La historia interminable de El Niño Gusano. Foto: Alfredo Arias
La historia interminable de El Niño Gusano. Foto: Alfredo Arias

Entrevista

Andrés Pérez Perruca: “Nuestras vidas no serían igual si no hubiéramos conocido a Sergio Algora”

“Vida de un pollo blanquecino de piel fina” ha sido uno de los libros pop del pasado año. En él, Andrés Pérez Perruca, gestor cultural que fue batería de El Niño Gusano, nos adentra en el universo de la banda maña y en la personalidad de Sergio Algora, su cantante y letrista. Es un artefacto literario ambicioso, de calidad y de largo trayecto: 859 páginas. En Rockdelux no podía faltar una conversación con su artífice.

Con Andrés Pérez Perruca (Zaragoza, 1971) sabes que siempre va a haber un buen diálogo, por su talante y su sentido del humor fino, por su curiosidad y por su afán literario. Ejerce de gestor cultural, elaborando una programación siempre apetecible en la Fundación Telefónica de Madrid. Pero con “Vida de un pollo blanquecino de piel fina” (Jekyll & Jill, 2024; cuarto mejor libro pop del año para Rockdelux) ha demostrado que también es un magnífico escritor, con sus 67 capítulos, como 67 fueron las canciones publicadas por El Niño Gusano. Son historias a veces muy sentidas porque hay drama, pero también son descacharrantes, porque Perruca utiliza una manera de contar que contagia, con unas ganas de vivir que desbordan humor.

Ya no ejerce como músico, pero confiesa que el pasado septiembre le gustó mucho tocar con Fran Nixon en el bar Fotomatón de Madrid “porque estaba muy oxidado”. “Yo solo tocaba con amigos. Y esa noche con Fran fue muy bonito. Cuando acabó El Niño Gusano mucha gente me llamó para tocar, pero no quise, en muchos casos porque yo no era un batería de rock’n’roll, de hecho ni siquiera era músico. Algunos técnicos de sonido me decían: ‘En la vida me he encontrado un batería, bueno, ya no un batería, un músico, que siempre me pida que baje su instrumento’. Y era yo. Mi respuesta salía natural: ‘Porque yo no soy un músico’. Me considero más escritor que músico, porque llevo toda la vida escribiendo”, subraya.

Nos habíamos adentrado en el universo Sergio Algora (1969-2008) con “Los idiotas prefieren la montaña” (Xordica, 2016), de Aloma Rodríguez, reeditado en 2024 por La Navaja Suiza. Un precioso libro que cuenta la historia de la bonita amistad de Aloma con Algora a través de multitud de anécdotas, que perfila la personalidad magnética y mágica del cantante. Pero vamos ahora con las andanzas del pollo blanquecino.

Portada de “Vida de un pollo blanquecino de piel fina”.
Portada de “Vida de un pollo blanquecino de piel fina”.

¿En qué momento tuviste la idea de escribir un libro?

Yo he escrito desde siempre. Tengo mogollón de cosas escritas.

Pero para ti, claro.

Sí, para mí.

No es lo mismo escribir que publicar.

Claro. Son cosas diferentes. De hecho, al final me he dado cuenta de que muchas de las cosas en las que me he basado para el libro las he sacado de diarios y de cuadernos míos de los últimos 30 años. No viene de la nada. No sé si llegaré a publicar otro libro más, pero no podía evitar no escribir este libro. Lo tenía que acabar fuese como fuese.

¿Algora contagiaba…?

A mí, las ganas de vivir y también las ganas de escribir. Algora siempre me animaba a escribir. Y a vivir, pues ni te cuento.

¿Se podría decir que El Niño Gusano fue una banda bien vivida?

Era una experiencia muy vital; de hecho por eso era muy frágil. Era como un cristal que es muy bonito, que es muy duro, que es muy resistente, que puedes ver a través del visor con diferentes colores, en plan caleidoscopio.

“El Niño Gusano era una experiencia muy vital; de hecho por eso era muy frágil. Era como un cristal que es muy bonito, que es muy duro, que es muy resistente, que puedes ver a través del visor con diferentes colores, en plan caleidoscopio”

Menudo tocho te ha salido. ¿Te gusta el concepto de novelón?

Me gusta, pero también me gustan los libros breves. Literariamente, hay una parte en que publicar un libro tan largo, si no eres Víctor Hugo, Tolstói, si no eres un ruso, es una especie de fracaso. Cuando ves que tienes 3000 páginas acabadas, después 1400, quedarte en 859 está muy bien. La idea era escribir un disco, aunque no lo sabía. Yo quería hacer con cada capítulo una canción, pero luego me he dado cuenta de que he escrito un disco más que un libro. Los 67 capítulos, las 67 canciones que hicimos, están tratados como canciones independientes, autoconclusivas. Lo que veía muy claro es que era mejor contar qué es lo que había alrededor –alrededor del grupo, alrededor del bar…– que lo que movía el agujero negro.

¿Hay un experimento literario en el libro?

Sí, sí que lo hay. Es verdad. Aunque quería que fuese un libro que se sostuviera por sí mismo. Estuve bastante tiempo decidido a no publicarlo, y no pasaba nada. Yo solo quería terminarlo. Hubo tres personas que me animaron. Uno fue Victor Gomollón, editor de Jekyll & Jill, cuando me dijo “esto hay que hacerlo, hay que comprimirlo, lo tenemos que sacar”. Rodrigo Fresán, que se leyó la versión más larga, y que decía que era bueno literariamente. Yo lo abandoné durante casi dos años. En los últimos diez o quince años ha habido diferentes procesos. Luego, cuando Víctor me animó para ver cómo lo podía reducir, volví a retomarlo. Hubo un momento en el que yo mismo me daba cuenta que me lo estaba pasando bien leyendo lo que había dejado abandonado. Y me intenté convencer de no ser tan duro conmigo mismo, de ser más indulgente. Así que el tercero que me animó fui yo mismo.

El valor de la amistad. Foto: Alfredo Arias
El valor de la amistad. Foto: Alfredo Arias

Un ingrediente fundamental es la musicalidad que tiene el relato.

Eso lo encontré después, al acabar. Lo que sí que quería es que cada capítulo fuese autoconclusivo. Y que fuese más un libro de relatos que una novela. Cuando Fresán me decía “es una novela buenísima”, yo le decía que no. “¿Cómo que no es una novela? Si salen unos personajes todo el tiempo, si les van pasando cosas, si se sigue el hilo argumental perfectamente”, me decía Fresán. “Claro que es una novela”. Fresán, por ejemplo, me decía que lo veía como capítulos. Pero lo de encontrarme con ese tratamiento más musical me fui dando cuenta con las revisiones finales. Sí que quería hacer 67 cuentos o 67 relatos, por las canciones, que son diferentes. Para mí un cuento es cuando un texto termina de una forma clara y determinada, y redondeas toda la historia. Un relato es más cuando te están contando una historia y si le quitas un párrafo no pasa absolutamente nada. Si a un cuento le quitas un párrafo, te lo cargas. Hablo de Chéjov, de Carver, de Rulfo o de George Saunders, que es uno de mis cuentistas favoritos.

¿Qué era lo que más caracterizaba a El Niño Gusano?

Igual puede que fueran tres factores. Por un lado, nada de técnica, casi no sabíamos tocar. Por otro lado, nuestras aspiraciones como grupo eran mínimas artísticamente. Nos lo pasábamos muy bien juntos haciendo canciones en un local. Empezamos a hacer conciertos, pero nos daba igual, lo queríamos pasar bien y ya. Y luego, también, que no estábamos adscritos a ningún movimiento.

“Sergio Algora decía que se moriría antes de los 40, como Boris Vian. Decía que vivir más de 40 años estaba sobrevalorado. Lo decía de broma, porque él no se quería morir, claro. Pero se murió a los 39 como Boris Vian, de un problema de corazón. Desde el principio siempre dije que íbamos a sacar solo tres discos, que los grupos buenos solo sacaban tres discos. Y así fue”

¿Crees que El Niño Gusano era algo surrealista?

En su momento siempre decíamos que no. Con perspectiva, algo. Algora decía que él no era surrealista. Y ponía muchos ejemplos. Y es verdad que en el tratamiento de los textos de Sergio había una parte que no era surrealista, era el realismo de Algora. Si Algora cogía una frase de Mario (Mario Quesada, bajo), otra mía, otra suya, otra de Vinadé (Sergio Vinadé, guitarra y teclados) y otra de un anuncio que acabamos de ver en el periódico y lo juntaba en la canción que estábamos haciendo ese día, no había surrealismo, era la realidad de ese día. Lo que pasa es que creo que parecía más surrealista porque transmitía algo diferente, porque brillaba más en el entorno. La mayoría de los grupos o cantaban en inglés, o hacían unas letras muy sosas, porque los otros grupos eran más predecibles, por así decirlo.

El Niño Gusano se salía de los márgenes, no tenía ese lado maldito del rock’n’roll, aunque algo había…

Pero fue sin querer. Lo típico de que el cantante, cerebro y artista principal se muere joven, el pobre. Él decía que se moriría antes de los 40, como Boris Vian. Decía que vivir más de 40 años estaba sobrevalorado. Lo decía de broma, porque él no se quería morir, claro. Pero se murió a los 39 como Boris Vian, de un problema de corazón. Desde el principio siempre dije que íbamos a sacar solo tres discos, que los grupos buenos solo sacaban tres discos. Y así fue. Pero es verdad que en la última época habría estado contento de haberme equivocado, porque después de publicar el tercero teníamos cuatro, cinco o siete canciones buenísimas. Pero la cosa no siguió.

Literatura llena de vida. Foto: Alfredo Arias
Literatura llena de vida. Foto: Alfredo Arias

Desde que dieron el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, gustase más o menos, quizá se aprecia más el valor literario de la música. ¿Qué trasvase encuentras entre literatura y música?

Sergio era muy musical porque es donde se le hizo más caso. Nunca se sentía mal, ni pedía que le diesen más atención. Yo siempre lo veía contento. Con publicar a él ya le parecía bien. Pero ha sido muy poco valorado como poeta. Como voz poética, como voz literaria. Juntó todos sus poemarios la editorial Chamán Ediciones en 2017 (se refiere a “Celebrad los días. Poesía completa”). Una broma del libro que digo es ¿por qué no se llamaron Champán Editores, en lugar de Chamán Ediciones, si iban a sacar la poesía completa de Sergio Algora? La gente a la que le gusta Sergio Algora siempre lo ha conocido musicalmente. No hay nadie que llegue a la poesía de Sergio Algora sin saber su pasado musical. Entonces es muy difícil escucharlo como una voz literaria y poética propia. En los últimos años, cuando escribía más relato que poesía, me decía que estaba feliz, porque eso estaba chupado. Escribir poesía es muy jodido. Al escribir relatos te alargas mucho más, te hacen más caso. Su voz como poeta es muy diferente a su voz como escritor de canciones o “creador de conjuntos de música ligera”. Eso nos gustaba mucho decirlo, una cosa muy de ‘Gente Joven’ (programa de televisión; TVE, 1975-1987); decíamos que nosotros éramos un grupo de música ligera. Sí que me gustaría que haya lectores que descubran a Algora como poeta. Porque hay muchas cosas de las letras de Sergio Algora, de El Niño Gusano, de La Costa Brava, de Cangrejos que se repiten en sus poemas, pero son pocas veces y con un significado completamente diferente. Él como poeta tiene una voz literaria muy, muy potente, es mucho más duro, mucho más arduo, es una voz mucho más difícil, muy buena, y con mucha personalidad. Ojalá se dejase escuchar a El Niño Gusano para que alguien descubriera a Algora solo como poeta.

“Sacaba un punto de humanidad incluso divertido, y además sin forzarlo. Cualquiera de los que lo hayamos conocido lo podemos decir: nuestras vidas y nuestra forma de ver el mundo no serían igual si no hubiésemos conocido a Sergio Algora. Eso es así”

¿Algora te empujó a escribir?

Sí, siempre me animaba. Una cosa muy buena de Algora era que sabía sacar lo mejor de cada uno.

O sea, en el fondo era un buen psicólogo.

No lo sé. No sé lo que era.

Pero tenía algo especial con la gente.

Tenía algo con la gente, sí. Se relacionaba muy bien con la gente, fuera alguien con buen humor o un cascarrabias. Sacaba un punto de humanidad incluso divertido, y además sin forzarlo. Cualquiera de los que lo hayamos conocido lo podemos decir: nuestras vidas y nuestra forma de ver el mundo no serían igual si no hubiésemos conocido a Sergio Algora. Eso es así. ∎

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