Como en ese “Eternal circle” que anuncia uno de los temas de este boxset, llega la ya decimoctava escala de “The Bootleg Series”, el recorrido por vías paralelas que Bob Dylan lleva más de tres décadas apilando con descartes de su discografía. “Through The Open Window. The Bootleg Series Vol. 18 1956-1963” –ocho CDS o cuatro vinilos; también versión redux en doble CD– bucea en la etapa seminal del cantante, la del viaje iniciático de Minnesota a Nueva York y la del salto fulminante a la fama de un músico que en apenas unos meses pasaría de figura de culto en el Village a mucho más que estrella de dimensión planetaria. Marco, por cierto, que coincide milimétricamente con esa reubicación generacional de su figura que ha sido “A Complete Unknown” (James Mangold, 2024): nunca ha sido el de Duluth persona con querencia a pegar tiros al vacío.
Trazar este arco temporal permite avanzar la principal novedad de “Through The Open Window”, pues si los “Bootleg Series” se rigen tradicionalmente por afán completista, exprimiendo hasta la última gota conciertos, giras y sesiones de grabación, aquí su articulación es narrativa y viene dictada por un texto canónico del historiador Sean Wilentz que, con más de cien páginas, desborda ampliamente el término “libreto”. En ellas Wilenz relata minuciosamente el fulgurante rise to glory de Dylan empleando como anclaje los más de 150 cortes distribuidos en sus ocho discos y, como tal, hace primar el hito frente al sonido prístino y el valor documental frente a la exhaustividad. Hasta ahora solo una entrega previa, “Springtime In New York: The Bootleg Series Vol. 16 1980-1985” (2021), había tanteado este camino, pero la falta de una línea clara en el errático Dylan de los ochenta frustraba el intento; aquí, por el contrario, el músico parece avanzar imparable hacia un objetivo bien definido y esto permite un relato mucho más consecuente.
Y sí, resulta deslumbrante descubrir bajo este prisma el habitual festín bootleger que aquí lleva de las catacumbas del Village hasta las escalinatas del Congreso de Washington donde Dylan sirvió de umbral al famoso “I have a dream” de Martin Luther King. Y lo hace como es norma en la serie: setlists desconocidos, registros caseros ignotos, primeros esbozos de temas que abrieron camino. Como preámbulo, dos sorpresas hasta hoy fuera del radar de cualquier coleccionista: el doo-wop “I Got A New Girl”, primera composición conocida de Dylan, y “Let The Good Times Roll”, versión de Shirley & Lee registrada la Nochebuena de 1956 en una de aquellas tiendas de discos equipadas con un dispositivo que daba derecho a plasmar un acetato de dos minutos y que aquí queda como su primera grabación.
El meollo se desarrolla entre los puntos elegidos como partida y meta en este recorrido, dos conciertos simbólicos celebrados en el Carnegie Hall neoyorquino. El primero, recogido parcialmente, tuvo lugar en noviembre de 1961 en uno de sus auditorios menores y la triste asistencia –solo 53 espectadores– frustró el primer intento de Dylan por alcanzar un público amplio. Dos años después las tres mil personas que abarrotaban su salón central contemplaron la primera apoteosis dylanita, tan rendidos a sus ya clásicos como a la presentación de las composiciones de “The Times They Are A-Changin’” (1964), el LP que había concluido solo unos días antes. Los dos últimos discos lo recogen íntegro a modo de grand finale y por su trascendencia bien podrían haber conformado una entrega monográfica de la serie.
Cinco días más tarde Dylan decidía regresar al estudio para registrar un tema que serviría de cierre a “The Times They Are A-Changin’”. Se titulaba “Restless Farewell” –la composición de Dylan favorita de Sinatra, cómo no apuntar este dato– y con él parecía decir adiós a un presente que sentía como el viento calmo previo al estallido del huracán, por aprovechar el texto de otro de los temas presentes en la caja. Cuatro meses después los Beatles se asomaban a las pantallas de los televisores norteamericanos y condenaban de un solo golpe toda la música anterior a reducto del pasado: solo Dylan supo ponerse a resguardo y, atrapando una vez más el signo de los tiempos, tomar la delantera en el disparadero de salida hacia el futuro que allí arrancaba. ∎