Jayda G anunció la semana pasada la publicación de “Guy”, su nuevo álbum. Antes de darle salida el próximo 9 de junio, llega el turno de esta primera comparecencia audiovisual alrededor del primer single del lote, “Circle Back Around”. Un clip que sirve además como sentido homenaje al padre de la artista y que teje, a su modo, complicidades con “Aftersun” (2022), el celebrado largometraje de Charlotte Wells.
Porque si la protagonista de la hermosa y devastadora “Aftersun”, una proyección personal de Wells, llegaba a la catarsis en el empeño por reconectar con el padre de aura enigmática que perdió mediante exploraciones de los vídeos domésticos familiares y sus vasos comunicantes con la memoria, un proceso similar parece guiar la nueva aventura discográfica de Jayda G y el videoclip que llena estos párrafos.
“Guy” es un álbum de próxima publicación que se describe como homenaje póstumo a William Richard Guy, el padre de la artista canadiense, fallecido cuando ella apenas tenía diez años, uno menos que la protagonista de la aclamada película escocesa. Son trece cortes inspirados en la vida de esta figura progenitora apenas conocida, que intentan reconstruirla para entender sus orígenes, mediante la indagación en las más de once horas de material que dejó grabadas antes de su fallecimiento. A través de dicho material, Jayda G elucubra una instantánea de la experiencia americana contada desde los ojos de un joven afroamericano, trasunto vital de su querido allegado.
Respetando esos preceptos temáticos se levanta el primer videoclip del álbum, correspondiente a su primer single, “Circle Back Around”. El mismo que arranca con el padre fallecido narrando a cámara una experiencia traumática con la policía. Un vídeo doméstico registrado en el hogar familiar que da el pistoletazo de salida, con una lograda transición, a las imágenes grabadas por el realizador David Ehrenreich en la población natal de Jayda G, Grand Forks. La primera bobina sigue en trávelin lateral a un joven afroamericano corriendo por las calles de una urbe. Una carrera que se desenvuelve como danza conceptual, tal y como indican el uso de la iluminación y esos movimientos y gestualidades que hacen hincapié en el tema introducido por el padre, que no es otro que la lacra enquistada del racismo y la brutalidad policial. Este tramo –en el que se evoca al Leos Carax de “Mala sangre” (1986), al estilo de Spike Jonze y, por irnos a referencias más cercanas, a Hiro Murai– es interrumpido hacia la mitad del clip por una nueva aparición vídeo doméstica del padre fallecido. En esta ocasión, su parlamento a cámara hace referencia al diagnóstico de su enfermedad, a enfrentarse a una noticia irremediable y terrible, a sentirse pese a todo satisfecho por su incidencia en el breve hospedaje que es la vida. La emotividad de sus palabras se acrecienta con la yuxtaposición de imágenes de la niñez de Jayda en el marco del hogar familiar. Su presencia se expande con la aparición de ella como adulta, aunque esto no deja de ser testimonial, porque se prefiere ceder todo el protagonismo a ese padre que no conoció como debería.
El padre cierra el círculo –después de ver al joven del principio correr más liberado por un paisaje rural bucólico– a través de voz en off y lanza una última reflexión, esta vez sobre el curso de la vida y el sentido que los humanos podemos otorgarle a través del amor. Justo la opción que Jayda ha elegido para rememorar a su progenitor, como señala ese bonito plano final mirando a cámara mientras el padre cuenta –también en off– lo mucho que la quiere. Un amor correspondido, como evidencia toda esta pieza audiovisual y ese próximo álbum que augura similares dosis de ternura y sentimiento. ∎