HAIM: hermandad feliz. Foto: Òscar Giralt
HAIM: hermandad feliz. Foto: Òscar Giralt

Festival

Primavera Sound (6 de junio /1): todas las escalas

La segunda jornada de Primavera Sound 2025 en Parc del Fòrum ofreció dos aperitivos sublimes lejos de él –Cat Power y Julie Byrne en sala, dentro de la programación Auditori goes to…– y varias oportunidades –a lo largo de la tarde y hasta el ocaso– para transitar desde lo estrictamente micro –con interesantes propuestas como las de HEAL o Florence Sinclair– hacia lo netamente macro en el concierto de HAIM, una de las principales atracciones en el cartel de este año.

Amor Líquido

Bajo el sol del escenario Cupra, Amor Líquido entregó toda su potencia arraigada en el sonido del punk español. No obstante, la guitarra se encargó de mostrar su versatilidad a través de ráfagas de post-punk en “Tarta de la abuela”, un sonido más stoner en “Metro Ibiza” o algo más rock’n’roll en “Me quedo contigo”. Otro tanto nos entregó la vocalista con ese spoken word que todavía falta trabajar, pero que en temas como “No me grites” o “Me quedo contigo” funciona enriqueciendo el groove de la canción. También se dieron maña para hacer una versión un tanto desvencijada de “Are You Gonna Be My Girl” (Jet), que titularon “¿Quieres ser mi chica?”. El resto del show se concentró en singles como “A ver quién miente más”, “Metro Goya” y “Marimacho”, que cerró el espectáculo con un final apoteósico entre el metal y el punk. Daniel P. García

Amor Líquido: punk metálico. Foto: Òscar Giralt
Amor Líquido: punk metálico. Foto: Òscar Giralt

Cat Power

Concierto de gala: “Cat Power Sings Dylan. The 1966 Royal Albert Hall Concert” (2023). Ayer, en la sala Paral·lel 62, Chan Marshall ofreció un momento único, del que no me quiero bajar ni olvidar nunca. Vestida con un traje verde que parecía de otra persona, un collar de perlas como para ir a un bautizo de hace 30 años y el aura de quien no ha venido a complacer –aunque no paró de aplaudirse después de cada tema, en un gesto del que te sentías partícipe–, Marshall subió al escenario con la serenidad de quien sabe que no tiene que demostrar nada. Lo tenía todo a favor: un público atento, canciones que ya no suenan a Dylan sino a ella misma, y una historia de vida que asoma entre canción y canción. Durante los primeros temas fue la armónica la que llevó el peso. Tras “4th Time Around”, dijo: “La armónica es el viento de los dioses, te llega a los huesos. Eso decían los fumadores de marihuana”. Y así sonó: como un soplo antiguo que atraviesa los huesos. No hay copia, ni reverencia, ni apropiación. Marshall no interpreta a Dylan: lo filtra. Su voz grave, su fraseo quebrado, incluso sus silencios, dicen más que cualquier gesto. La segunda parte, con una portentosa banda eléctrica, tal como fue en su momento, relanzó el concierto. No porque rompiera el clima, sino porque añadió músculo y complicidad. El grupo –sólido, preciso, sin exceso– sostuvo cada tema con inteligencia. Sigo pensando en “Tell Me, Momma”, “Leopard-Skin Pill-Box Hat”, “Ballad Of A Thin Man”. Y, cómo no, “Like A Rolling Stone” para cerrar un concierto memorable; porque no podía terminar de otra manera. En manos de Chan Marshall, Dylan es historia y presente. Y consigue elevar un repertorio clásico que, lejos de estar fijado en el tiempo, parece seguir en construcción. Jaime Casas

feeble little horse

La banda de Pittsburgh afrontaba en el escenario Estrella Damm la primera fecha de su primer tour por Europa y el Reino Unido; un momento importante que coincide con la partida de uno de sus fundadores, Ryan Walchonski, hace poco más de dos meses. Al ahora trío –Lydia Slocum (voz y bajo), Sebastian Kinsler (voz, guitarra y caja de ritmos) y Jake Kelley (batería)– se le sumó en directo la guitarra de Rob Potesta para intentar transmitir toda la potencia y emotividad de su repertorio –angustioso y existencial, a veces de una musicalidad engañosamente burbujeante– a un directo a pleno sol. Hincándole el diente mayormente a temas de “Girl With Fish” (2023), su último álbum, feeble little horse fueron tejiendo una tela de araña eléctrica por la que ir enmarañando noise pop y slacker rock y en la que el grito y la melodía convivieron aletargadas en la boca de Slocum, desde la inicial “Freak” y sus guitarras de derribo hasta ese cierre maldito de “down” –bromearon en que “algo malo” pasaría si dejaban de usar ese tema como punto y final de sus conciertos– apuntillado por un pasaje de “Pocket” que en directo deviene en explosión gutural, hiriente, de la vocalista –puro angst gótico: “Every fucking day of my life / A dead man is fucking me, I can’t hide”–. El ruidismo como expiación en un concierto, por otro lado, amable, que terminó diez minutos antes de lo previsto, dejándose en el tintero “This Is Real”: una de las mejores canciones del año, como si MGMT se pusieran screamo, augurando un camino en el que la indietrónica termine de psicodelizar la propuesta del combo. Una vía que en directo todavía no se atrevieron a testar. Anton Casas

feeble little horse: emotividad y potencia. Foto: Òscar Giralt
feeble little horse: emotividad y potencia. Foto: Òscar Giralt

Florence Sinclair

Gran Bretaña siempre ha sido cuna de raperos heterodoxos y endémicos. Y Florence Sinclair (nombre artístico) parece presumir de estar en ese grupo. Británico de raíces caribeñas, es un personaje enigmático. No sonríe, no interactúa con el público y mantiene siempre una pose seria. A caballo entre el cloud rap y el spoken word, su música no desdeña tampoco la influencia de la escena de Bristol (Massive Attack, Smith & Mighty) ni la de los oscuros soundscapes a lo Mica Levi o Dean Blunt. Una música susurrada, de ecos sagrados y tribales, atiborrada de skits, con sampleos de folk y músicas ignotas, y envuelta en atmósferas brumosas y sombrías. Ataviado con una larga falda de cuadros, camisa blanca y gorra, ofreció en el Schwarzkopf una puesta en escena parca y poco empática, pero sorprendió con un buen arsenal de temas sugerentes y utilizó los insólitos servicios de una violinista en dos temas, entre ellos el barroco “White Horse”. Todo un descubrimiento. Luis Lles

Florence Sinclair: brumas sombrías. Foto: Rosario López
Florence Sinclair: brumas sombrías. Foto: Rosario López

HAIM

La feel good music con resonancias a la Costa Oeste norteamericana que singulariza a las HAIM difícilmente podría no cuajar en un festival con escenario junto al mar. Tendrían que hacerlo muy mal, y ellas son muy buenas, aunque tampoco vayan sobradas de aristas. Defienden lo suyo con gancho, garra y oficio. Y se conocen esta cita. Alana –la actriz protagonista de “Licorice Pizza” (Paul Thomas Anderson, 2022)– pregunta al público varias veces si está dispuesto a festejar, “partying”, como si no hubiera un mañana. Todo son vibraciones positivas en el escenario Revolut, y desde el bajo funk de la reciente “Revelations”, suben las pulsaciones. Pero su bolo se resintió de un valle central demasiado pronunciado, más o menos desde que Danielle se sentó a la batería con “Everybody’s Trying To Figure Me Out” y bajó la intensidad. Mucha gente desconectó: la visita al Poly Klyn, la recarga del vaso, la búsqueda de los colegas perdidos entre la multitud. Lo arreglaron luego con la elasticidad de “Don’t Save Me”, “I Want You Back” y una “Down To Be Wrong” que es como su “Walk On The Wild Side” (Lou Reed) particular: el saxo de Michael Blasky, que la acompañó, es más que revelador. Buen entretenimiento, sin demasiadas complicaciones, el de las tres hermanas angelinas. Carlos Pérez de Ziriza

HAIM: tres soles angelinos. Foto: Òscar Giralt
HAIM: tres soles angelinos. Foto: Òscar Giralt

HEAL

La banda barcelonesa –sí, son de aquí, aunque nada de su música lo indicaría, tampoco la actitud de su cantante Laia Vehí, que se dirigió al público en inglés– abrió con elegancia la jornada en el escenario Schwarzkopf. Enorme es la acumulada nostalgia noventera que despierta el combo: el melodismo del Midwest emo, las capas de ruido del shoegaze, la parsimonia del slowcore, los crescendos del primer post-rock. Y muy sólida la ejecución de las canciones: un bajo colorido, una serpenteante voz elástica (que en piezas emotivas como “Brother” incluso recordaría a Dover) y una intrincada elaboración de telarañas a tres guitarras (particularmente relucientes en la nueva canción “Bobblehead”). Aunque perdieron impulso con cierto devaneo instrumental a mitad del concierto, fueron absueltos de todos los pecados con la bruta intensidad de “Not A Big Deal”, una auténtica batalla aceleradísima de chirridos guitarriles. Xavier Gaillard

HEAL: telarañas eléctricas. Foto: Rosario López
HEAL: telarañas eléctricas. Foto: Rosario López

Julie Byrne

Hay otros mundos, y están más cerca de lo que pensamos. Y sumergirnos en ellos depara una gran recompensa. En el de Julie Byrne todo es introspección, conexión íntima con la naturaleza, indagación espiritual. Y su traslación al escenario grande de Apolo –a las dos de la tarde, entre el aperitivo y la hora de comer– fue sublime. Hacía casi ocho años de su última actuación española en La (2) de Apolo –estuvo anunciada para el Primavera Sound 2024 pero canceló– y el recogimiento que demanda un disco tan excelso y sobresaliente como “The Greater Wings” (2023), marcado por la muerte de Eric Littman, quien fuera su compañero creativo y hasta sentimental, halló acomodo en una sala tremendamente respetuosa con su arte: no se oía ni una mosca. Su sobrenatural voz, como llegada de otra dimensión, y su guitarra acústica, se juntaron con un versátil teclista y una vocalista de refuerzo para reproducir al detalle el conjuro de aquel prodigio de disco, pero también piezas del anterior y también descollante “Not Even Happiness” (2017), como “I Live Now As A Singer” y “Sleepwalker”, e incluso una versión del “Halah” de Mazzy Star. Lo de “Summer Glass”, “The Greater Wings” y (sobre todo) “Hope’s Return” fue de escalofrío y lágrima. Lo juro. Ni los dos o tres teléfonos móviles alzados –es que ni en los momentos más solemnes e intimistas del festival uno se libra de esta plaga bíblica– pudieron arruinarnos su magia. Llamarlo lección de folk telúrico podría servir, pero no le haría justicia. Fue para levitar. Carlos Pérez de Ziriza

Julie Byrne: el corazón en un puño. Foto: Óscar García
Julie Byrne: el corazón en un puño. Foto: Óscar García

Red Stamp

Red Stamp ofrecieron en la sala Paral·lel 62, en horario de mañana, un concierto preciso y sugerente. El eje fue la conexión vocal entre la irlandesa Aoife Nessa Frances y la catalana Núria Graham: más que armonías, construyeron diálogos medidos y naturales. Abrieron con un punteado de guitarras acústicas y eléctricas, una melodía suave y el empuje justo. Se intercambiaban instrumentos con soltura, y en los momentos más inspirados todo giró en torno a un bajo juguetón y riffs melódicos, con exhalaciones convertidas en estribillos casi suspendidos. Las guitarras dialogaban con claridad y gracia, y sus voces, personales y complementarias, añadían un magnetismo sobrio. El repertorio evocó a Burt Bacharach, The Free Design o The Carpenters, más cerca del lirismo ambiental de “Another Green World” (1975) de Brian Eno que del motorik de Stereolab. También asomó la melancolía contenida del pop íntimo de principios de siglo, como el de Ida o L’Altra. Cerraron con “Dancing With My Baby”, en inglés y catalán: su único tema publicado, mínimo y sofisticado. Jaime Casas

Red Stamp: alianza irlandesa-catalana. Foto: Marina Tomàs
Red Stamp: alianza irlandesa-catalana. Foto: Marina Tomàs

TETAS FRÍAS

Más allá del electropunk, lo de TETAS FRÍAS es cachondeo reivindicativo. Fue una pena que a su descarga en el escenario Trainline le faltara garra, quizá más tímidos al estar sin el amparo okupa o por falta de rodaje fuera del under. El género no exige sofisticación, pero sí entrenamiento. La pobre vocalización no permitió que se apreciara gran parte de su gracia, aunque los fans la adivinaran y rieran de antemano. En cuarenta minutos tocaron todos sus temas, incluyendo dos nuevos e “Illuminati Corp” de sistema de entretenimiento. Más potente sonó el hardcore de “Forat del pany” y las más logradas en su estilo fueron “Cigarreto” y “chicoZzZ del under”, hasta su esperada burla a los macrofestivales: “Turismo… ¡buuh! Okupas… ¡eeeeh!”, arengaban. “Patera, patera al Primavera”, coreaban, ¿infiltradas? “¡Gracias, Primavera!” fue su adiós. Susana Funes

TETAS FRÍAS: contra todo. Foto: Rosario López
TETAS FRÍAS: contra todo. Foto: Rosario López

The Hard Quartet

The Hard Quartet puede parecer un supergrupo indie, o algo así, por las trayectorias de sus cuatro componentes, Stephen Malkmus, Matt Sweeney, Emmett Kelly y Jim White. Pero no tiene pinta de que vayan a consumirse por los respectivos egos. Armonizan bien en disco y lucen en directo con sus temas de garage, folk nada bucólico y pop de guitarras hirientes. En los sesenta minutos que tuvieron en el escenario Amazon Music les daba para interpretar entero su primer y por el momento único disco, aparecido el pasado año. Casi lo hicieron. Tocaron todos los temas menos tres, pero añadieron “Lies (Something You Can Do)” –publicado en formato sencillo hace un par de meses– y una versión para cerrar el concierto, el “Advice To Graduate” de Silver Jews, que de hecho es menos versión, ya que aquel grupo lo formaron Malkmus y David Berman, así que no dejó de ser un recuerdo del ex-Pavement a uno de sus pasados. Al cuarteto se unió una pieza indispensable, un joven backliner con mucho más trabajo del habitual porque Kelly, Malkmus y Sweeney no pararon de cambiar de guitarras y de intercambiarlas con el bajo. El batería de Dirty Three le daba sentido a todo con su precisión rítmica. Hubo momentos de rock americano sin estrías –“Killed By Death”, cantada por Sweeney–, de acerada intensidad –“Chrome Mess”, que recuerda tanto a Sonic Youth, cantada por Malkmus– y de lírica abrupta y entrecortada –“North Of The Border”, quizá el mejor tema del disco, cantado por Kelly–. Quim Casas

The Hard Quartet: reunión de sabios. Foto: Óscar García
The Hard Quartet: reunión de sabios. Foto: Óscar García

Soluna

Lo de tirar de pregrabado es casi el nuevo reglamento en ciertos géneros y franjas de edad. La primera en recurrir en la jornada del viernes fue Soluna, joven cantante third culture kid, o incluso fourth. Sangre angoleña, argentina y portuguesa para alguien que, además, vivió muchos años en Barcelona. Esa mezcla de culturas y orígenes también la vuelca cantando tanto en español como en portugués. La intérprete se hizo acompañar de dos bailarinas para dirigir su propuesta hacia un aerobic dance con buena aceptación entre los pocos congregados a tan temprana convocatoria en el escenario Amazon Music. Se maneja sobre el mismo gracias a su vitalidad risueña, aunque las letras adolecen de recorrido y su propuesta acusa esa delgadez conceptual de una artista con mucho que perfilar. El sonido oscila entre distintos estilos, con fuerte injerencia latina del funk carioca, el reguetón, afrobeat y el pop latino. Hasta se aventuró con el flamenco-trap. Marc Muñoz

Soluna: cultura global. Foto: Marina Tomàs
Soluna: cultura global. Foto: Marina Tomàs

Still House Plants

La espinosa música del trío británico experimental resultó especialmente hostil debajo del torturador sol que invadía el escenario Trainline (y que perturbó visiblemente a la cantante Jessica Hickie-Kallenbach). Pero logramos penetrar en su laberíntica propuesta, tan intelectual como sensorial, y radicada en tres elementos que, si bien parecen disociados, constituyen un todo coherente: una voz aeróbica y expansiva entre el soul y el sollozo, una batería con fluctuantes cambios de ritmo y una creativa guitarra que alterna entre metálicos rasgueos arpegiados (“Breakbeat”) y acordes muy fragmentados que devienen simples notas en fila (“No Sleep Deep Risk”). Demasiado airosa como para ser math rock y demasiado irregular como para ser slowcore, la banda incorpora elementos de ambas tradiciones, así como de otros clásicos de la música deconstruida o feísta, por ejemplo Captain Beefheart o This Heat. Especial mención merece el magnífico cierre “More More Faster” desde su ascenso ruidoso hasta su desenlace minimalista, con Hickie-Kallenbach quedándose sola al micrófono. Xavier Gaillard

Still House Plants: deconstrucción. Foto: Òscar Giralt
Still House Plants: deconstrucción. Foto: Òscar Giralt

Tramhaus

Inclasificable, Tramhaus fue un rito noise punk sobre el escenario Schwarzkopf en el que no hubo una sola pared de sonido. Poseedores de una estética musical influenciada por el under neoyorquino de los ochenta, juegan con un groove potente, sincopado, dando vida a ritmos pegadizos entre melodías y ambientes abstractos, propulsados por incansables punteos de la primera guitarra y los riffs de la segunda, como en “Semiotics”, “Ffleur Hari” o en “The Big Blowout”. Lukas Jansen, el vocalista, derrochó carisma en cada canción, a veces más dinámico, con carreras y saltos, cuando sonaban más progresivos como en “I Don’t Sweat”. Otras veces más animalesco, como en “Make It Happen”. El concierto alcanzó su frenesí final en “Minus Twenty”, con contrapuntos psicodélicos noise y una explosión rítmica. Daniel P. García

Tramhaus: punk en expansión. Foto: Óscar García
Tramhaus: punk en expansión. Foto: Óscar García

Waxahatchee

El concierto de Waxahatchee en el escenario Cupra fue una reconfortante comunión y una prueba más de que Katie Crutchfield encontró en el country y la americana su verdadera voz. Empezó casi a capela, entonando “3 Sisters” con apenas algún rasgueo de guitarra, para entonces desencadenar el sonido vibrante y emotivo de sus últimos álbumes, “Saint Cloud” (2020) y “Tiger’s Blood” (2024). Con voz potente pero dulce y llena de matices, fue desenfundando sus reflexiones sobre la vida adulta, más melancólica en “Lone Star Lake” o “The Wolves” y más vivaz en “Ice Cold”, “Crowbar” o “Lilacs”, bien apuntalada por su banda, con coros masculinos en contrapunto, hermosas armonías femeninas (“Can’t Do Much”) y exquisitos fraseos de guitarra eléctrica y slide. La sorpresa: MJ Lenderman uniéndose con guitarra y coros en “Right Back To” y “Burns Out At Midnight”. El perfecto cierre: “Fire”. Susana Funes

Waxahatchee: la gran tarde americana. Foto: Marina Tomàs
Waxahatchee: la gran tarde americana. Foto: Marina Tomàs

Wolf Alice

Habrá quien lo encaje como versatilidad, pero a mí lo de Ellie Rowsell y los suyos me parece más bien indefinición. Porque son tres lustros ya de carrera, y su tránsito del hard rock setentero al folk con denominación de origen inglés, y luego a las baladas o a los medios tiempos marcados por el uso de los sintes (a veces entre la herencia de Fleetwood Mac y la de Kate Bush) me resulta poco natural, menos aún con la pinta de rockeruzos tradicionales que se gastan, tirando al cliché con piernas. Esos fueron los registros que exhibieron en el escenario Estrella Damm, en otro set irreprochable en lo sonoro, más que competente tentempié para el descorche de la tarde (mucho es el bagaje que tienen ya en grandes escenarios y festivales), pero revelador de su poco acusada personalidad. Más cáscara que sustancia, me temo. Carlos Pérez de Ziriza

Wolf Alice: siempre competentes. Foto: Marina Tomàs
Wolf Alice: siempre competentes. Foto: Marina Tomàs

YOASOBI

El popular dúo de j-pop formado por la cantante Ikura y el productor y teclista Ayase –ampliado en su traslación al directo por dos guitarristas, un batería y otra teclista– transformó el escenario Revolut en un contagioso muestrario del imaginario nipón más contemporáneo: inflables à la Murakami, la ineludible presencia del anime, concesiones gamer… De todo ello emanaba una cierta sensación a kawaii afilado: siendo un oxímoron, lo cierto es que lo que proponen YOASOBI bebe tanto de la fuerza del power pop como de las salidas más nocturnas y relajadas del city pop; es tan enérgico en su delivery como aparentemente naíf en su fondo. Era su primer concierto en Europa y los japoneses dejaron su carta de presentación desde el inicio con “夜に駆ける”, puro corazón de intro de anime… Un espíritu que planearía durante todo su show, cierto, pero del que también se desprenderían interesantes variaciones, ya fuera desde aproximaciones más lisérgicas, como esa fuga de rock glitcheado en “PLAYERS”, o, sobre todo, más reposadas, como en “たぶん”, una balada de piano que respiraba groove asentándose en una percusión casi boom bap y que abriría camino para un tramo marcado por la influencia dosmilera del Timbaland más disco-pop, con espacio para palmas sintéticas o algún tema que, insuflado por un R&B maximalista, instalaba su base en terrenos trap. Con todo, la sensación fue la de una homogeneización del repertorio consecuencia de esa inevitable pulsión arrolladora; la que, al fin y al cabo, anima al más otaku y al más festivalero por igual. Anton Casas

YOASOBI: j-pop festivalero. Foto: Rosario López
YOASOBI: j-pop festivalero. Foto: Rosario López
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