Que a Stephin Merritt le gustan los retos (o los conceptos) es algo que está muy claro (y meridiano): solo hay que recordar
“i” (2004) –todas las canciones comenzaban con la letra “i”– o
“Distortion” (2008), su particular homenaje al ruido, con todos los instrumentos distorsionados, creado bajo la influencia de “Psychocandy” (1985) de The Jesus And Mary Chain; sin olvidar, por supuesto,
“69 Love Songs” (1999), su monumental tratado sobre el amor y, hasta ahora, la obra cumbre del compositor norteamericano. A este triple álbum de
The Magnetic Fields le ha salido ahora un serio competidor, el que nos ocupa, un disco quíntuple que aparecerá el 10 de marzo y que estira aún más la querencia del autor de
“Get Lost” (1995) por el concepto y las obras faraónicas: cincuenta canciones autobiográficas para conmemorar el medio siglo de vida del artista, a una por año.
“50 Song Memoir” se comenzó a grabar el 9 del febrero de 2015, el día de su cumpleaños; él se ha ocupado prácticamente de tocar todos los instrumentos (casi un centenar), aunque cuenta con puntuales colaboraciones de sus sospechosos habituales (Claudia Gonson, Sam Davol, John Woo, Daniel Handler, Shirley Simms, Christopher Ewen...) para pespuntar este diario musical donde, en palabras de Merritt, es la primera vez que utiliza a fondo sus experiencias personales como punto de partida lírico para las composiciones.
Ante un trabajo de tal envergadura es fácil perderse –el recorrido dura sus buenas dos horas y media–, pero ya desde la primera escucha queda patente que estamos ante una obra mayor que se ha sacado de encima la rutina que parecía acechar en una trayectoria iniciada en el ya lejano 1991 con
“Distant Plastic Trees”. Aquí está el Merritt ambicioso e inspirado, ese escritor que desea pasar a la posteridad como uno de los nombres imprescindibles del Gran Cancionero Americano. Razones tiene: “50 Song Memoir” es una mina de oro pop donde cada cual puede quedarse con su pepita preferida, un derroche de inteligencia, ironía y amor por la música que cuaja en una especie de documental sobre la vida y milagros del protagonista. Merritt no conoció a su padre, el músico Scott Fagan, hasta 2013, y esa ausencia es la que parece sobrevolar
“Wonder Where I’m From”, la canción inaugural, correspondiente al año 1966.
A partir de aquí, retazos que lo mismo nos hablan de gatos (1968:
“A Cat Called Dionysus”, con imitación de maullidos incluida a cargo del hijo de Handler), de mitos reverenciados (1969:
“Judy Garland”, recordando la rebelión gay de Stonewall; 1983:
“Foxx And I”, sobre sintetizadores y su admiración por el fundador de Ultravox), que de lugares que tuvieron un papel medular en su educación sentimental: los clubes Danceteria y Pyramid (en las piezas correspondientes a 1984 y 1987: la primera, un pepinazo de tecno-pop de bola de espejos; la segunda, un melancólico repaso a un encuentro fugaz en la noche). También, de sus recuerdos californianos (2008:
“Surfin’”) y de sus tiras y aflojas amorosos (2009: la solemne
“Till You Come Back To Me”, con su pantalla de vientos, es, junto a
“Why I Am Not A Teenager”, el flash de 1985, una de mis preferidas del lote).