Álbum

Ben Kweller

Cover The MirrorsThe Noise Company, 2025

Ben Kweller lleva en esto desde que los CDs venían con pegatina “Parental Advisory” y los adolescentes aprendían acordes de Weezer con guitarras prestadas. A los 15 ya giraba con Radish. Después vinieron los discos en solitario, los coros infalibles de “Sha Sha” (2000), las rutas country de “Changing Horses” (2009) o la producción pulida de “Go Fly A Kite” (2012). Totalmente remarcable ese disco homónimo de 2006 que capturó su versión más melódica y directa. De ahí salió “Sundress”, probablemente su tema más conocido, una canción con guitarra soleada que sonaba cercana y casi inevitable, como esas cintas que uno grababa con intención de gustar. De su anterior trabajo, “Circuit Boredom” (2021), nos llamó la atención su colaboración con Israel Nash y The Wind And The Wave. Después llegaría el golpe más duro.

En febrero de 2023, su hijo Dorian falleció en un accidente trágicamente absurdo. Tenía 16 años y ya había empezado su propio camino firmando bajo el nombre de ZEV. “Cover The Mirrors” aparece algo más de dos años después, justo en la fecha que habría marcado su 19º cumpleaños. El título alude a una práctica funeraria judía y, lejos de encerrarse en el duelo, el disco abre una vía personal, luminosa y compartida. Grabado en Dripping Springs con Chris Mintz-Plasse al bajo y Ryan Dean en la batería, el álbum incorpora invitados que entran como si hubieran pillado el ensayo a medias, se hubieran colado por instinto y acertaran de lleno. Ellos son Waxahatchee, Jason Schwartzman que firma como Coconut Records, The Flaming Lips y MJ Lenderman.

El arranque es contenido y directo. “Going Insane” se apoya en un piano melódico, cuerdas en suspensión y una tensión acumulada que condensa el espíritu del disco, con versos como “They’re all balled up inside / And let the whole thing out”. La segunda pista, “Dollar Store”, se convierte en un momento de complicidad con alma de clásico alternativo. Waxahatchee lo acompaña con su voz suave, casi flotante, mientras el riff brumoso remite a las guitarras de los noventa más brillantes del “Siamese Dream” (Smashing Pumpkins, 1993). La canción avanza con calma, sin forzar nada, hasta que en el tramo final se abre de golpe. Elliott Smith habría sonreído. La conexión ineludible con alguien irremplazable desemboca de lleno en una de las canciones más tristes del disco, “Trapped”, que, disfrazada de balada de ruptura, funciona como una forma elegante y universal de hablar del duelo sin nombrarlo.

En el centro del disco, “Park Harvey Fire Drill” huele a tabaco frío, banco de parada de bus y sarcasmo afinado. Hay algo en cómo modula la voz y rasguea la guitarra que recuerda a Evan Dando pero sin resaca. La letra encadena escenas sueltas: Camel Crush, neón, poder plantado en goma de mascar y un verso lanzado con absoluta sinceridad, “I’m just glad I don't have to talk to anyone”. “Depression” baja la intensidad y lo enfoca desde otro ángulo. Jason Schwartzman, como Coconut Records, aporta esa estética de pop lento y cinematográfico. No es una canción feliz, pero sí te permite imaginar el día en que dejará de doler tanto. El groove constante de “Don’t Cave” y sus guitarras punzantes, con espíritu de canción de congregación religiosa, preparan el terreno para la pista estrella y más sublime del disco: “Optimystic”. Ruidosa, crujiente, casi punk, y un estribillo directo a morder con una sonrisa torcida. “Brakes” entra después como un desahogo con piano y una confesión sencilla: “It’s the brakes, it always breaks the heart”.

En el tramo final, cuando ya eres consciente de la grandiosidad del disco, aterriza una versión demo de “Killer Bee”, esta vez con The Flaming Lips. Está dedicada a todos los outsiders del mundo, recordando que a veces basta con una sola persona que entienda quién eres de verdad. “Letter To Agony” recoge ese mismo hilo desde otro ángulo, con un tono más epistolar. Luego aparece “Save Yourself” con las guitarras en llamas y la voz al límite, abriendo el espacio a algo más físico, más urgente. Y por último, “Oh Dorian”, con MJ Lenderman, cierra el álbum como se cierran las cosas importantes. Un retrato de su hijo con melodía de carta. Hay guitarra, hay ternura, hay imágenes: “Crystal child, double Gemini / with a million songs in his mind”. Pocas veces se ha sentido el duelo tan humano y tan cerca.

El catálogo de Kweller había sonado siempre a cuaderno garabateado entre conciertos, familias en furgoneta y melodías pegadizas de vuelta al hogar. Pero “Cover The Mirrors” ofrece una forma de mirar lo que ya no está, sin dejar de atender todo lo que queda por hacer. Es una colección de temas que dan lugar a lo importante: seguir creando, seguir tocando y seguir compartiendo. Canción a canción, Ben Kweller construye un lugar en el que quedarse un rato. Y lo hace con lo que tiene, en una sensación de elevación, tristeza y belleza absolutas. Gracias por contarlo así. ∎

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