Libro

Seán O’Hagan

Fe, esperanza y carniceríaSexto Piso, 2024
Atención a este libro de nivel superior. El entrevistador es el norirlandés Seán O’Hagan, crítico de fotografía de ‘The Guardian’ y colaborador cultural y de arte en ‘The Observer’. Fue uno de los periodistas musicales más relevantes y respetados en una de las mejores épocas del ‘New Musical Express’, la de mediados y finales de los ochenta, cuando el semanario, manejando interesante esquemas de apertura vanguardista y estilística y atrevimiento político-social, era fuente de inquietudes musicales y culturales no asociadas exclusivamente a la moda o al hype del momento –como prioritariamente ya fue a partir de entonces de un modo casi sistemático en las sucesivas etapas–. A principios de los noventa, O’Hagan también fue colaborador de ‘The Face’ y de ‘Arena’, entre otros medios.

Más nivel superior. El artista protagonista es Nick Cave –por cierto, su hijo Luke lo acaba de convertir en abuelo a los 66 años–, quien, sorprendentemente, aceptó la propuesta de O’Hagan para ser entrevistado en profundidad. En esa inusual decisión influyó su intermitente relación de amistad con el periodista a lo largo de más de treinta años. De hecho, O’Hagan hizo la crítica del disco “Tender Prey” en 1988 en el ‘NME’, y el 25 de febrero de 1989 firmó en el mismo medio una entrevista a tres bandas con Mark E. Smith, Shane MacGowan y Cave que todavía se recuerda. Sobre todo Nick, como rememora en estas páginas: el australiano acababa de salir de una de sus fases de desintoxicación y, de repente, se encontró con los dos artistas que, para el bien de su salud, menos le recomendaría cualquier persona juiciosa; no digamos ya un médico.

El asunto resultante de estas largas charlas gestadas en tiempos de pandemia entre O’Hagan, siempre con las preguntas adecuadas, y Cave, siempre con las respuestas más francas y demoledoras, es “Fe, esperanza y carnicería” (“Faith, Hope And Carnage”, septiembre 2022; publicado en España por Sexto Piso a principios de 2024; impecable traducción de Eduardo Rabasa): entrevistas en formato largo, a medio camino entre las clásicas del ‘The Paris Review’, como planeó O’Hagan, y el auge de los pódcast, como imaginó Cave. Finalmente, es una especie de tratado confesional del australiano sin posible perdón de los pecados pero con posible redención asociada a un vínculo espiritual basado en un buenismo humanista que conmueve incluso a los no creyentes. He de confesar que a mí me ha conmovido en muchos tramos de la lectura. Y de una manera realmente profunda.

Se trata de un trabajo insólito en el ámbito de las declaraciones de una estrella de rock. Impacta la hondura de miras de las conversaciones mantenidas entre los dos, no solo las relacionadas con la música, sino, especialmente, las abiertas a interpretaciones religiosas, casi filosóficas, indefectiblemente vinculadas a la muerte de su hijo Arthur, de 15 años, en dramáticas circunstancias –el 14 de julio de 2015 se despeñó por un acantilado en Brighton tras una ingesta de LSD–, factor que sobrevuela muchos momentos de los quince capítulos que forman el tomo. Títulos que reproduzco aquí para mostrar el calibre, la magnitud de la obra: “Una hermosa especie de libertad”, “La utilidad de la creencia”, “El reinado imposible”, “El amor y una cierta disonancia”, “Una suerte de desaparición”, “Duda y asombro”, “La intimidad radical”, “La sensación de desafío compartido”, “La idea asombrosa”, “Una serie de destrucciones ordinarias”, “Un mundo hermoso y desesperado”, “Anita nos trajo aquí”, “Las cosas se desarrollan”, “El Dios en la nube” y “Absolución”.

Entre agosto de 2020 y el verano de 2021, O’Hagan y Cave fueron hablando por teléfono en una especie de ritual sagrado que a veces duraba dos horas y otras incluso el doble. La sinceridad del australiano, aunque conocida de sobra gracias a sus entradas en la web-consultorio The Red Hand Files –donde desde septiembre de 2018 responde a las preguntas de sus fans de una manera minuciosa y sin máscaras–, sorprende por su valentía descarnada para hablar sin tapujos de lo que representa la vida para él ahora mismo, consecuencia de la desgraciada muerte de su hijo (en mayo de 2022, mientras se preparaba la edición de este libro, murió otro de sus cuatro vástagos, el mayor, el modelo y actor Jethro, a los 31 años). Y, para más inri, en el tiempo que transcurrió mientras se desarrollaban estas entrevistas fallecieron la madre de Nick Cave, de la que no se pudo despedir al no estar permitido volar a Australia por las restricciones pandémicas, y Anita Lane, su pareja en tiempos duros, período 1977-1983; así como amigos músicos muy próximos a él o referenciales: Hal Willner (poco antes de iniciar estas charlas) o Mark Lanegan y Chris Bailey (antes de la publicación del tomo). Ese es el clima que sobrevuela el libro: “Cada uno de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, estamos devastados por la pérdida. Si a alguien no le ha sucedido, le pasará, eso es un hecho. Y, desde luego, si has tenido la fortuna de ser muy querido en este mundo, también les ocasionarás un dolor extraordinario a los demás cuando los abandones. Es el compromiso de la vida y la muerte y la terrible belleza del dolor”.

Sonreír, vivir.
Sonreír, vivir.
Una lectura que podría vincularse a una confesión morbosa sobre cómo sacar fuerzas de flaqueza ante la adversidad (en cierta manera, lo es). Pero no a la usanza del típico cargante mensaje new age de superación, aunque se asemeje. No, repito. Aunque pueda parecerlo –“Yo he cambiado, o eso quiero pensar. Ya no acudo a esa parcela brutal de mi naturaleza tan a menudo”–, no es la tópica renuncia pesada del exdrogadicto dando la murga sobre lo mal que lo hice y lo bien que estoy ahora. No. Hay pesar y tormento en muchos momentos escalofriantes. También luz, activada con el interruptor de una vinculación romántica enternecedora con lo ya vivido, rozando el sentimentalismo: “Creo que para ser de verdad vulnerable hay que existir próximos al colapso o la destrucción. Ahí nos podemos sentir extraordinariamente vivos y receptivos a todo tipo de cosas, de manera creativa y espiritual”.

Y aquí puntúa sobremanera el apoyo soterrado pero siempre presente, según dejan traslucir estas conversaciones de un modo indirecto, de la diseñadora de moda Susie Bick, su mujer, a la que se siente muy muy unido: “Cuando salí de rehabilitación por sexta vez como en diez años, fue para casarme con Susie” (era 1999). Asimismo, valora de una manera entre sutil y bárbara la férrea amistad con Warren Ellis, su fiel escudero (presente en sus discos desde “Let Love In”, de 1994).

Se analiza el fuerte carácter de Blixa Bargeld o la amistad recuperada con Mick Harvey (tras un final abrupto) y, sorpresa, hay elogios para Chris Martin: “Una persona muy dulce y un amigo muy querido. Mi relación con Michael Hutchence era similar. Nos entendíamos bien y, en algún nivel fundamental, nos queríamos mucho, aunque musicalmente estábamos a mundos de distancia”.

¿Curiosidades? Unas cuantas, claro. Por ejemplo: “Escribí ‘Into My Arms’ en un centro de rehabilitación”. ¿La relación de artistas que, en directo, han causado un gran impacto en él como espectador? Pues ahí va: Nina Simone, The Saints, Einstürzende Neubauten, Dirty Three, Crime & The City Solution, Swans, The Cramps, Johnny Cash, Emmylou Harris, Led Zeppelin, Bryan Ferry, Bob Dylan, Al Green, James Blood Ulmer y Martin Rev.

¿Sentencias? Muchísimas, algunas impactantes: “Yo tomaba heroína porque encajaba con mi necesidad de tener una vida conservadora y bien ordenada”. O esa de que en el aburrimiento se encuentra la agonía de escribir canciones, de donde surge la idea grandiosa de la creación.

Aunque, según él, el lenguaje fracasa ante la catástrofe, reconoce que “he hecho muchos discos en el pasado, bajo todo tipo de estados mentales, pero ninguno se acerca a ‘Ghosteen’ en cuanto a la sensación de intensidad de la posesión creativa”. “Para mí, el disco se convirtió en un mundo imaginario donde poder estar con Arthur”. Porque “la pérdida de mi hijo me define”.

Habla de las consecuencias de “Skeleton Tree” (2016; disco del año en Rockdelux), álbum que no le gusta y cuyas letras, por muy increíble que parezca, ya estaban escritas antes de la muerte de Arthur, incluso el inicio de “Jesus Alone”: “You fell from the sky / Crash landed in a field”. Se entrega al vaciado emo total de “Ghosteen” (2019; segundo mejor disco del año para Rockdelux): “Mi bebé regresa en el próximo tren. Puedo oír el pitido sonar. Oh, el tren llega y estoy aquí para verlo. Está trayendo a mi bebé de nuevo hacia mí. Bien, hay cosas difíciles de explicar, pero mi bebé está llegando ahora, en el tren de las 5:30”, canta en “Bright Horses”. Y avanza episodios de “CARNAGE” (2021; séptimo mejor disco del año para Rockdelux), álbum en el que estaba trabajando en aquellos días. Son los tres álbumes que, de un modo preferente, centran la atención de este tomo que, sin duda, debería ser un libro referencial para cualquier fan de Nick Cave. No busca la compasión, o quizá sí. Pero con toda la dignidad de una estrella humanizada. Inmenso documento. Imbatible. ∎

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