Álbum

Tanxugueiras

DiluvioPlayPlan-Calaverita, 2022

El agua siempre ha estado en la encrucijada filosófica entre el naturalismo y la fe religiosa, conectada tanto con la ciencia como con la creencia, con la Tierra como con la eternidad cósmica. Es un ylem, una de las sustancias originales, así como una de las fuentes desde las que discurre la vida. También es un purificador natural que puede adoptar formas opuestas, que puede ejercer su poder por las buenas o por las malas. Como diría Bruce Lee, “the water can flow or it can crash”. El agua puede limpiar la suciedad igual que puede arrasarlo todo y dejar un manto nutritivo sobre el que surjan nuevas formas de vida. Representa el ciclo mismo de la naturaleza.

De premisas como estas surge conceptualmente el tercer disco de las gallegas Tanxugueiras: un “Diluvio” que expíe los pecados de la humanidad, una tormenta que sacuda los convencionalismos y tras la que se instale la calma, una tempestad con fundamentos puramente telúricos que nos obligue a un cambio social que se dé la mano con la tecnología. Hay, por tanto, un ánimo dualista en todas las composiciones, que se mueven entre una épica de torrente desbordado y la retirada en resaca de las aguas. También entre lo milenario de la conservación de la tradición oral, de sus ritmos, cánticos y temas, y lo digital, semilla y savia de los nuevos brotes. Y así, conviven bajo el mismo aguacero la expansividad de esa muñeira universal que es “Terra” o el trap clínico à la Metro Boomin de “Averno” con el a capela purísimo de “Sorora” y ese número de pop folclórico global que es “Fame de odio”, en la línea de Bomba Estéreo. Coexisten, en fin, el espíritu de pandeireteiras y cantareiras con el que las Tanxugueiras han llevado la música tradicional gallega al panorama nacional –a rebufo de Baiuca, con Mercedes Peón como norte cardinal– y el universo electrónico que el productor Iago Pico –“la persona adecuada”, como le reconocían a mi compañera Teresa Cuiñas– ha diseñado para ellas.

Desde la inicial “Treboada” (“tormenta”), en la que unos sintes retrowave afinan el retrofuturismo que va a ser constante a lo largo de todo el álbum, a la conclusiva “Acougo” (“calma”), las aguas pasan a su ritmo sobre los pecados capitales y algún vicio más de nuestra sociedad para revisarlos y transformarlos. “Arica” tira de épica cinematográfica para reflexionar sobre la soberbia en clave música celta, por ejemplo, y las percusiones explosivas, los golpes de sinte y los riffs electrónicos progresivos rollo Woodkid van a ser la lengua vehicular para hablar de avaricia en “Midas”, de pereza en “Desidia”, de ira en “Averno” –con la prescindible participación de Rayden–, de voraz misoginia en “Figa” o de patriarcado en “Seghadoras”. Pero “Diluvio” también es un espacio de autoafirmación que, como el agua, pretende ser transformador: ahí queda esa preciosa rumba a la gallega que es “Pano corado”, en la que celebran la diversidad del amor –“Para que queres o pelo / se non o sabes peinare / Para que queres amores / se non os sabes amare”–, o el canto al empoderamiento físico y al amor propio “Fame de odio”.

Las Tanxu, en fin, aprovechan el tren comercial de “Terra” y su historia en el Benidorm Fest y la preselección para representar a España en Eurovisión 2022 y ofrecen un disco interesante pero más bien conservador y poco rupturista que, sin embargo, está muy bien diseñado para sorprender a los oyentes más generalistas y menos acostumbrados a los experimentos en clave urbana y electrónica. Es decir, a afianzar su posición como grupo popular con papeletas tanto para sonar en Los 40 y aparecer en el Coca-Cola Music Experience como para recorrerse lo festivales folk de toda la península o tocar en el SanSan, el Low y el Sonorama. “No hi ha fronteres”. ∎

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