Álbum

Maria Coma

Vocal RootsFoehn, 2024

Más espartano, imposible. Tengo la impresión de que hay que sumergirse en una dimensión muy distinta a la que casi todos habitamos en nuestro atropellado día a día para disfrutar plenamente del cuarto álbum de Maria Coma, el primero que publica tras el ya lejano “Celesta” (2013). La única arcilla es su propia voz. O mejor dicho, su propio cuerpo, ya que son sus voces, sus latidos, su respiración y sus vibraciones las que se erigen en protagonistas. La única aportación externa es la del beatboxer australiano Sinjo. Es un diálogo consigo misma y con la naturaleza, que en cierto modo sigue la estela de discos como el “Medúlla” (2004) de Björk, aunque también recuerda a las probaturas de Holly Herndon o Marina Herlop y a otros discos históricos, de escaso dominio público, gestados con la voz como primordial o único instrumento, como hicieron Diamadas Galás, Meredith Monk o Irya Pramuk en algunos puntos de sus discografías. Me parece muy significativo que todos lleven firma de mujer: quizá ellas detenten una mayor clarividencia que nosotros a la hora de atisbar la necesidad de apearse de este enloquecido presente y conectar con lo que realmente importa. El de la artista catalana es un viaje a la pura esencia. Como si todo este tiempo transcurrido desde su última entrega le hubiera servido para una estricta depuración de estilo que se remite a lo mollar. En cierto modo, es un salto sin red.

Gestado en los Lake Studios de Berlín, “Vocal Roots” requiere una inmersión de cabeza en una experiencia que es eminentemente física, y que seguramente se aprehende mejor en directo, asistiendo a cualquier de los conciertos que Coma ha llevado a cabo a lo largo del último año para presentarlo. Confesamente situado entre la música de autor, la música vocal polifónica, el arte sonoro y la performance, plasma una búsqueda interior que se desprende de toda la hojarasca con la que se recubre habitualmente el acto creativo para apelar a la pura sustancia. Sus títulos remiten inequívocamente a nuestra relación, más bien a nuestra plena inserción, en la naturaleza. Por algo pertenecemos a ella. Algunos cortes, como “Crystalline” o “Bodylandscape”, recrean ese escueto pero insinuante colchón sonoro, de propiedades casi tectónicas, sobre los que Maria introduce textos que ilustran esa inspiración de tinte atávico. El crescendo rítmico final del tema titular también sacude bien a gusto el álbum cuando enfila su ecuador, justo cuando más lo necesita. Intriga, seducción sutil y un magnetismo circular surcan el minutaje de composiciones como “Koro”, “Vibration” o la solemne “Fireflame”. En “Inner Landscape” es su respiración la que brota en primer plano. Tan solo el último corte, “Tonada de luna llena” (única canción en castellano), se acerca (algo) a la copla y nos recuerda a la Maria Coma que hasta ahora conocíamos, desmarcándose de esta catártica panoplia de loops, filigranas vocales en espiral y capas de sonido que se sobreponen en un trabajo cuya exigencia con el oyente es paralela a la recompensa que depara. Cuesta entrar en él, pero vale la pena. ∎

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