Tirzah ha facturado uno de los discos más relucientes y examinados del presente curso, “trip9love…???”, pero en su traslado al directo sobrevoló la decepción. Una sensación de la que no supo cómo desprenderse. En ningún momento logró acoger al público en ese R&B narcotizado y brumoso que le suministraba su DJ de confianza. Tampoco logró zafarse de la sensación de set enlatado, cantando por encima de su propia voz pregrabada en una de cada dos estrofas. Debió notar la falta de conexión con los presentes, porque su show se terminó en unos escasos treinta minutos.
Todo lo contrario a lo que ofrecieron los británicos Overmono. El dúo galés demostró sobre las tablas por qué se ha convertido, pese a su corta andadura, en una de las sensaciones más apreciadas de la reciente música de baile surgida de la frondosa escena del Reino Unido. Su álbum de debut publicado este año, “Good Lies”, estructuró un live de signo triunfalista y plenamente eficiente. Su electro-house de escaladas progresivas fue pellizcando el córtex cerebral de los presentes. Se fueron sucediendo esas inyecciones de UK garage, bass y grime como modélico diseminador de endorfinas. La turbina rítmica se fue calentando sin descuidar nunca las melodías ni esa transversalidad que los hacía pasar del jungle al dance, el techno, el rave, el UK bass o incluso tirar de “Turn The Page” (The Streets). Su apego hipnótico quedó reforzado con visuales de dobermans y paisajes sugerentes en cámara lenta. Con su arsenal de cacharrería fueron lanzando ráfagas rítmicas, crescendos medidos y samples vocales. En su frenético y esquizoide recorrido no dudaron en pasar por el eurodance o el disco-house de voluntad ambiental. Soltura admirable al moverse desde el argumento hipnótico hacia el calor del baile desenfrenado. Cerraron con un “Good Lies” de carga extática dilatada. Se mostraron generosos y capacitados para subir al estrato que ocupan en la música de baile bandas como Bicep, The Blaze o Moderat, que, como ellos, modulan con virtuosismo los estadios de euforia con un latir melancólico.
El show de 33EMYBW hay que encuadrarlo en la categoría de actuaciones hostiles, anticlimáticas y de atrevida concepción no acorde a todos los paladares. La artista china no ofreció ninguna concesión al anhelo bailable en un set de firmeza atonal y arritmias que derribó cualquier amago melódico. Un caparazón cerrado y experimental de difícil adaptación incluso para la escucha sosegada en el hogar, si bien es verdad que en cierto punto su propuesta huraña fue moderando su radicalidad y su impacto disonante.
Quien sí leyó con exactitud lo que el público demandaba a altas horas de la madrugada fue la francesa CRYSTALLMESS, con un DJ set modélico. Su techno de carácter transversal se apoyó en una batidora rítmica endiablada y en un gusto exquisito al mezclar bases y samples lamineros. Combinó gran cantidad de estilos y tempos dispares. Invocó tanto a Daft Punk como a The Prodigy. Y se ganó el aprecio unánime con “Man” (Skepta) y “Ready Or Not” (The Fugees) como colofón a una sesión de mucho sudor, savoir faire y calentura corporal.
La segunda jornada del festival, menos aprovisionada de figuras de primer orden, empezó con el ambient meditativo de Nihvek. La productora Liz Harris, también conocida por su trabajo bajo el alias Grouper, facturó “ENGINE”, un proyecto sonoro que gira alrededor del ruido de los motores. Eso se tradujo en atmósferas tenues liberadas casi de elementos, pero oscuras y asfixiantes en su recepción auditiva. Un sonido introspectivo y descorazonador para dar la bienvenida al público más madrugador del sábado.
Le siguió, también en el escenario The Cloud By SON Estrella Galicia, la actuación de Zoë McPherson y Alessandra Leone. La artista franco-irlandesa establecida en Berlín presentó “Pitch Blender” (2023), su tercer y último álbum. Desde el comienzo se adentró en terreno de decibelios ensordecedores donde, sin embargo, parecía imponerse cierto orden pese al caos ruidista. Dejó caer esporas de breakbeat en un entorno de techno industrial y sonidos metalúrgicos. También hubo algún espacio para la sampledelia vocal androide y la propia voz distorsionada de McPherson. A su lado, suministrando toda la parafernalia visual, la artista Alessandra Leone. Pronto los obuses de Zoë descargaron con virulencia e hicieron temblar la estructura del enorme espacio. Se fue desviando hacia el ritmo bailable sin perder ese escozor guerrero y punzante. Un techno de ignición perpetrado con ímpetu y bailes sobre el escenario. Un tanto teatrales en su ejecución, pero que subieron la temperatura cuando se rindieron a la rave industrial.
La entrada en el programa de Mura Masa, uno de los reclamos más populares, así como responsable de la disminución de la edad media del recinto, se tradujo como excepción pop en un vergel de oscuridad, ritmos quebradizos y ambiente asfixiante. Instalado en posiciones secundarias del escenario y desdoblándose en la ejecución de baterías, teclados y hasta guitarras, Alex Crossan empezó con uno de los imbatibles de su repertorio: “Love$ick”. En primera línea, en clave animadora, la cantante Fliss, quien durante unos pocos cortes fue relevada por otra cantante. La fórmula de pop de estribillos adhesivos y ganchos relucientes que propone el británico llegó al escenario con éxito dispar. A veces su propuesta lució demasiado simple. Un pop de blandiblu del que resulta muy difícil escapar. Aunque no dudó en condimentar su desvergonzado avance con hyperpop, aires latinos y lo que se le cruzara en ese amplio cauce para moldear su pop futurista. Y el público agradeció bailando ese empeño. El fin de fiesta para el único live de formato pop del festival terminó con “Firefly” y las dos cantantes juntas en un abrazo, mientras el tímido productor seguía lejos de los focos principales pero proporcionando calor lumínico a las nuevas generaciones.
A Evian Christ, otro de los platos fuertes del sábado, le dio por presentarse con el himno de la Champions League. Hasta aquí la única excentricidad reconocible, porque el show del inglés se desarrolló como corresponde a un mediador aguerrido en la materia. Ese ambient levitante de entrada fue dejado espacio al trance y a nubarrones drone potenciados por una iluminación estroboscópica que parecía remitir a la usada en las infames torturas de Guantánamo. Música de club deconstruida y digresiones trance que fueron absorbiendo la atención de los congregados sin recompensarlos nunca con el ansiado revolcón climático.