Película

La primera profecía

Arkasha Stevenson

https://assets.primaverasound.com/psweb/bs1m9dc1yo7bazu0zpqx_1712298467941.jpg

El derivado tardío de un clásico del cine de terror siempre es un tema delicado. ¿Cómo no recibirlo con suspicacia? ¿Cómo no temerse lo peor? ¿Cómo no pensar que es innecesario? Luego hay sorpresas, algunas muy gratas. Pero, de saque, no es agradable enterarse de que entre los (muchos) planes de una productora o un estudio equis está actualizar (a modo de precuela, secuela tardía, serie de televisión o lo que sea) una película esencial que, incluso más allá de sus valores cinematográficos y su influencia, forma parte del imaginario colectivo. ¿Había alguna necesidad de volver a rondar a “La profecía” (1976) de Richard Donner, una película que ya conoció tres secuelas entre los setenta y los noventa, una actualización en 2006 (dirigida por John Moore) e incluso un intento de adaptación a serie de televisión? Igual no hacía falta, pero “La primera profecía” (2024), cuyos acontecimientos acaban donde empieza la de Donner, demuestra que los ejercicios de revisión no siempre están cruzados, o al menos no en exclusiva, por la oportunidad, la inercia o la pereza.

https://assets.primaverasound.com/psweb/v3ldxzemv9fvylxzfokd_1712298552931.jpg
Arkasha Stevenson ha dirigido una película magnífica que se defiende por sí sola, sin la necesidad de la nostalgia, y, de paso, puede invitar a no pocos espectadores a descubrir la película de Donner y abrirles la puerta al terror de los setenta. Ya para empezar, “La primera profecía” pasa varias pruebas esenciales. Primero, es respetuosa con el título del que parte. Segundo, sus guionistas, Tim Smith, Keith Thomas (director de la magnífica “The Vigil”, de 2019, y del capítulo “El modelo de Pickman” de la antología “El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro”, de 2022) y la propia Stevenson han imaginado una buena historia de orígenes y han encontrado la manera de relacionarse con ingenio con la película de Donner. Tercero, es una actualización inteligente de la historia original. Por su condición de precuela, es una película de época. Está ambientada en 1976 y cuenta la historia de una novicia estadounidense (Nell Tiger Free) que llega a Italia para trabajar en un orfanato de niñas dirigido por monjas. Sin embargo, no es un intento de recreación de un cine de otra época. Su historia sucede en los setenta y hay una labor exquisita de reproducción de esa década, pero, incluso siendo una película que no esconde sus referentes –los más obvios, “La semilla del diablo” (Roman Polanski, 1968) y “La posesión” (Andrzej Zulawski, 1981), filme este último del que directamente recrea la mítica escena de Isabelle Adjani en el metro–, es muy moderna, muy contemporánea, en el lenguaje, en los códigos, en los temas y en su conexión con las preocupaciones del presente.

https://assets.primaverasound.com/psweb/1my5w5ldiwjlvfrm0knh_1712298399574.jpg

Es importante dejar claro que ese lazo con la actualidad no se establece de una forma barata, con una agenda obvia o forzada. Siempre es peliagudo poner el foco en los temas con una película así porque parece que al hacerlo se desmerece como película de género. Pero es realmente llamativa la habilidad con la que Stevenson ha encontrado nuevas maneras de representar los horrores relacionados con la violación de la intimidad, el castigo del deseo y el cuerpo controlado por otros. En relación a esto último, son especialmente impresionantes las escenas de violencia obstétrica.

En “La primera profecía” todo juega a favor de esa recreación del horror. No hay pereza en ella. Hay ecos de otras películas porque hay cinefilia en la dirección y en el texto, y porque se mueve en un subgénero concreto. Pero no es una propuesta que se entregue a recursos fáciles, por eficaces que sean. Stevenson encuentra un universo visual atractivo (tanto la dirección artística como la fotografía son magníficas), concibe una atmósfera turbadora, entiende la planificación y el montaje al servicio del espanto, disfruta con el detalle y el símbolo, investiga las posibilidades del rostro (las caras, las muecas, las distintas maneras de gritar) y se atreve a representar sin titubeos las imágenes espeluznantes imaginadas desde el texto. Encuentra además una cómplice ideal en Nell Tiger Free, soberbia en la piel de la protagonista. Su mímica asociada al dolor y al horror y su control del cuerpo son absolutamente apabullantes. ∎

Miedo, tengo miedo.
Etiquetas
Compartir

Lo último

Contenidos relacionados