Álbum

Kathryn Mohr

Waiting RoomThe Flenser, 2025

Si eres de los que se han quedado atrapados en la atmósfera densa y oscura de la última entrega de Ethel Cain, ya estás tardando en abrir la puerta de “Waiting Room”, el largo de debut oficial de Kathryn Mohr.

La artista de Oakland se muestra como una verdadera maestra en el arte de diseñar estancias repletas de dolor y desesperanza, la mayor parte de las veces con el único acompañamiento de guitarra y efectos de sonido. ¿Folk gótico? ¿Grunge descompuesto por virus de procedencia desconocida? ¿Rock cortavenas respirando en habitaciones contaminadas? Podemos buscar todas las metáforas que queramos, pero lo único cierto es que “Waiting Room” es un LP especial, de atracción malsana, aunque no sea un manjar para todos los tímpanos (el de Cain, por supuesto, tampoco lo es). Un disco que empieza con la frase “La incomodidad es mala para ti / ¿Pero qué podemos hacer?” (“Diver”) no promete precisamente postales bañadas por la luz del sol o crepúsculos con brochazos de colores instagrameables.

Dicen que el LP se grabó en Islandia durante una residencia artística en una fábrica de pescado abandonada y mucho de esa ruina helada se ha adherido hasta el tuétano de las nueve canciones del álbum, canciones que parecen pulular como almas en pena en inmensos páramos sin salida (hola Grouper: también hay aquí muchas esporas de los mundos espectrales de Liz Harris).

“Petrified” es, podríamos decir, la canción más “amable” del disco –donde la sombra se proyecta sobre algunas de los introducciones de Michael Gira en Swans antes de que se desate la tormenta–, aunque las imágenes que evoca –Hecho petrificado tan opaco hasta el hueso, puesto en piedra / Conviértete en ceniza bajo las palmas ardientes, pulgar sellado con cera / En el momento en que se pudrió por los poros”– no sean precisamente tranquilizadoras. También dentro de una aparente “normalidad” podría encajar “Take It”“En este lecho del desierto te espero / aferrándose a mi esqueleto como fruta saliendo de la cama en medio de la noche / miedo a perderlo todo”– y un “Elevator” que nos retrotae a la Polly Jean Harvey más eléctrica y espesa (también en “Wheel”), antesala de los repiques pianísticos que aferran un relato tan breve como escalofriante (en los primeros dos minutos): “Nunca quise ver tu cuerpo sin vida / Nunca quise ver tu cuerpo sin vida / Toma esta parte de mí y dásela a otra persona”; los minutos restantes son una sombría masa de ruido con percusiones lejanas que sugieren huesos entrechocando en la noche oscura del alma, aunque el pozo toque fondo con el contestador automático y los drones de “Cornered” y con el cierre con “Waiting Room”, la canción, un lamento catedralício con la voz, sepultada, salmodiando a bocajarro “mi amor es una silla vacante / mi amor es una sala de espera / mi amor es un andén de tren / mi amor es un camino vacío / mi amor es un signo desgastado / mi amor es un árbol podrido / mi amor es un disquete / mi amor es una puerta de metal / mi amor es una flecha hacia abajo / mi amor es un recuerdo olvidado / mi amor es un tic nervioso / mi amor es una manera de procrear / mi amor es un desagüe atascado”. Reserven cita, a propio riesgo, en esta espeluznante “sala de espera”. No se admiten reclamaciones. ∎

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