Tras las deliciosas digresiones cinéfilas de su novelización de “Érase una vez en… Hollywood” (2019), Quentin Tarantino (Knoxville, 1963) ofrece con “Meditaciones de cine” (“Cinema Speculation”, 2022; Reservoir Books, 2023) su primera colección de ensayos cinematográficos y también vitales; sobre todo, exploraciones sentidas de una serie de películas que resultaron formativas mientras un cineasta crecía en su interior. Selección centrada, sobre todo, en pelis duras, crudas, cínicas y descarnadas de los setenta, superpobladas de tipos gloriosamente malos y teñidas de sangre en clímax catárticos. Ejemplos de esa época del cine estadounidense en que “lo más cercano a una película para sentirse bien eran las pelis de venganza”, escribe Tarantino.
¿Escribe o, casi mejor, dice? Es fácil leer el libro oyendo la conocida voz del autor, siempre visceral, apasionada y entregada. Como si por unos episodios, “The Video Archives Podcast” (el pódcast que comparte con su viejo amigo Roger Avary) fuera un monólogo. Tarantino es tan crítico como fan, pero es la buena clase de fan: la que no adora sin objeciones, sino que realmente se obsesiona y analiza y pone el objeto de adoración saludablemente en cuestión.
Las opiniones generalizadas no le sirven. De modo que durante el episodio dedicado a “La organización criminal” (John Flynn, 1973) se las ingenia para poner este semiolvidado neo-noir por encima de una adaptación anterior de la obra de Donald E. Westlake (o su alias Richard Stark), la mucho más canonizada “A quemarropa” (John Boorman, 1967), y de paso cargar contra los clímax de “Ladrón” (1981) y “Heat” (1995), obras consideradas maestras de Michael Mann. Más adelante, incluso duda sobre diversas set pieces de Hitchcock, como el clímax en el Monte Rushmore de “Con la muerte en los talones” (1959).
Tras explorar el tránsito del Hollywood anti-establishment (Altman, Rafelson, Ashby, Hopper) a los Movie Brats (Coppola, Scorsese, Spielberg: almas gemelas para el autor por su condición de estudiantes compulsivos del medio), Tarantino se centra en De Palma y celebra salvajemente “Hermanas” (1973), pero al escribir sobre “Una señorita rebelde” (Peter Bogdanovich, 1974) deja caer que después de fracasar con “La hoguera de las vanidades”, el maestro “ya nunca levantó cabeza”. ¿En serio? ¿De verdad a Quentin no le gustan “Atrapado por su pasado” (1993) ni “Mission: Impossible” (1996)?
El crítico responsable se horrorizará ante algún que otro manotazo gratuito. Pero también le costará enfadarse mucho rato con un director que no deja de mostrar respeto y adoración por el oficio de la crítica. Es un conocido fanático de Pauline Kael, pero a quien dedica todo un episodio es al algo menos conocido Kevin Thomas, clásico de ‘Los Angeles Times’ encargado de cubrir, entre otros campos, la supuesta serie B; sus reseñas positivas ayudaron a que Joe Dante o John McTiernan pasaran a la serie A. Tarantino reconoce cómo le influyó su crítica de “La bestia bajo el asfalto” (Lewis Teague, 1980) en su forma de hacer cine y en el fichaje de Robert Forster para “Jackie Brown” (1997).
En este catálogo de obsesiones encontramos, además, una comparación de “Taxi Driver” (Martin Scorsese, 1976) con “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) que echa raíces en el guion primigenio de Schrader, aún más atrevido que el filme final en su subversión de la película de vigilante clandestino; una elucubración sobre qué habría pasado si Travis Bickle hubiese llegado a ser retratado por De Palma, o, nuevamente, más Schrader en un episodio para “El ex-preso de Corea” (1977) y otro dedicado a “Hardcore: un mundo oculto” (1979), un segundo “remake temático” de “Centauros del desierto” del que se carga a conciencia la segunda mitad. En el capítulo final salda una deuda pendiente con Floyd Ray Wilson, el cinéfilo y aspirante a guionista negro que vivió un tiempo en casa de su madre y que acabó inspirándole a escribir “Django desencadenado” (2012).
Queda, en fin, un festín de opiniones, referencias (qué bien que el libro incluya índice onomástico), tramas de industria quizá triviales para algunos y fascinantes para muchos otros, y anécdotas personales que dejan poso. Meditaciones impetuosas: un oxímoron irresistible en manos de Tarantino. ∎