Álbum

Mark Pritchard & Thom Yorke

Tall TalesWarp-Music As Usual, 2025

El encuentro entre Mark Pritchard y Thom Yorke en Tall Tales” es una colisión calculada entre dos obsesiones complementarias: el rigor arquitectónico del diseño electrónico y la constante búsqueda de Yorke por desfigurar el concepto de “canción” hasta hacerlo irreconocible. Publicado bajo el sello británico Warp, reconocido por su papel pionero en la música electrónica experimental y por lanzar a artistas como Aphex Twin o Autechre, el álbum profundiza en una simbiosis más oscura y fragmentada.

Si bien ambos ya habían colaborado en Under The Sun” (2016) de Pritchard, donde Yorke aportó la desgarradora “Beautiful People”, aquí profundizan en una simbiosis gestada durante los meses más oscuros de la pandemia, cuando el aislamiento físico obligó a repensar las conexiones creativas.

En muchos sentidos, “Tall Tales” es el hijo oscuro de ese encierro creativo, un monstruo ensamblado a partir de las partes dispersas de dos mentes brillantes y aisladas. Como aquel verano de 1816 en Villa Diodati, cuando Mary Shelley, Percy Bysshe Shelley, Lord Byron y John Polidori se refugiaron en una mansión a orillas del Lago de Ginebra, Pritchard y Yorke han dado forma a su propia criatura sonora.

Aquel mítico encuentro literario, conocido como el “Año sin verano”, fue consecuencia de la erupción del monte Tambora en 1815, que cubrió el cielo de cenizas y provocó un invierno perpetuo que sumió a Europa en la penumbra. Atrapados por el mal tiempo, estos autores se desafiaron mutuamente a escribir historias de fantasmas, dando nacimiento a algunos de los monstruos más icónicos de la literatura moderna: “Frankenstein” de Mary Shelley y “El vampiro” de Polidori, antecesor directo del “Drácula” de Bram Stoker.

De manera similar, el aislamiento pandémico llevó a Pritchard y Yorke a explorar nuevos límites creativos, intercambiando sonidos a distancia. Como los poetas de Villa Diodati, hallaron en la soledad una inspiración para crear un Frankenstein musical: un álbum fragmentado, distorsionado y desconcertante, que se retuerce y desafía las reglas de la música electrónica y experimental, como el monstruo de Shelley desafió la naturaleza.

El proceso mismo de creación refleja esta fragmentación. Yorke y Pritchard no se encontraron en persona ni una sola vez durante la producción del álbum, intercambiando archivos a través de correos electrónicos y largas sesiones de Zoom. Este método a distancia se traduce en una música que suena deliberadamente alienada, como si cada pista fuese un mensaje en una botella lanzada al mar digital. Pritchard, veterano de la experimentación electrónica con proyectos como Global Communication y Harmonic 313, se permitió explorar su arsenal de sintetizadores con un enfoque casi arqueológico. Entre las máquinas utilizadas destacan el Korg PS-3300, conocido por su arquitectura modular analógica y su peso físico y metafórico en la historia de la música electrónica; el Yamaha DX1, cuyos algoritmos de modulación de frecuencia fueron pioneros en los ochenta, y hasta juguetes rítmicos como el Mattel Bee Gees, una pieza de kitsch electrónico que, en las manos de Pritchard, se convierte en un artefacto de distorsión temporal.

Yorke, por su parte, aplicó un enfoque igualmente radical a su voz, tratándola como un componente más del ensamblaje digital. Esto es evidente en “Gangsters”, donde su voz alterna entre tonos bajos y falsetes etéreos, creando la ilusión de múltiples cantantes atrapados en un ciclo interminable de mutación digital. Este uso de la voz como textura y no como simple portadora de narrativa recuerda a las técnicas de Laurie Anderson en “Big Science” (1982) o incluso a las manipulaciones vocales de Scott Walker en “Tilt” (1995) y “The Drift” (2006), donde la identidad del cantante se desdibuja deliberadamente en una masa de murmullos y susurros sin origen claro.

El álbum se abre con A Fake In A Faker’s World”, una pieza de más de ocho minutos que establece el tono con un ritmo de sintetizador repetitivo y una atmósfera que recuerda al “Trans-Europe Express” de Kraftwerk si hubiese sido reimaginado por Andy Stott. Aquí, Pritchard explora las posibilidades de los sintetizadores analógicos de los sesenta y setenta, recurriendo a estudios especializados como Vintage Keys en Hampshire para acceder a máquinas que a menudo requieren más mantenimiento que creatividad. Yorke, mientras tanto, interviene con modulaciones vocales que se desintegran lentamente, como si la propia voz estuviera perdiendo coherencia en un universo que se derrumba a su alrededor.

El título del álbum, inspirado en “1984” de George Orwell, evoca distopías clásicas y reflexiones sobre la posverdad. En la novela, el lenguaje es una herramienta de control diseñada para limitar el pensamiento libre mediante la “neolengua”, un sistema que reduce el vocabulario y simplifica el discurso para evitar ideas subversivas. Así, las mentiras se convierten en verdades aceptadas sin cuestionamiento, como muestran los lemas contradictorios del Partido: “War is peace. Freedom is slavery. Ignorance is strength”. Esta manipulación del lenguaje crea una realidad distorsionada donde la verdad es maleable y la identidad se fragmenta.

De manera similar, “Tall Tales” es una expresión en inglés que significa “historias exageradas” o “relatos inverosímiles”. El disco fragmenta voces y sonidos hasta hacerlos irreconocibles, reflejando un mundo donde la identidad y la verdad se disuelven en un ruido digital cada vez más caótico y alienante. Esto se siente claramente en canciones como “This Conversation Is Missing Your Voice”, que evoca los paisajes opresivos de “OK Computer” (1987) y las abstracciones electrónicas de “Kid A” (2000), discos emblemáticos en la exploración de la desconexión humana en un mundo tecnológico. En este álbum, la tecnología, lejos de conectar a las personas, crea distancias insalvables y una sensación de aislamiento profundo.

La línea “I’m not your problem to be corrected / How can you function with a mind ejected?” parece reflexionar sobre la fragmentación digital de la identidad, una preocupación recurrente en la obra de Thom Yorke desde “Amnesiac” (2001), donde la desconexión y alienación en un mundo digitalizado se vuelven temas centrales.

El aspecto visual del proyecto, a cargo del colaborador habitual Jonathan Zawada, es igualmente relevante. Creó una película de larga duración que acompaña al álbum y que fue presentada en una serie de proyecciones únicas alrededor del mundo. La película, construida a partir de CGI y modelos de Inteligencia Artificial, refuerza la sensación de un mundo a punto de implosionar. Las referencias visuales de Zawada incluyen tanto el surrealismo digital de artistas como Rafman como los experimentos visuales de la televisión infantil británica de los años sesenta y setenta, una conexión que añade una capa de nostalgia perturbadora al proyecto.

El álbum cierra con “Wandering Genie”, una pieza que se aleja de la abstracción industrial para acercarse a las texturas más introspectivas de proyectos como Suspiria” (2018) y Anima” (2019). Aquí, Yorke repite la línea “I am falling” como un mantra, mientras las capas de sintetizadores y efectos de modulación se superponen hasta que la voz desaparece por completo en un mar de ruido. Es un final apropiado para un álbum que parece construido para desmoronarse, una meditación final sobre la fragilidad y el olvido, como un recuerdo que se desvanece lentamente en la memoria.

“Tall Tales” encarna el desasosiego de nuestra era, donde la desconexión mental y emocional es una prisión invisible tejida por algoritmos que moldean quiénes somos. Más que alienación, denuncia la desaparición de la intimidad y la verdad, reduciendo a la humanidad a datos sin rostro. En este laberinto de señales, la incertidumbre es ley, y el oyente, atrapado, se vuelve testigo silente de una sociedad que ha cambiado la autenticidad por una ilusión de conexión. ∎

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