Peter Doherty, madurez controlada. Foto: Sergi Paramès
Peter Doherty, madurez controlada. Foto: Sergi Paramès

Festival

Primavera a la Ciutat (2 de junio): un buen presagio

La primera jornada de Primavera a la Ciutat, el ciclo de conciertos en salas que Primavera Sound organiza para complementar y ampliar la oferta de su programa central en el Parc del Fòrum, esgrimió mucha entidad y funcionó como réplica a pequeña escala del global en que se inscribe. La variedad de estilos, sonidos, procedencias y arcos temporales que se abarcaron en una tarde-noche de lunes fue significativa: del nuevo pop independiente hecho aquí –el de Casero o Maig– al underground egipcio –muy bien representado por Nadah El Shazly–, pasando por rockeros supervivientes como Peter Doherty, viejos hechiceros del minimalismo repetitivo con pátina electrónica como Seefeel o renovadores del drone y el trance como los gótico-gaélicos Tristwch Y Fenywod.

Casero

Con su último álbum, “estoy exagerando???” (2024), Casero ha dejado un poco de ceder ante el peso de las paredes y ha empezado a ejercer resistencia. No es que el proyecto haya dejado de ser “casero” y, de hecho, por lo visto en la sala Apolo, sigue muy apegado a la intimidad brutal, a la honestidad y a ese error que acerca y humaniza –y que se hace carne en temas como “Islas desiertas”–, pero ahora la casa es un poquito más grande, más luminosa, cabe más gente y se puede hacer más ruido. En formato cuarteto, con una bajista a los coros, guitarrista líder y batería en directo, la madrileña suena ahora más expansiva y más cercana a la rugosidad intensa del indie rock estadounidense de los noventa: las arrancadas, o detalles como insinuar el “The Forest” de The Cure, algo bastante Dinosaur Jr. Y le sienta bien, aunque su voz siempre esté mejor cuanto más dulce. Diego Rubio

Casero y la intimidad expansiva. Foto: Marina Tomàs
Casero y la intimidad expansiva. Foto: Marina Tomàs

Dummy

El cóctel de influencias europeas de estos improbables californianos –ritmos motorik krautrock (“Nine Clean Nails”, con su simpático miniduelo de guitarras), interludios de electrónica progresiva (“Pepsi Vacuum”), amalgamas de organillo psicodélico con frenesí de pedales shoegazer (“Blue Dada”)– retumbó con fuerza entre las paredes de La Nau, donde se personaron con una interesante colección de aparatos. Hubo satisfactorias capas de ruido celestial (“Soonish”), bailoteos siderales entre el twee y Stereolab (“Minus World”) e incluso trances exuberantes a modo de respiro (las escalerillas de “Dip In The Lake””). El directo del grupo es refrescantemente más feroz que su versión de estudio, un pacto fáustico, dado que se pierden algunos de los matices y delicadezas del disco y se empantana el sonido de las pistas con más tráfico de capas. Lo solventaron brindando la energía escénica adecuada y con la dulce declaración de que para ellos era un “sueño” poder tocar finalmente en el Primavera. Xavier Gaillard

Luvcat

Bandas como The Last Dinner Party o las representantes de Reino Unido en esta edición de Eurovisión están demostrando que en el nuevo rock con coartada alternativa británico está funcionando la estética barroca y el vintage, y Luvcat son los penúltimos en sumarse a esta ola. Impulsados por el súbito éxito en TikTok de “He’s My Man” –momento climático, claro–, el quinteto liderado por Sophie Morgan debutaba en Barcelona en la sala Apolo –el mes que viene lo hará en Madrid, en el festival Mad Cool– aún sin trabajo publicado pero con relativa expectación para un lunes, y lo hacía con un show y un sonido sólidos y muy rodados. Con una banda de rock clásica y uniformada en plan gothic-kitsch y temáticas fronterizas y oscuras sacadas del libro de estilo de las murder ballads –ella por momentos es una Angel Olsen trasnochada con el pintalabios corrido–, realmente en lo sonoro van más de Fleetwood Mac al pop sugerente de Sabrina Carpenter o a la Miley Cyrus más orgánica. Es el terreno que mejor les va, el de “Alien”, no tanto el de “Matador”. Diego Rubio

Luvcat, gótico de ahora. Foto: Marina Tomàs
Luvcat, gótico de ahora. Foto: Marina Tomàs

Maig

Que una barcelonesa de 18 años que canta en catalán inaugure el Primavera Sound desde la sala Apolo es algo que define en general muchos de los pilares de la filosofía del festival: pese a que los focos normalmente se posen sobre los artistas internacionales, empujar hacia delante, al mundo, a la nueva escena catalana ha sido y seguirá siendo innegociable. Maig la representa con candidez pero también con una inusitada seriedad para una chica de su edad. Flanqueada por dos multinstrumentistas –teclados, guitarra, programaciones, ritmos–, desenvolvió como las flores de un ramo las canciones de su recién estrenado debut, folk prístino y primaveral con detalles y atmósferas electrónicas –preciosa “Voltes i voltes”–, y para el final, después de versionar “L’Empurdà” de Sopa de Cabra, se abrió a pulsos más festivos a través de temas como “Kilimanjaro” –con el acompañamiento de Lluc en directo– o “Accelera”, que recuerda a un híbrido entre B1N0 y Judeline. Seguro que los poquitos fallos de sonido no le estropearon una ocasión tan especial. Diego Rubio

Maig, candidez con futuro. Foto: Marina Tomàs
Maig, candidez con futuro. Foto: Marina Tomàs

Nadah El Shazly

Hay algo del todo novedoso y fascinante en la música de la egipcia Nadah El Shazly, y su paso ayer por La (2) de Apolo lo volvió a demostrar. Si otra vocalista egipcia de ascendente universal, Umm Kulthum, dominaba el arte del tarab y la improvisación vocal en estructuras modales árabes, El Shazly lleva ese legado emocional a nuevos territorios: su voz, igualmente hipnótica y envolvente, se entrelaza con sintetizadores, percusión fragmentada y distorsiones. No busca la repetición melódica, sino la exploración abstracta de un estado afectivo. Llegó a pocos días del lanzamiento de su tercer disco, “Laini Tani” (2025), que articuló el grueso del repertorio del concierto. Actuó junto a músicos como el productor cairota 3Phaz y la arpista Sarah Pagé. Esta última aportó una capa decisiva: su arpa, procesada con pedales de efectos, oscilaba entre lo etéreo y lo abrasivo, haciendo que la atmósfera del directo se volviera aún más rica, tensa y envolvente. Fue, sin duda, uno de los elementos que marcó la diferencia en una propuesta ya de por sí singular. La personalidad y el gesto sincero de El Shazly –esas exhalaciones penetrantes–, que pasó de la elegía inicial al clímax de protesta contra la violencia en Oriente Medio, hicieron el resto. Jaime Casas

Nadah El Shazly: oriente contemporáneo. Foto: Óscar García
Nadah El Shazly: oriente contemporáneo. Foto: Óscar García

Peter Doherty

El verdadero protagonista de la jornada en la sala Paral·lel 62 y motivo por el que esta presentó una entrada de lujo fue un Peter Doherty al que ya habíamos visto sobre el escenario con Warmduscher, pero también liándola debajo para apoyar a sus protegidos Real Farmer en el show que abrió la velada. El renacido músico inglés se ha ajustado a su nuevo perfil de crooner acústico de vestimentas folk. Superada la época de los excesos, el de Hexham preserva, aunque transmita mucha mejor salud tanto corporal como mental, una mirada entre pícara y entristecida. Como si esa estrella invencible del rock del nuevo milenio se hubiera convertido en un ángel caído que intenta aguantar el vuelo. Algo que lleva a cabo de forma desorganizada, como el que ha vivido demasiados períodos en entornos donde rige el caos. De hecho, tuvo recuerdos de su paso como trotamundos dependiente en La Floresta, y fue invitando a amigos de su etapa en la Ciudad Condal a subir al escenario, mientras iba intercambiando guitarras, incluyendo una eléctrica testimonial. Apoyando en lo instrumental estaban un batería y otro guitarrista que ejercía por momentos de mánager responsable. Porque a veces parece que Doherty buscara deliberadamente sabotear los momentos mágicos que sigue generando su música, o que confiara en exceso en la improvisación e incluso en su leyenda para tapiar los desajustes. Aunque en ocasiones lo consigue y desprende ese sabor tierno del que observa a personas que han cruzado todas las autopistas y vuelven por el carril de desaceleración. Con uno de los amigos convocado al escenario, cantó desafinando y a destiempo, pero la estampa resultó irremediablemente entrañable. Como lo es cerciorarse de que el cantante ha recuperado su compostura vital como esposo y padre. Lo expone sin interpretaciones en el mismo título del último disco que presentó, “Felt Better Alive” (2025), mientras intenta corregir la pérdida de trascendencia en lo musical. Siempre le quedan los éxitos pasados o ajenos, como ese “Waterfall” de The Stone Roses con el que se despidió. Marc Muñoz

Peter Doherty, entre el pasado y el hoy. Foto: Sergi Paramès
Peter Doherty, entre el pasado y el hoy. Foto: Sergi Paramès

Real Farmer

Desde Groningen aterrizaron en la sala Paral·lel 62 Real Farmer, cuarteto jovencísimo de post-punk cabestro. Su rock do it yourself ha sido acogido por el sello Strap Originals, propiedad de Pete Doherty, quien les ha editado su álbum de debut, “Compare What’s There” (2024). Motivo por el que los pudimos descubrir en la primera jornada del Primavera Sound. Los holandeses resolvieron con soltura la bravura punk que los agita y todo ese rock slacker vitaminado que practican. Batería acelerada, guitarras al límite y un frontman dejándose el pellejo sobre el escenario y sirviéndose de reverb y eco. Hubo incluso reivindicación política cuando la bajista leyó un poema palestino como recordatorio al genocidio en esas tierras. Garra, sudor y actitud combativa. Marc Muñoz

Real Farmer: muy bravos. Foto: Sergi Paramès
Real Farmer: muy bravos. Foto: Sergi Paramès

Seefeel

El sempiterno dúo que forman Mark Clifford y Sarah Peacock no ha perdido un ápice de originalidad, pero tampoco ha ganado ideas. Lo más visible –aunque nada nuevo– es el énfasis dub con el que han tapizado su producción reciente. En La (2) de Apolo, en formato trío y acompañados por Daren Seymour al bajo –miembro original de la banda–, ofrecieron un ejercicio pulcro y esquelético de nostalgia activa. Desplazaron su propio archivo hacia zonas nuevas sin necesidad de añadir nada. Partieron del núcleo de “Quique” (1993), con “Climatic Phase” y “Polyfusion”, y más adelante “Filter Dub”. No fue solo un gesto nostálgico –aunque lo hubo–, sino una invitación a una escucha más expandida. Todo sonó más crudo, más metálico, más táctil. Hubo una clara voluntad de reconectar con su sonido más icónico –aquel que combinaba ambient techno y shoegaze–, del que ya apenas queda rastro. Lo positivo: ganaron en contundencia. En “Until Now” –tema que no soy capaz de encontrar en su discografía oficial– desnudaron el dub hasta su mínima expresión, acentuando la rítmica y el misterio. Luego abordaron “When Face Was Face”, de la etapa más oscura y experimental de “Succour” (1995): puro óxido industrial sin perder elasticidad dub. “Time To Find Me” actuó como una transfiguración en directo, cruzando su etapa Warp con ecos fantasmales de Aphex Twin, quien firmó las remezclas originales como AFX. La voz de Sarah Peacock –siempre tratada como una capa más del sonido– apenas se escuchó con claridad, envuelta en texturas y efectos, casi como si formara parte del ruido de fondo. El cierre, “(Spangle)”, fue una pieza abierta, luminosa, tal vez una relectura incompleta o una atmósfera sostenida, dejando el sonido flotando en suspensión. Nos dejaron enganchados a sus ideas. Seefeel no busca celebrar su legado sino reactivarlo. Este directo no reconstruye: altera, dispersa, transforma. En un presente saturado de refritos, ellos siguen fieles a su método: disolver estructuras, tensionar el tiempo, invocar el sonido como espacio. Jaime Casas

Seefeel: clásicos para hoy. Foto: Óscar García
Seefeel: clásicos para hoy. Foto: Óscar García

Tristwch Y Fenywod

El trío galés llegaba a la primera jornada de Primavera a la Ciutat con las credenciales de su primer álbum homónimo, publicado en septiembre del año pasado y convertido poco a poco en una reconocida obra de culto. En el pequeño escenario de Laut organizaron su aquelarre de rock embrujado, convocando hipnóticas ondas de folk de resonancias paganas que tanto podían remitir a los trances de Swans como a los agujeros negros de los drones de Sunn O))). Una fascinante misa gótica entre alaridos, bajos retumbantes, cítaras y percusiones amenazantes conducida magistralmente por una Gwretsien Ferch Lisbeth en su papel de poderosa sacerdotisa queer. Ancestral y contemporánea, la propuesta de Tristwch Y Fenywod se elevó en la noche primaveral como una de las primeras revelaciones del festival. Juan Cervera

Tristwch Y Fenywod: rituales galeses. Foto: Alba Molleda
Tristwch Y Fenywod: rituales galeses. Foto: Alba Molleda

Underscores

Más performance que concierto, más ritual colectivo que experiencia individual, lo que ofreció April Harper Grey en La Nau fue, en esencia, un karaoke atrofiado. Ante la dificultad de reproducir en directo sus collages de hyperpop dubstep, optó por apretar el play y corretear micro en mano delante de peculiares montajes visuales (psicodelia de imágenes de stock o nostálgico 3D noventero) con leves interacciones, como la ingeniería de movimientos del público en “Old Money Bitch” y “Your Favourite Sidekick”. La peripecia resultaría decepcionante, teniendo en cuenta que sí ha girado con instrumentos, de no ser por la rotundísima entrega de unos asistentes que venían con los deberes hechos: un torbellino humano de brincos, palmadas y recitación de chiclosos estribillos. Generaron un sudoroso caldo de energía que sirvió para reafirmar la innegable rotundidad temas como “Poplife”, “Harvest Sky” y su desenlace makinero, la nueva canción “Music” o –como ideal colofón final– “Local (Girls Like Us”). Xavier Gaillard

Warmduscher

Sus pintas sobre el escenario de Paral·lel 62 –y en sus fotos promocionales, propias de un sitcom inglesa gamberra– ya prefiguran una banda de complejo encasillamiento. El combo del Reino Unido abraza un funk-punk que por momentos parece un cruce entre The Fall y Madness. El porte duro de su cantante contrasta con ese falsete del que hace itinerancia. Con formación de teclados, bajo, batería y guitarra, los ingleses se movieron en tiempos cortos pero con intensidad redoblada. Tanto, que hubo motivo para el pogo e invitaron a Pete Doherty hasta en dos ocasiones para acompañarlos en los coros. En ocasiones remitieron a Franz Ferdinand, mientras que en otras se acercaron más al discurso art punk de Yard Act. Aunque en realidad solventaron cualquier papeleta, como sustituir el rapeo de Kool Keith –registrado originalmente en su canción “Burner”– invocando a los Beastie Boys. Marc Muñoz

Warmduscher: funk-punk gamberro. Foto: Sergi Paramès
Warmduscher: funk-punk gamberro. Foto: Sergi Paramès

Yseult

La de Yseult Onguenet podría haber sido una historia de éxito en brazos de la industria: participó en un talent, la han vestido algunas de las firmas más importantes del mundo como Dior o Balmain, ha recibido premios en Francia… Pero ella decidió romper con las expectativas y labrarse una reinvención artística desde la más completa independencia. Esta de la sala Apolo era su primera actuación en Barcelona, diez años después de debutar pero pocos meses después de “MENTAL” (2024), ese pastiche con el que ha sabido llevar su pasión por la idea de variedades francesa a un nuevo nivel de significado. Y la idea de que es ella la que lo sustenta todo es parte angular del espectáculo: completamente sola y sin visuales, respaldada únicamente por una pequeña estructura de metal y luces, arranca en los territorios más hardcoretas y punk-rockeros de “Garçon” o una “Noir” completamente renovada en clave extrema, mezclando melodías perfectamente afinadas con berridos sobre una base pregrabada de guitarras ruidosas y distorsionadas, y poco a poco va entrando en territorios más pop sin perder ni un ápice de intensidad. En un momento gira al hardcore techno, suelta el “365” de Charli XCX y vira al reguetón industrial con “Gasolina” –un tema demasiado “motomami” en el que samplea a Daddy Yankee e interpola a Lorna–, y luego se pasa un segundo al hyperpop y vuelve a las guitarras incendiarias antes de la apoteosis final de “Bitch You Could Never”. Y siempre mantiene alto el nivel de energía y el delivery, tanto como una vocación maximalista y de estadios que es quizá el mayor lastre del concierto: cuesta conectar con una guitarra tan, tan protagonista, que solea y riffea como bajo un foco, ante el baño de masas, pero que no existe en realidad. Las transiciones o los puentes quedaban bastante vacíos, pero, como ella misma recordaba al final, no es fácil –barato– hacer una gira de estas características y sacarla de Francia. Diego Rubio

Yseult: mucha energía gala. Foto: Marina Tomàs
Yseult: mucha energía gala. Foto: Marina Tomàs
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