No se han tomado mucho tiempo The Last Dinner Party para perpetrar su segunda entrega, “From The Pyre”. Fue a finales de 2024 –año de la publicación de su debut con Island, “Prelude To Ecstasy”– cuando comenzaron a trabajar de nuevo con James Ford, quien, tras ser diagnosticado de leucemia, cedió el testigo de la producción a Markus Dravs. Georgia Davies (bajista), Lizzie Mayland (guitarrista), Abigail Morris (cantante), Aurora Nishevci (teclista) y Emily Roberts (guitarrista) prometían oscuridad, crudeza y cierto apego terrenal. Se entiende que ha quedado plasmado en una imaginería artística que, esta vez –desde una portada que evoca igual a Peter Greenaway o Ingmar Bergman que a Jheronimus van Aken, el Bosco–, las sitúa como personajes haciendo las más variadas cosas: portando corderos y guadañas, danzando alrededor de una pira, empuñando una espada, haciendo un gambito de dama o montando en moto. El concepto de pira, en cualquier caso, es tan poderoso como pertinente para un proyecto donde la escenificación de la música se adhiere a las propias composiciones, y cada detalle parece medido al milímetro. Esto causó suspicacias cuando irrumpieron en la escena británica e independiente en 2021, vale. Pero es que el carácter performativo de la música se puede y debe explotar, no tendría que ser algo negativo a priori. A esta gente, de hecho, les sienta como un corsé, en el mejor sentido de la expresión.
Empecemos por el principio. “Agnus Dei” es una canción que sobrepasa la perfección, en la que los talentos corales se funden y crecen y llevan en volandas a la cantante principal en una suerte de pop orquestal, con un punto seudobeodo que, al final, alcanza un clímax prometedor ante lo que está por venir, que es mucho, sí señoras. “Count The Ways”, por su parte, casa más con la línea seguida en ciertos momentos de su primer trabajo, con ese deje de pop romántico noventero (Suede) que tanto arrobamiento causó.
Los sencillos que han ido publicando eran de alto nivel. En “This is The Killer Speaking”, el primero de ellos, jugaron a confundirnos, pues pese a su verso, tan de soft-western (afín a cierto espíritu estético del grupo, camaleónico), llegaban a subir a acordes mayores para entregarse en un estribillo festivo, digno de corear en el saloon. Con “Second Best” exhibieron sin tapujos la influencia de los hermanos Mael (Sparks), bien traída y asumida a nivel interpretativo, con el toque justo de opereta e incluso un remate a modo de homenaje apasionado. Nada extraño teniendo en cuenta que el quinteto ya se atrevió con “This Town Ain’t Big Enough For Both Of Us”: palabras mayores. En “I Hold Your Anger” –con la cuestión maternal de telón de fondo–, asoman en cambio rastros beatlenianos, y es Aurora quien se coloca ante el micro principal. ¿Hipotético duelo vocal en la banda? Puedes optar por el estoicismo (Aurora) o el epicureísmo (Abigail).
“Rifle” es un punto de inflexión rockero pertrechado de órganos y pianos, coros eclesiales –con su punto demoníaco; el arte del disco, como hemos dicho, juguetea un poco con ese concepto–, una precipitada timbalada que sigue a Morris en estado prerrafaelita, atreviéndose a cantar en francés. Debo reconocer que, si bien la apertura a capela de “Woman Is A Tree” me saca un poco del conjunto del álbum, el hecho de que vuelva al redil con una balada coronada por la preciosa voz de Abigail, dominando todo un campo de voces-hada, me vuelve a meter en él. Es una faceta que en “Sail Away” puede empalagar un poco, quizá porque sean preferibles unas TLDP tirando hacia texturas electrónicas sin dejar de abandonar el rockismo, como está haciendo Sharon Van Etten con sus The Attachment Theory, por ejemplo. Ocurre en la extraordinaria “The Scythe”, la invocación a ese ser amado al que rezaríamos por ver en otra vida, si hubiese una segunda parte: “Don’t cry, we’re bound together / each life runs its course / I’ll see you in the next one / next time, I know you’ll call”. Sorprende que el cierre se titule “Inferno”, pese al guiño stoniano en los coros, dado el carácter pop que rezuma el corte. A estas alturas del circo, si tuviera que emular al César Phoenix, pondría un pulgar para arriba. Dicho queda. ∎