Charles Burns, “Final Cut”. Una obra maestra total. Y se ha autopublicado otras cositas increíbles últimamente. También estoy deseando que llegue en inglés “Domingo flamenco”, de Olivier Schrauwen. He leído el primer número, pero no el libro entero, y no puedo esperar. Veré a Olivier en persona en San Francisco cuando vuelva.

Me gustaría comentar el final de “Monica” pero sin explicarlo. Es inesperado e impactante. Pero, de algún modo, captura de manera alegórica el espíritu de nuestra época.

Sentí que… era un final. Intento no escribir los finales mientras trabajo en el libro, porque quiero sentir lo mismo que el personaje, sorprenderme un poco, pero tiene que parecer inevitable. Y este me pareció absolutamente el único final a partir de cierto punto: ya sabes, la idea de que ella seguiría, seguiría presionando hasta que fuese demasiado tarde. Y eso se percibe como un defecto humano, por resumirlo en una sola idea. ∎

El historietista moderno

“Bola ocho integral. La revista Eightball nºs 1-18”
(Fulgencio Pimentel, 2024)

“¡La revista de cómics favorita de la joven América!”, proclamaba el autor en un pin-up de 1994. Se refería a su comic book personal, ‘Eightball’ (1989-2004), “Bola ocho” en España, una “antología” de un solo hombre (orquesta) editada por la indie Fantagraphics donde, con modelos previos como el ‘MAD’ (1952-1956) de Harvey Kurtzman o el ‘Weirdo’ (1981-1993) de Robert Crumb, Clowes sacó cabeza en los noventa como joven promesa del cómic alternativo norteamericano, un movimiento heredero del comix underground. “Bola ocho” es también testimonio de una época en que los autores destacados conseguían su propio tebeo periódico (los hermanos Hernandez, Chris Ware, Julie Doucet, Chester Brown, Seth o Joe Matt) antes del salto al libro tras el triunfo de la novela gráfica en los 2000.

Cada tebeo grapado de “Bola ocho” contenía bastantes historias cortas y alguna larga seriada, “Como un guante de seda forjado en hierro” (1989-1993) y luego “Ghost World” (1993-1997). La primera es una perturbadora fuga onírica por una América freak y cruel bajo la que palpitaba la “American berserk” (Philip Roth) que citaba Clowes en la entrevista. La segunda es su primera gran obra, una crónica humorística y poética en bitono sobre la generación X encarnada en dos amigas durante su último verano de adolescencia, antes de cruzar el umbral de la mediocridad adulta.

Entre las abundantes historias cortas de “Bola ocho” hay de todo un poco, porque Clowes experimentó a fondo cambiando de tono, temática y registro gráfico. Hay sátira cultural, parodia de la industria del comic book  –“¡Pussey!” (1989-1994)– y de las facultades de arte: la desternillante “Art School Confidential” (1991), basada en los estudios del joven Clowes en el Pratt Institute de Brooklyn, adaptada al cine en 2006 por Terry Zwigoff. Hay autoparodia salvaje, fetichismo a lo Crumb y relatos confesionales sobre su adolescencia abordados con gran sutileza literaria, algo inusual en el cómic de entonces. Su ambición de “alta literatura” hizo cumbre en “Caricatura” (1995), la pieza corta donde cristalizaron sus obsesiones: la América cotidiana-freak, la metarreflexión como caricaturista, la soledad del misfit, el deseo frustrado.

La edición de este monumental tomo (536 páginas) es memorable. Traducida (por Alberto García Marcos) y rotulada exquisitamente hasta el último detalle, incluye las portadas originales, las cartas de lectores y el mítico panfleto “Dibujante moderno” (1997), que Clowes insertó en el número 18 de “Bola ocho” a modo de manifiesto artístico. Los últimos números, 19-23 (1998-2004), quedan fuera de este volumen porque el propio autor los considera diferentes. En ellos abandonó el formato de antología tutti frutti para incluir una sola narración larga (“David Boring”, “Ice Haven”, “El Rayo Mortal”) impulsado por el signo de su época, la transición del comic book grapado a la novela gráfica. “Visto con la perspectiva que da el tiempo”, explica Clowes en los extras, “considerar esos cinco números como parte de ‘Eightball’ es un mero tecnicismo. La serie terminó realmente en el número 18, último de este tomo”. 

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