Semanas, meses, e incluso períodos ridículamente más extensos. Todos queríamos anticipar el siguiente movimiento artístico de la artista española más internacional. Aunque ese camino nos llevara probablemente a quedar en evidencia. Pocos (o nadie) podían haber imaginado el nuevo quiebro de una artista que ya se ha reinventado tres veces y que ahora insinúa otro magistral volantazo. Son impresiones acaloradas que desde ayer por la tarde se abalanzan sobre los corrillos digitales y los encuentros físicos. Queda claro que Rosalía, como artista 360º, sabe imponer la conversación, pero es que además lo hace bajo unos preceptos artísticos con una misión principal: romper con lo asumido. El motivo de tanta presión sobre los teclados y las pantallas, y de un consumo tan elevado en las nubes digitales, es “Berghain”, primer adelanto del esperado “LUX”, que aterrizará el próximo 7 de noviembre.
No es este el espacio para ahondar en sus riquezas musicales y compositivas. Aunque nos gustaría profundizar en este acercamiento a la música clásica grandilocuente que termina en pop fragmentado de la mano de dos alquimistas en la materia. Sí que lo es, sin embargo, el lugar donde fijarnos en la brillante pista visual que dirige Nicolás Méndez, miembro destacado de la productora CANADA con el que Rosalía ya había roto esquemas con los clips de “TKN” y, especialmente, el de “Pienso en tu mirá”.
Su tercera asociación hasta la fecha se salda con una pieza con mucha carga simbólica y ese revestimiento religioso que ya adelantaba cuando filtró la portada del nuevo disco. El trayecto empieza con la cantante entrando en un domicilio donde la espera la Orquesta Sinfónica de Londres. La fanfarria se mantiene a su lado mientras la artista catalana lleva a cabo tareas domésticas, y la orquesta la sigue cuando va a por recados, en visitas al médico y viajes interurbanos por Varsovia (está rodado en la capital polaca). En ese trayecto, la cámara va haciendo acta notarial de varios elementos religiosos (cruces, sagrados corazones, vírgenes, etc.) que pueblan el entorno y el vestuario. Pero sin duda el clip cobra un nuevo matiz con la llegada nocturna de una abatida Rosalía al domicilio, coincidiendo con la entrada vocal de Björk en el tema. Es ahí cuando el entorno adquiere resonancias fantásticas y oníricas, y cuando la española muda la ropa para transformarse en una Blancanieves rodeada por animales de la órbita Disney. Aún queda tiempo para un último giro que premoniza esas lágrimas negras que salen del “Bambi”. La trama más experimental del tema, coincidiendo con la irrupción de Yves Tumor, también contagia la forma del clip, cobrando este un aspecto más pesadillesco, con esos negros fuertes, los movimientos de cámara relámpago y las transiciones en morphing que bien podrían figurar en un clip del artista de Miami. Al poco se descubre a una Rosalía inquieta en la cama, desvelada por malos augurios, hasta que se convierte en una paloma. Es pronto para desentrañar todo el significado oculto en estos símbolos y en las bellas imágenes compuestas por Méndez, pero parece claro que hay una premisa, probablemente alrededor de un corazón roto o enfermo y su liberación y recomposición a través de lo espiritual, nutriendo todo el lore del disco.
Día y noche, luminosidad y oscuridad, amor y desamor, sueños prefabricados y realidades pesadillescas, fe y descreimiento, sagrado y profano parecen ser algunas de las contraposiciones que alimentan este tema y su correlato audiovisual. A todas luces, un potente trabajo que predispone a abrazar la nueva fe de una artista total. Entrada directa al cielo, sin criba que la intimide. ∎